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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Naufragio de un párroco

Es una sensación incómoda, difícil de manejar, que causa desasosiego, pero que parece inevitable tratándose de Italia. Una tragedia colosal como la del crucero ‘Costa Concordia’, cuyo balance actual es de 16 muertos y 19 desaparecidos, ha ido perdiendo su tono grave primordial con ribetes cómicos en un segundo plano. A las 4.200 personas que iban a bordo y sus familiares no les hará ninguna gracia, o quizá les ayude a explicarse lo ocurrido, pero visto desde fuera la solemnidad del naufragio ha degenerado en opereta. Empezó con las peripecias del inenarrable comandante Schettino y cada día que pasa una anécdota derriba la barrera de lo imaginable y el tabú de lo humorístico dentro de lo dramático, esencia de la comedia a la italiana. Último episodio, a esta hora: el desastre ha descubierto la trola de un párroco, que había dicho a sus feligreses que se iba una semana de ejercicios espirituales y en realidad se marchó de crucero con la familia.

El pobre hombre es Massimo Donghi, joven párroco de Besana Brianza, pequeña localidad alpina lombarda (norte), y la culpa es de la red social Facebook, como ocurre cada vez más a menudo en el descubrimiento de casos de infidelidad. Se había embarcado con su madre y su sobrina en la ruta mediterránea ‘Perfume de cítricos’ y se ignora si les puso al corriente de su mentirijilla, pero apenas tocaron tierra su sobrina pilló un ordenador y dijo que su tío el cura estaba bien. No se sabe si lo hizo para tranquilizar a los conocidos o por esa extraña forma de vanidad moderna que es el contar al orbe las más mínimas incidencias de la propia vida. Así que cómo no relatar por una vez algo interesante, el naufragio de un crucero de 300 metros. Los feligreses, lejos de tranquilizarse, han pedido explicaciones. Hasta ahora el párroco tenía en Facebook 688 amigos, o lo que quiera decir eso, pero quizá pierda alguno. En su página cita una frase de Hermann Hesse con potente valor premonitorio: “Cada hombre tiene un papel en la vida, que no es aquel que habría querido elegir”. En efecto, a él le habría gustado no estar en el crucero.

El ‘Costa Concordia’ ya es una metáfora más de Italia. Recapitulando. El capitán Schettino dice que aquel arrecife no está en los mapas. Luego se sabe que tardó más de una hora en dar la alarma y mintió a la Guardia Costera. También simuló por radio que estaba a bordo, aunque se piró cuando la nave se inclinaba. Pero alegó que se había caído en un bote. Resulta que todo fue por pasar rozando una isla para saludar a un ex-capitán jubilado del lugar. Que ni siquiera estaba allí esa noche. Y que además le critica por semejante tontería. Aunque luego se descubre que en su autobiografía también él hace un panegírico de proezas similares y la emoción de acariciar las rocas con la proa. Aparece en escena una rubia moldava que cenó con el capitán, con quien se ventiló una botella de vino, según testigos, y subió con él al puente de mando antes del choque. Y otra misteriosa señora sin identificar que pudo llevarse el ordenador de Schettino del hotel escondida en una bolsa. Ah, por cierto, la caja negra estaba rota. Entretanto un periodista inglés es capaz de comprar un billete en la web de la compañía para el próximo crucero del barco hundido. Pero al menos un día hubo una buena noticia: rescatada la estatua de la Madonna de la capilla del barco. Llega el fin de semana y cientos de curiosos desembarcan en la isla a hacerse fotos con el buque varado al fondo, haciendo con los dedos el gesto de la victoria y cosas así. Ya circula una teoría de la conspiración -me la contó personalmente, en confianza, una amiga italiana tomando un café el otro día- acerca de que se trata de una sutil maniobra masónica y metafórica para lanzar un mensaje del fracaso del proyecto europeo, porque la nave se llama ‘concordia’. La penúltima: la maqueta a oficial del buque del centro de rescate fue cedida a un popular programa de televisión, que se pirra por ilustrar los sucesos con miniaturas. Los iniciados se imaginarán que hablo de ‘Porta a porta’, del inefable Bruno Vespa. A los bomberos, que aún buscan cadáveres, les dieron la maqueta de una nave gemela, asegurándoles, porque se enfadaron, que era exactamente igual.

Esto fue publicado el otro día en una versión más reducida en El Correo. También puse por ahí otro día que, si no fuera por las trágicas consecuencias de esta historia, si se siguiera desde el punto de vista estrictamente cómico del capitán Schettino saldría una clásica comedia de Alberto Sordi, con uno de sus personajes graciosos pero patéticos. Aquí tenemos al gran Albertone hablando, precisamente, de otro preclaro capitán en ‘Crimen’, una divertidísima comedia de Comencini que empieza en un tren con un grupo de italianos, una gran galería de personajes, que van a Montecarlo a jugar al casino.

 

Sinopsis: Gassman le explica a su mujer, Silvana Mangano, su sistema infalible para ganar a la ruleta, pero un pasajero que está delante, Sordi, se vuelve para darle unos consejos. Es un personaje arrollador, locuaz , repeinado y seguro de sí mismo. Le pregunta si no considera “el paso del capitán”, de un tal capitán Blanchard, y se lo explica. Se trata de un señor que vio como todas las tácticas de juego se estrellaban contra el paso del capitán, la doble salida alterna de rojos y negros. Lo simula con los dedos para ilustrar el sobrenombre. El propio Blanchard se suicidió al perder su fortuna con 59 años. Gassman replica que él trabaja en un banco y sabe de números. Su idea es que el casino juegue paar él, seguirle en las ganancias y abandonarlo en las pérdidas. Sordi le desanima: el único sistema para ganar en el casino es no jugar. Lo dice por experiencia, era un ludópata desatado, que perdió tres negocios de peletería, pero ahora está curado, gracias a su mujer. Se ha ido tres días de retiro con Padre Pío y ya está como nuevo. Va a Montecarlo a encontrar a su esposa, y para él es una satisfacción pasar por delante el casino con ella y no tener la más mínima tentación de entrar. Cuando se va, Gassman tranquiliza a su mujer: “Este capitán Blanchard, ya ves que genio, con 59 años todavía era capitán”. Como se imaginarán, el personaje de Sordi, pese a las apariencias, no es lo que parece.

 

 

 

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