Entre las muchas casas alucinantes que hay en Roma, seguramente una de las más increíbles sea esta:
Sí, como se suele preguntar todo el mundo cuando se pasea entre las ruinas del teatro Marcello, al lado del Ghetto, eso de ahí arriba son casas y sí, vive gente. No sé quién será, pero la novedad es que sea quien sea ya no vive ahí. La casa, el Palazzo Orsini, se ha puesto a la venta y la noticia ha dado la vuelta al mundo en los círculos de pasta. Salió en el ‘Herald Tribune’ a principios de enero: “Roma, centro histórico, se vende palacio del Settecento cielo-tierra”. La descripción no hace justicia, pero para los enterados basta. Son 1.068 metros cuadrados, jardín con fuente del Cinquecento y naranjos. Es uno de esos gloriosos ejemplos de reciclaje y superposición de pedruscos, pues pasó de teatro a castillo medieval, luego a palacio de familia bien con papa en el linaje y a tener casas y tiendas en los arcos. Yo me he asomado alguna vez entre los arbustos traseros del jardín para fantasear cómo será vivir ahí. No se ve gran cosa, pero me ha bastado para imaginarme un aperitivo en la hierba en pijama un domingo por la mañana.
Según los últimos datos que han trascendido, esta casita cuesta unos 32 millones de euros y han llegado varias ofertas de rusos, estadounidenses, indios y australianos. Solo una de Italia. También así nos hemos enterado de que pertenecía a la familia de una escritora angloitaliana llamada Iris Origo. Miren a ver si les interesa. Pero les advierto que el tráfico en ese lugar es espantoso. Que no les engañen con una visita el domingo por la mañana, cuando no pasan coches (por eso lo de mi aperitivo era a esa hora).
En los arcos del teatro Marcello termina ‘Il conformista’ (1970), película esencial de Bernardo Bertolucci, y germen del ‘Ultimo tango en París’. Supongo que no es nada casual, tratándose de Bertolucci, porque el protagonista se llama Marcello y en esa escena se le viene abajo el teatro de su vida. Si es que lo he entendido bien, que nunca estoy seguro en las películas serias. Por cierto, es uno de esos títulos difíciles de ver en Italia porque, por increíble que parezca, no existe ni en vídeo ni en DVD.
“Absuelven a todos, siempre”, dice Stefania Sandrelli para animarle a pecar y que luego se confiese. Una frase fundamental para entender Italia, creo yo. Si es que no me equivoco, repito.
Siguiendo con las noticias inmobiliarias, para que vean cómo es Roma, les diré que en la Via Appia algunos propietarios que dentro de sus terrenos tienen monumentos antiguos los han ofrecido al Estado, a ver si sacan un dinerillo, aunque les ha dicho que no. Son cositas como el Mausoleo de los Equinoccios, del siglo I antes de Cristo, donde dos veces al año, en los equinoccios, como se habrán imaginado, el sol entra por un agujerito e ilumina el interior. O el sepulcro de San Urbano, de la edad imperial.
La Via Appia Antica es un encantador lugar donde se espera ver aparecer a Astérix y Obélix en cualquier momento paseando por la calzada romana. Aún así está lleno de chalés de escándalo donde periódicamente se descubren edificaciones ilegales que nadie hace nada por impedir.
Para terminar, un ejemplo opuesto al anterior. De un extranjero, claro. Un admirable mecenas japonés, un tal Yuzo Yagi, forradísimo industrial, ha regalado un millón de euros para restaurar la pirámide Cestia, porque la visitó el año pasado y le gustó mucho. Sí señor, un aplauso para el señor Yagi. Este curioso monumento de Roma, plantado ahora junto al recoleto cementerio ‘accatolico’ donde descansan Yeats y Gramsci, siempre llama la atención. De hecho daba el mismo cante cuando se construyó, en el siglo I antes de Cristo. Fue obra de un patricio flipado con los egipcios que tuvo el capricho de ser enterrado en una pirámide. Se llamaba Cayo Cestio y también estaba forrado. Ya ven que no salimos de una cierta categoría.
La visita es interesante, aunque es de esas latazo que hay que reservar por teléfono semanas antes, y a mí me hizo gracia por un detalle. Se entra por un túnel excavado en el siglo XVII, cuando el papa Alejandro VII dio el permiso y por fin aquellos primeros arqueólogos pudieron entrar a ver qué había dentro. El visitante actual puede repetir perfectamente esa emocionante experiencia porque encuentra lo mismo que ellos: absolutamente nada y un agujero al fondo por donde algún ladrón espabilado entró antes a llevarse lo que había. Cosas de Roma.ç
En el mundo inmobiliario romano siempre estamos entre maravillas, dinerales y ladrones. Todo esto porque acabo de cambiar de casa y no saben lo que me ha costado.
Veamos, para abundar en estas cosas y seguir con otro Marcello, un fragmento de ‘Fantasmi a Roma’, deliciosa película de Pietrangeli de 1961. Va de una casa poblada por fantasmas donde llega un heredero tontorrón, Marcello Mastroianni, dispuesto a venderla para construir uno de esos engendros modernos, un gigantesco supermercado:
Sinopsis: Vemos a dos de los fantasmas, un antepasado de Mastroianni y un fraile, preocupadísimos por la posible venta del palacio. Está, por cierto, uno de esos rincones preciosos de Roma, frente al Chiostro del Bramante, junto al Caffé della Pace. El fraile dice que, según la ley, es imposible que le den los permisos. Pero sale Mastroianni -ah, quién no querría ser él, saliendo de esa casa a un descapotable-, le siguen y ven que en Roma… todo es posible. Aunque ellos deberían saberlo porque son fantasmas. “Mire, mire el garaje…”, dice Mastroianni a los funcionarios para convencerlos. Debo decir que Roma e Italia, de todos modos, se ha resistido muy bien a los grandes supermercados y sigue llena de viejos ultramarinos (alimentari), si es que esta palabra se sigue usando todavía.