El gran momento del postre encierra en Italia un misterio insondable. Mejor dicho, dos. Uno no es tan misterio, sino un efecto contagioso demoledor. Si nadie quiere postre pero al final alguien pide un tiramisú, aunque sea sin ganas, lo que ocurre a continuación es inevitable: se derrumbará la resistencia y casi todos pedirán uno. A propósito, pues me lo han preguntado muchas veces, tiramisú viene de tirami-su, tírame-para-arriba (‘su’ es arriba), es decir, algo así como anímame o levántame la moral. Se debe a que tiene café, licor y cacao. Es veneciano y se dice que lo daban en los casinos, imagino que a los que perdían.
En los menús romanos, fruta poca, la verdad. Pero si hay fruta uno puede apostar el brazo izquierdo que será, siempre, piña, que aquí se llama ananas. Este es el otro misterio. Es un hecho tan incontestable como incomprensible, dado que Italia, de momento, no es un país tropical. Pero hay una razón, que es estética, como casi todo en Italia: la piña adelgaza, o esa es la convicción popular. Se debe a una enzima, la bromelina, que quema proteínas. Por eso el consumo de piña se duplica en los meses previos al verano, para quitar tripa. Con el buen tiempo ya empiezan a publicar como cada año artículos sobre sus maravillosas virtudes.
Choca mucho al llegar, pero al final se puede acabar comiendo piña todos los días, como la pasta. Además la presentan de forma escrupulosa, a modo de teclado (véase foto), aunque a mí me parece estar ante un artilugio frutal del juego de Mario Bros. Quizá ahora es normal en España, porque ya somos todos muy modernos, pero cuando yo llegué aquí era la primera vez que lo veía.
Decía que a lo tonto al final se come mucha piña. A una amiga le pasó una cosa muy graciosa, aunque alarmante. Regresó a España en vacaciones y tomaba el sol en el balcón de su casa de Barcelona. Su madre, que es médico, casi se muere del susto al mirarle los pies. Tenía las plantas amarillo fosforito, como los Simpson. Era práctico para caminar en la oscuridad, pero la llevaron al hospital, por si era el hígado o algo. Le hicieron mil pruebas y no tenía nada, pero le dijeron que era intolerancia a algo que comía y que era amarillo. Volvió con el dilema a Roma, y entre los amigos se lo resolvimos: era la piña.
Pero hay más rollo raro con la piña en Roma. Tiene un barrio en pleno centro, el IX, aunque es de la Pigna, la del pino. Parece que descubrieron allí una piña de piedra gigantesca, que ahora está en el Vaticano. Hasta la cita Dante. Pero lo más intrigante surge en el Museo Nazionale Romano de Palacio Massimo, al lado de la estación: aparece una piña, tropical, en unos mosaicos del siglo I. Sólo que, en teoría, las primeras piñas llegaron a Europa con Colón. Con menos de esto se montó el Código da Vinci. Una nueva entrega podría empezar con una extraña secta de individuos con los pies amarillos.
Como hoy estamos tropicales, porque en Roma empieza el calor, vamos a poner una cosa exótica de Silvana Mangano, vean qué baile raro y rebuscado que se nos marca. Es que era una sex symbol de la época:
Es de ‘Anna’ (1951), de Alberto Lattuada, que fue un éxito, sobre una monja que en otra vida era putón verbenero. Y esta es la impresión indeleble que causa en Nanni Moretti en ‘Caro Diario’ (1993):
No sé como nadie la ha rescatado para Eurovisión, porque sería un bombazo. Por favor no practiquen en casa sin cerrar bien la puerta, no sea que les vea alguien. Y tengan cuidado que es muy pegadiza.