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Íñigo Domínguez

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Pasquines

Pasquín viene de Pasquino, el más famoso busto parlante de Roma. Como los otros que hay por la ciudad, es una estatua que parece haberse caído por las escaleras. Son esperpentos de piedra, hechos a trozos, gastados, mutilados o deformes, pero que dicen la verdad, como los bufones o los locos del teatro clásico. Por empatía personal, y también por precaución, los romanos las eligieron para que hablaran por ellos. Desde que en 1501 sacaron la escultura del Pasquino de una excavación en Piazza Navona y la colocaron en una esquina empezaron a pegarle papelitos con chorradas en verso. Y así hasta hoy.

Como buenos anónimos, son todos socarrones y difamadores, y entonces eran contra el Papa, que era quien mandaba. Históricamente, Pasquino ha sido de vena anticlerical, pero claro, es que había mucho material. Uno de los casos más curiosos, y que da la idea de cómo se las gastaban, lo descubrí por una auto-cita del propio Pasquino: un recorte de prensa pegado en el personaje contaba el hallazgo de escandalosas ‘pasquinate’ de 1544 sobre la Capilla Sixtina, entonces recién terminada. Se trata del famoso Minos que aparece sentado en el infierno del Juicio Final, con una incómoda serpiente que le muerde las pelotas. Se decía que era Biagio da Cesena, una venganza de Miguel Ángel porque se había quejado al Papa de tanto desnudo. Pero Pasquino dijo entonces que aquello era un castigo a los sodomitas violentos, y que representaba en concreto a Pier Luigi Farnese, hijo mayor del papa Pablo III -esto entonces era normal-. Según las crónicas, el tal Pier Luigi se encaprichó del obispo de Fano y lo violó salvajemente, pero el pobre era tan tirillas que lo debió de partir por la mitad. En fin, que murió. En crudas palabras de Pasquino, «le destrozó el cuaderno». Con exclusivas como esta no es de extrañar que muchos papas condenaran a muerte a quien pillaran poniendo panfletos en el Pasquino. No llevaban muy bien la libertad de expresión. Hasta pusieron guardias por la noche para vigilar la estatua y ahorcaron a alguno que se pasó de listo.

Cuando Roma dejó de ser del Papa, hace ahora 140 años, lo de Pasquino perdió gracia y la estatua parlanchina se calló. Volvió con el fascismo y, en los últimos años, con Berlusconi, así que es un fiable termómetro de regímenes de ramalazo autoritario. Actualmente la estatua siempre está empapelada y goza de gran vitalidad. O eso creía yo. Un día, al atardecer, vi a un viejecito pegando poemas. Estaba muy atareado, colocando los papeles con familiaridad como si la escultura fuera la mesa de su despacho. Yo estaba emocionado, sin duda aquel señor era el mismo Pasquino, uno de sus sucesores históricos. Pero resultó ser el típico pelmazo que hace poemas. Además al rato confesó que casi todos los que había allí puestos eran suyos, pero los firmaba con distintos nombres. Fue un poco decepcionante. También cuando en casa comprobé que no existía la página web que citaba un pasquín: “Libertad de expresión, abuelitasexy.com”. Pero tal como está Internet me extrañó que no existiera, la verdad. La cosa, como casi todo en Italia, ha degenerado. Recordemos cómo era lo de Pasquino en los buenos tiempos. La estatua es la protagonista de ‘Nell’anno del signore’ (Luigi Magni, 1969), primer título de la trilogía sobre la Roma papal del Ottocento, que ya hemos citado alguna vez:

Sinopsis: El coronel pontificio sale de ronda a vigilar la ciudad seguido por su zapatero, apodado Cornacchia (Urraca), interpretado por Nino Manfredi, que se hace pasar por ignorante y analfabeto pero que en realidad es Pasquino, la persona que coloca poemas satíricos en la estatua. Su acento, para que lo sepan por si tiene curiosidad, es el romano romano. «No te fíes de este pueblo mentiroso, ¿qué te crees que están durmiendo? Hacen como que duermen», dice el coronel. Así que llegan hasta la escultura y descubren que hay un nuevo folio pegado. «¿Qué te decía? El pueblo hace como que duerme, pero su voz es este charlatán de piedra, desde hace cuatro siglos, siempre él, Pasquino, y cuando este habla siempre es mala señal». Cuando lo va a leer, llega un cura, ansioso de escuchar la última entrega. Dice: «Curas vengativos/Napoleón cayó/ ¿Sabéis vosotros por qué?/ Porque no os estranguló/ Dos veces ya caísteis sin sacar fruto/ Os advierto, un tercer rayo/ os aniquilará del todo».

«Simpática», dice el cura. Aquí hay una escena que refleja bien el clásico individualismo y desapego del italiano por las estructuras superiores, de las que no se siente parte, para no sentirse responsable de sus resultados ni del deber de cambiarlas. El cura no cree que los ripios de Pasquino vayan contra él: «Pasquino va contra el que manda, contra el Gobierno». Argumenta que aunque el Gobierno es de los curas, quien manda es el coronel, que recibe órdenes de monseñor gobernador. «Y el gobernador, ¿qué es?», pregunta Pasquino mosqueado. «Es cura, pero yo no recibo órdenes de él, a mí que más me da (‘che me frega’, frase sacra en Italia), yo soy cura. Así que, si no acato órdenes del Gobierno, tampoco mando». El coronel le dice al cura que le acompañe. El monaguillo pregunta si les van a fusilar y Manfredi le explica que en Roma el cura es sagrado. Si le roban un reloj a un cura es un hurto sacrílego. «Entonces yo de mayor me hago cura», dice el chaval, y Manfredi le sacude.

El coronel muestra una pintada al cura: «Muerte al Gobierno, curas infames». Pero el sacerdote sigue en sus trece, no cree que sea algo contra él. El coronel, harto, se va a buscar conspiradores carbonarios. Manfredi vuelve a discutir con el cura, que insiste en que el mensaje no está claro. En fin, que aquí la gente suele hacer como que no entiende y la cosa no va con ellos. Cuando se va, Manfredi añade una flechita a la pintada. «Ahora está claro», concluye. En realidad, y este es el amargo mensaje de la película, los desvelos de Pasquino y los de otros conspiradores liberales por el bien del pueblo encontrarán el principal obstáculo en el propio pueblo, que prefiere seguir instalado en sus pequeñas miserias.

FIN

Naturalmente, sacar cualquier conclusión aplicada al presente es algo descabellado. Aunque todo esto se me ha ocurrido por algo de estos últimos días. No por unos pasquines, sino por unos dossieres. Han pillado a uno de los diarios de Berlusconi, ‘Il Giornale’, chantajeando a la presidenta de la patronal, Emma Marcegaglia, para que dejara de criticar al Gobierno si no quería líos. La amenazaban veladamente con «darle caña durante veinte días». Si les parece grave, enhorabuena, mantienen intacta su sensibilidad, pero deberían vacunarse para vivir en Italia.

El diario ya lo ha venido haciendo con dossieres envenenados contra Gianfranco Fini, co-fundador del PDL con Berlusconi; el director del diario de los obispos, Dino Boffo, o la propia mujer de Berlusconi, Veronica Lario. Todos son culpables de haber levantado la voz contra el soberano. Si uno se fija, no son peligrosos extremistas de izquierda, sino todo lo contrario, gente de su entorno ideológico: la empresa, la familia, la Iglesia y el partido. Pero estarán de acuerdo en que esos son los peores.

Desde que Berlusconi fichó a Vittorio Feltri (chico de la foto) hace un año como director de ‘Il Giornale’ -se dice que con 15 millones de euros y tres al año- su diario no ha parado de disparar mierda. Para eso lo contrató, pues Feltri se dedica a eso y lo hace muy bien. En lo suyo es el mejor. Hay periodistas así. A mí me parece muy bien que cada bando político dé caña a quien le parezca. Así uno se entera de cosas, como lo del piso de Fini en Montecarlo, aunque es mejor si se dan noticias y se cuentan cosas que sean verdad, porque las acusaciones de abusos sexuales contra el pobre Boffo, que acabó dimitiendo, eran mentira y además se publicó en toda Italia que era homosexual. Pero el problema en Italia, como siempre, es que el primer ministro es el primer empresario de comunicación. Así no vale. Los tiempos han cambiado, ahora Berlusconi quien tiene un adefesio para colocar sus pasquines contra sus adversarios. Y siempre hace como que no sabe nada, como Manfredi en la película.

Pero eso sí, al menos la Iglesia le planta cara y no le pasa una. El Osservatore Romano juzgó positivamente el discurso de Berlusconi del día en que se sometió a la confianza del Parlamento. Dijo que era «de amplia respiración». Es una bella expresión italiana que viene a significar ‘de alto nivel o amplias miras’, aunque tal vez se refería a los bostezos, porque era un tostón que no se lo creía ni él. Pero el otro día nuestro hombre contó un chiste que terminaba con un ‘Porco Dio’ y el Vaticano montó un enorme revuelo porque el primer ministro había dicho una blasfemia. Ser un corrupto pase, pero cuidadito con las palabrotas. Menos mal que salió un arzobispo, el influyente Rino Fisichella, intelectual en ascenso de la Curia y bien relacionado con los políticos: «Hay que saber contextualizar las situaciones». Es la dictadura del relativismo que tanto aflige a Benedicto XVI. Cuando en el futuro se analice el ‘berlusconismo’ verán como tampoco nadie sabía nada.

Hay que ser comprensivos, en Italia uno se termina por acostumbrar a que cosas anómalas se conviertan en algo perfectamente normal. Para un periodista es muy peligroso, porque puede perder la referencia de la realidad. Y yo ya tengo tendencia de por sí. A mí con Berlusconi me pasa cada vez más. Cuenta un chiste de Hitler, como el otro día, y ya ni llamo al periódico. Y aunque llamara a estas alturas tampoco me harían mucho caso. Ya no es noticia. Así es como ha logrado que este efecto de relatividad se irradie incluso en el exterior. La carrera de casi ningún político aguantaría un chiste antisemita en su biografía, pero la suya se crece soltando dos en una semana, como acaba de ocurrir. Por eso es plausible pensar que lo hace aposta, para luego crear victimismo y que además en los medios sólo se hable de tonterías. Lo más gracioso es que uno de los chistes de judíos con que ha amenizado una charleta aparece en una novela en la que se le caricaturiza: en el libro ‘La batutta perfetta’ de un tal Carlo D’Amicis aparece como personaje del relato y tiene un encargado de contarle chistes para su repertorio. Y le cuenta precisamente ése. Lo increíble es que Berlusconi lo copia y lo cuenta él mismo en la realidad. Supera lo pirandelliano. Siempre quiere hacer creer que eso del poder no va con él, que es uno más del pueblo. Es un Pasquino andante, pero restaurado con cirugía estética.

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