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Íñigo Domínguez

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Más apuntes blancos

El alcalde de Roma, Gianni Alemanno, que empieza a ser conocido como el abominable hombre de las nieves, acaba de anunciar que mañana tampoco habrá colegios ni abrirán las oficinas públicas. Es que parece que va a volver a nevar. Estamos todos acojonados. No tanto por la nieve como por el alcalde (es el chico de la foto).

  Ante la posible nueva emergencia, y tras el desastre de la semana pasada, la principal medida del ayuntamiento es ordenar el uso obligatorio de cadenas en Roma, capital de Italia, Europa mediterránea, como si estuviéramos en el puerto de San Glorio. Ya, ya sé que son las mayores nevadas desde hace medio siglo, o así, pero caen en toda Europa y solo aquí se ve un desastre semejante. En Roma no hay grandes esperanzas de que nadie limpie las calles de nieve o al menos tenga éxito haciéndolo. Tampoco de que circulen los transportes públicos, salvo el metro. Sólo habrá 69 líneas de autobús activas, de un total de 330, y habrá que verlo. Solo uno de cada diez autobuses tienen cadenas y el otro día, según ha explicado el principal sindicato del sector, “faltaba una orden de servicio que explique quién debe montarlas”. Y aún así muchas se rompieron mientras se montaban. Circularon solo algunos héroes autobuseros, que encima se lo tomaron a coña, con el arte que suelen desplegar libremente en los letreros luminosos en las grandes ocasiones, como victorias de Roma o Lazio, o así. Aquí tienen al condutor del 200, con un par:

 

   El letrero luminoso dice: “Tempestad, no te temo”. Todo esto llega tras una semana caótica en la que la actividad más visible del alcalde ha sido pasearse con un forro polar por los programas televisivos. Ah, también se hizo fotos echando paladas de sal en la calle, aunque las imágenes delataron que era sal alimenticia que debieron de pillar corriendo en algún supermercado (es la foto del principio). Ha causado impresión su teoría de lo ocurrido: nadie le avisó del temporal y los medios lo han exagerado. La conclusión se les puede ocurrir a ustedes solitos. Sí, es lo que están pensando: se trata de una conspiración de los políticos, medios y fuerzas vivas del norte de Italia para evitar que los Juegos Olímpicos de 2020 sean adjudicados a Roma. No, no se rían, lo ha dicho el alcalde.

  Menos mal que para equilibrar estas tonterías siempre está la Liga Norte. Uno de sus más preclaros representantes, el europarlamentario Mario Borghezio (ya ha sido readmitido tras su barbaridades sobre la masacre de Noruega), ha vuelto a perpetrar uno de sus análisis: “Algunos meriodinales (los italianos del sur) no tienen ganas de palear nieve, les falta la voluntad de trabajar”. Claro, no ayudó que a los tres días de la nevada el ‘Corriere della Sera’ encontrara en pleno centro de Roma un solar municipal lleno de decenas de palas quitanieves sin usar. Quedaban preciosas entre la nieve. Resulta que el alcalde había retirado la competencia de su uso un mes antes a la empresa de limpieza y basuras. En cuanto al esparcimiento de sal, quedó adjudicado al servicio de jardines, empresas subcontratadas de mantenimiento vial y asociaciones de voluntarios. ¿Quiénes? Pues bomberos jubilados, asociaciones de cazadores, grupos de buzos aficionados y entes como Misericordia Appio Tuscolano o Park Forest Rangers. En fin, que nadie quitó la nieve ni echó sal, algo sorprendente.

  Alemanno le echa la culpa a Protección Civil. También lo suyo es de traca, pero tienen algo de excusa. Protección Civil ha tenido durante años, en la era berlsuconiana, libertad total de movimientos y, dadas sus funciones de gestión de emergencias, presupuesto de acceso directo, rápido y sin justificantes. ¿Lo adivinan? Efectivamente, era un pozo de corrupción. Trataban como emergencias cualquier cosa con cnotratios públicos por medio, hasta los mundiales de natación, y cuando estalló el escándalo hace dos años decidieron reformarla. Pero ahora se han pasado y es al revés. Hacen falta permisos y firmas de todo hijo de vecino para mover una hoja. Para que se hagan una idea, esto es lo que pasó en el célebre naufragio del Costa Concordia hace un mes. La cadena de mando y de burocracia para declarar la emergencia y que Protección Civil la coordinara fue la siguiente:

-El alcalde de la isla del Giglio ve la que se ha armado y lo comunica al presidente de la región, la Toscana.
-El presidente de Toscana se dirige al primer ministro y pide el estado de emergencia.
-El primer ministro se lo pasa al subsecretario del consejo de ministros.
-El subsecretario del consejo de ministros llama al jefe de Protección Civil.
-El jefe de Protección Civil escribe la ordenanza para nombrar un comisario de emergencia -él mismo, al menos en esto se ahorró un trámite-.
-La envía al ministerio de Economía y al Tribunal de Cuentas.
-El ministerio de Economía y el Tribunal de Cuentas lo ven y dicen que les parece bien.
-El jefe de Protección Civil coge el chándal, dice a su mujer que no le espere a cenar y se va para allá. Pero ya habían pasado… ¡OCHO DÍAS!.  A esas alturas a lo mejor le confundieron con el repartido del pan.

Supongo que ahora se explican mejor algunos defectillos de las operaciones de rescate del Concordia. Y ahora estamos en lo mismo. A raíz de este nuevo desastre se jura que Protección Civil va a volver a reformarse. Resumiendo, como ya sabemos en los momentos chungos el italiano se ve él solito luchando contra los elementos, el Estado se diluye y depende de sí mismo. Por eso llevamos 45 muertos, uno menos que en Rusia y como en Rumanía, por ejemplo. Creo que ya lo puse una vez, pero gracias a la sugerencia de un amigo merece la pena recordar esta grandiosa escena de ‘Miracolo a Milano’ (1953), de Vittorio De Sica.

  Decía que van 45 muertos. Otros se van salvando gracias a su ingenio o habilidades personales. Como los quince pasajeros de un tren Turín-Fossano-Cuneo, que se quedó varias horas atrapado en la nieve, sin luz ni calefacción en una zona aislada. A eso de las once de la noche la Policía ferroviaria se enteró de que el tren estaba desaparecido, pero no tenía modo de saber dónde. Menos mal que uno de los viajeros tenía un Iphone, activó el GPS y logró orientar a los equipos de rescate.

  Pero antes de llamar al Ejército hay que asegurarse de estar realmente desesperado, porque te cobran. Cuando el Estado aparece, aparece de verdad, como la española cuando besa. Muchos municipios se han quejado de las tarifas de auxilio castrenses. Cada soldado cobra 60 euros al día, más comida y alojamiento. Por una excavadora, 800-900 euros. El modelo mini, 200 euros. Desconozco si hacen precios especiales a grupos. Qué sé yo, un grupo de aldeas de montaña al borde de la inanición.

  Fue bastante peor lo de un ciudadano romano que el martes contaba su desagradable experiencia en ‘La Repubblica’. El viernes fatídico salió de su oficina a la una cuando empezaba a nevar y al poco rato se quedó bloqueado, como miles de personas, en el Grande Raccordo Anullare (GRA), la circunvalación de Roma. La M-30 o M-40, para entendernos. A las seis se hacía de noche y ya se imaginó que de alló no salía. Así que como muchos otros miles de personas dejó allí el coche y volvió a pie a casa jugándose el tipo. Llegó a su casa congelado a las once de la noche, diez horas después de salir de la oficina. Por fin, el lunes pudo ir a recoger su coche. Llegó cuando la grúa se lo llevaba. Multa de 398 euros, más 100 de llamada de la grúa. Ahí el Estado sí que funciona.

  Ah, también se está disparando el precio de frutas y verduras. Hasta un 200%. Algo tendrá que subir, pero también es que muchos tenderos aprovechan para sacar el ladrón que llevan dentro. El otr día me cobraron 14 euros por unos calabacines que necesitaba como fuera para hacer una papilla infantil. Todo esto me recuerda otras imágenes impactantes:

Son lobos merodeando por las casas de un pueblo del Abruzzo. Mañana vuelve a nevar.

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