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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

En las nubes

Disculpas por desaparecer. He estado un poco enfermo y con mucho trabajo. Y disculpas anticipadas por el capítulo de hoy, especialmente farragoso, pero creo que el tema merece detenimiento. Parece que interesa porque he recibido unos cuantos mensajes al respecto.

Supongo que están enterados de los problemas de Benedicto XVI con la pederastia. Yo le sugeriría que fuera a presentar una película a Suiza y se hiciera arrestar en el aeropuerto: desataría de inmediato una ola de solidaridad. Además él no se benefició a una menor, como Polanski, sólo miró para otro lado con otro que lo había hecho, en ese caso con un menor. Bueno, varios.

Es fácil hacerse un lío con tanto escándalo, pero lo más relevante es lo que pasó en la diócesis de Munich en 1980. Se lo resumo. Un cura llamado Peter Hullermann abusó de tres niños en Essen. Para que se hagan una idea: en una excursión en la montaña cogió a Wilfred Fesselmann, de once años, le emborrachó, le llevó a su cuarto, le cerró con llave y le obligó a hacerle una felación. El pequeño Wilfred lo contó a sus padres, pero eran muy creyentes y no querían denunciar al cura -la religión tiene sus problemas-, sólo se lo dijeron al obispo. Que hizo lo que haría cualquiera de ustedes: no denunciarlo y cambiarlo de parroquia. ¿Ah, qué ustedes lo hubieran denunciado? ¿Pero quién se creen que son, qué falta de contexto histórico? ¿No se dan cuenta de que en 1980, el siglo pasado ni más ni menos, había otros valores, se pensaba de otra manera? Nada, nada, el criminal fue enviado a Munich para cambiar de aires, donde el arzobispo era Joseph Ratzinger, el actual Papa. Les dijeron que enviaban a este pájaro para someterlo a terapia y Ratzinger dijo que no había problema. Luego alguien se equivocó -el Vaticano dice que fue el ayudante de Ratzinger, el vicario Gerhard Gruber- y hasta se olvidaron de enviarlo a terapia. Le mandaron a otra parroquia sin más. Al cabo de un tiempo siguió abusando de niños, hasta que fue denunciado -sin duda por alguien sin escrúpulos- y condenado en 1986.

A mí me parece todo un poco fuerte, no sé a ustedes, y que el Papa debería aclararlo, pero no quiero formar parte de ninguna conspiración. Al menos gratis. Ante esta historia el Papa no ha dicho ni mu y el Vaticano ha replicado que la culpa es del vicario, por no cumplir las órdenes de enviarlo a terapia. ¡Pero hombre por Dios!, cualquiera ve que ésa no es la cuestión, sino cómo es posible que Ratzinger no denunciara a este pederasta. Pero el Vaticano considera que ya está todo explicado y se trata de una conjura mediática.

Yo creo que Ratzinger es un buen hombre y el que más ha peleado por hacer limpieza interna desde hace años, pero en el mejor de los casos no sabía que en su diócesis le colaban violadores de niños, o era una cosa secundaria que se dejaba a los colaboradores. Y en el peor de los casos, y eso es lo que ha admitido tranquilamente el Vaticano, hizo lo que se hacía entonces, mirar para otro lado, como muchísimos obispos, tal como se ha sabido ahora. Es decir, encubrió a un pederasta. Lo que son las cosas, precisamente Ratzinger ha sido víctima de la dictadura del relativismo, que fustiga cada día sin piedad: por lo visto en aquellos tiempos esto de cepillarse niños eran cosas que pasaban, lo normal, y fíjate tú que hoy es un delito gravísimo. Quién se lo iba a imaginar.

El Vaticano se defiende mal y como puede, a veces con laconismo y suficiencia, a veces corrige como es debido imprecisiones de las reconstrucciones que hacen los medios, pero desdeña todo como una campaña mediática en su contra cuando lo mejor sería que explicara todo bien clarito, admitiendo dónde se ha estado equivocando, y se terminó el asunto. Sin embargo la movida es de tales dimensiones que les da miedo y les supera, y van poniendo parches. Así no acabaremos nunca, mientras dependa de abogados estadounidenses y prensa centroeuropea o anglosajona, porque si dependiera de la prensa italiana el asunto se cerraría mañana mismo. ¡Qué manera de esconder las noticias! La Iglesia, como hemos explicado alguna vez, vive en Italia en una burbuja de pleitesía.

El Papa, decíamos, no ha aclarado lo de Munich y hay un problema: no da entrevistas ni ruedas de prensa, sólo habla cuando le parece y de lo que le parece. Una de las rarísimas ocasiones en que se le pueden hacer preguntas es en los viajes, si durante el vuelo se asoma a la parte de atrás del avión, donde están los periodistas. Ratzinger no lo hace casi nunca y una de las últimas veces, hace un año, metió la pata con sus declaraciones sobre el preservativo. Total, que hace una semana había viaje a Malta y se presentaba la ocasión. Pero no se admitieron preguntas. Se presentaron con antelación y luego el Papa salió a hablar. Lo explicó Federico Lombardi, el jesuita que hace de jefe de prensa del Vaticano, al aparecer ante los periodistas. O vaticanistas, como se llaman en Italia a los reporteros especializados en seguir la información del Vaticano.

Ahora les propongo un juego. Ejercicio: háganse a la idea de que están en el avión, como periodistas, esperando a saber si el Papa va a hablar por fin o no de su caso o del escándalo de la pederastia, y saquen un titular con sus declaraciones. Transcribo las intervenciones:

Lombardi: «…El Santo Padre ha recibido las preguntas que algunos de vosotros han presentado y que interpretan un poco las expectativas que todos tenemos al inicio de este viaje y por tanto nos hará algunas reflexiones, algunas consideraciones, sobre la base de nuestras expectativas. No seguiremos el esquema de otras veces de pregunta-respuesta, dejemos que el Santo Padre, según su parecer, nos haga un discurso sintético».

Benedicto XVI: «Queridos amigos, buenas tardes. Esperemos tener un buen viaje, sin esta nube oscura que hay en parte de Europa (eran los días de la nube volcánica). Así que, ¿por qué este viaje a Malta? Los motivos son múltiples. El primero es San Pablo. Se ha terminado el año paolino de la Iglesia universal, pero Malta festeja 1950 años del naufragio y esta es para mí una ocasión para llamar la atención una vez más sobre la figura del Apóstol de las gentes, con su mensaje importante también para hoy. Creo que se puede sintetizar lo esencial de su viaje con las palabras que él mismo resumió en la carta a los Gálatas: fe que obra en la caridad.


Estas son las cosas importantes también hoy: la fe, la relación con Dios, que se transforma después en caridad. Pero creo que el motivo del naufragio nos habla también a nosotros. Del naufragio, para Malta, nació la fortuna de tener fe, así podemos pensar también nosotros que los naufragios de la vida pueden hacer el proyecto de Dios para nosotros y pueden también ser útiles para nuevos inicios en nuestra vida.


El segundo motivo: me alegra vivir en una Iglesia vivaz como la de Malta, que es fecunda en vocaciones también hoy, llena de fe, en medio de nuestro tiempo, y que responde a los desafíos de nuestro tiempo. Sé que Malta ama Cristo y ama su Iglesia que es su Cuerpo y sabe que, aunque este Cuerpo está herido por nuestros pecados, el Señor ama de todos modos esta Iglesia, y su Evangelio es la verdadera fuerza que purifica y cura.


Tercer punto: Malta es el punto donde las corrientes de refugiados llegan desde África y llaman a la puerta de Europa. Este es un gran problema de nuestro tiempo y, naturalmente, no puede ser resuelto por Malta. Todos debemos responder a este desafío, trabajar para que todos puedan, en su tierra, vivir una vida digna y, por otra parte, hacer lo posible para que estos refugiados encuentren aquí donde llegan un espacio de vida digna. Una respuesta a un gran desafío de nuestro tiempo: Malta nos recuerda estos problemas y nos recuerda que la fe es la fuerza que da caridad, y por tanto también la fantasía para responder bien a estos desafíos. Gracias».


Lombardi: «Gracias Santidad y buen viaje, le acompañaremos con nuestro trabajo y nuestra información».

FIN

¿Qué? ¿Difícil acompañarle con la información, eh? Busquen, busquen un titular. Bienvenidos al arduo mundo de los vaticanistas. No digo que no haya cosas interesantes, pero éste es uno de esos discursos del Papa que los periodistas leen rápidamente y concluyen: «No hay nada». Casi siempre es así. Lo que hay que hacer entonces es ponerse italiano o eclesiástico -como ya hemos dicho, viene a ser lo mismo-, leer entre líneas, buscar sobreentendidos, insinuaciones, extrapolaciones y dar con algo parecido a un titular. Al día siguiente en casi todos los medios era éste, y así les doy la solución del ejercicio:

El Papa admite que la Iglesia está «herida por nuestros pecados»

Como a lo mejor tienen problemas para saber dónde dice eso les aclaro que es en el tercer párrafo. Sí, ya sé que esto es una locura, pero el oficio es así. Y por supuesto ni palabra del caso de Munich, así se va olvidando. Y quien lo recuerde participa en una conspiración o es un cabezón insensato, que lo sepan.

Quizá les haya dado la impresión de que el Papa vive en otro planeta. Esta forma de actuar es deliberada: el Vaticano siempre prefiere hacer como que está en las nubes, aunque en este caso era verdad, porque el Papa estaba en un avión. Por un lado es una actitud saludable, para ofrecer una perspectiva temporal distinta, de eternidad, pero por otro a veces es simplemente una forma de eludir los problemas.

Pero, para ser honestos, hay otra posibilidad. Lombardi dice que el Papa responde a preguntas de los periodistas. Entonces, ¿podría ser que ningún periodista le hubiera preguntado por el caso de Munich? ¿es eso posible? Pues me temo que sí. Y aquí es donde tenemos que hablar de los vaticanistas y el vuelo papal.

Ahora dirán ustedes que, si soy tan listo, por qué no lo pregunté yo. Es que no iba en el vuelo papal. Nunca lo he pedido no sea que me lo dieran -y aún así no creo que me lo hubieran dado- , pues se cuentan historias terribles. En el vuelo papal se entra en una especie de regresión a la infancia en donde se es tratado como en una excursión escolar de un colegio de curas. Los dirige un señor que, según opinión bastante unánime, está medio majareta, echa unas broncas de miedo y al que todos temen como colegiales. Ya ven que no salimos del tema de los niños.

Las reglas del viaje papal son muy estrictas, bajo pena de retirada de la acreditación. Para empezar te quitan el pasaporte y no te lo devuelven hasta el regreso. La manía más famosa es la de hacer levantar a los periodistas a las seis de la mañana para recoger los discursos que dará el Papa durante el día, y ahí desfilan todos los insignes reporteros en pijama en el hotel para luego volverse a la cama entre maldiciones. Uno puede delegar en algún generoso colega de despertar más fácil, pero se arriesga a que le miren mal. Te ponen un negativo. Para mí los compañeros abonados al ‘volo papale’, con mi admirada Paloma Gómez Borrero a la cabeza, a la que debo tantos favores, son héroes sin discusión.

De todas maneras, lo más raro de este vuelo es el precio. Por ejemplo, para los periodistas el billete del vuelo papal del próximo viaje a Fátima, dentro de dos semanas, cuesta 1.983 euros: 1.003 euros por el trayecto Roma-Lisboa con Alitalia – que siempre hace el vuelo de ida- y 980,00 por Oporto-Roma, con la TAP, las líneas aéreas portuguesas. Yo, que voy por libre y no soy un lince, me he pillado uno por 234,22 euros, sin buscar demasiado y con la TAP. Es decir, unas diez veces menos, y hombre, se supone que al Vaticano le harán algún descuento. Por razones misteriosas, el billete del vuelo papal siempre vale cuatro, cinco, diez veces más que un vuelo normal. Las malas lenguas dicen que es porque el viaje del Papa lo pagan los periodistas. No es menos extraña la forma de pago, porque en ocasiones se abona sólo en metálico y ahí vuelven a desfilar los periodistas con sus fajos de billetes.

Para salir de dudas sobre todo el tinglado una vez pregunté sobre esto en la sala de prensa de la Santa Sede y me convocaron para una entrevista personal. «Uyuyuy, te la vas a cargar», me decían temblorosos algunos compañeros, como en el cole cuando el director te llamaba a su despacho. Pero no, me recibió el organizador de los viajes, el señor con fama de desaprensivo. Yo le comprendo, es que trabaja en el Vaticano. En realidad fue muy amable. No entró en detalles, pero me explicó que los gastos están totalmente justificados porque cuesta mucho disponer de un avión en exclusiva.

De todos modos, para satisfacer su curiosidad, les pongo la lista de todos los viajes que lleva Benedicto XVI, con su coste correspondiente para los periodistas, para que vean qué precios. Sólo los grandes medios, y ya casi ni esos, se lo pueden permitir:

1. Agosto 2005. Colonia (Alemania). Roma-Colonia-Roma: 1.500 euros.
2. Mayo 2006. Polonia. Roma-Varsovia, Cracovia-Roma: 900 euros.
3. Julio 2006. Valencia (España). Roma-Valencia-Roma: 1.440 euros.
4. Septiembre 2006. Alemania. Roma- Munich-Roma: 1.100 euros.
5. Noviembre 2006. Turquía. Roma-Ankara, Ankara-Esmirna, Esmirna-Estambul: 2.260 euros.
6. Mayo 2007. Brasil. Roma-Sao Paulo-Roma: 3.300 euros.
7. Septiembre 2007. Austria. Roma-Viena-Roma: 923 euros.
8. Abril 2008. Estados Unidos. Roma-Washington-New York-Roma: 3.200 euros.
9. Julio 2008. Australia. Roma-Sydney-Roma: 6.800 euros.
10. Septiembre 2008. Francia. Roma-París-Lourdes-Roma: 2.360 euros.
11. Marzo 2009. Camerún y Angola. Roma-Yaoundé-Luanda-Roma: 5.500 euros.
12. Mayo 2009. Jordania, Israel y Cisjordania. Roma-Amman-Tel Aviv-Roma: 2.151 euros.
13. Septiembre 2009. República Checa. Roma-Praga-Roma: 870 euros.
14. Abril 2010. Malta. Roma-La Valetta-Roma: 1.127 euros.

Esto del ‘volo papale’ tenía más sentido con Juan Pablo II. Había que estar allí porque se cocía todo. Además de que los suyos eran viajes tremendos, casi imposibles de seguir por libre -y aún así las facturas por ir en el séquito eran de órdago-, el Papa salía a lidiar con los periodistas a pelo para hablar de lo que fuera.

Pero tras el vuelo, hablemos de los vaticanistas. Hay de dos clases: los que creen o se lo creen y los que no. En los extremos, el meapilas bobalicón y el anticlerical recalcitrante. Es un arduo debate saber si el periodista debe comulgar con lo que escribe, nunca mejor dicho en este caso. Pero con la salvedad del fútbol, donde a menudo impera el forofismo o el patriotismo, se supone que debe ser imparcial. Sin embargo fútbol y religión son las únicas áreas informativas donde a menudo se disculpa, o hasta se exige, la militancia. He visto individuos que como salvapantallas del ordenador se tienen a sí mismos saludando al Papa. El caso del Vaticano y la información religiosa es muy especial, porque afecta a creencias íntimas, que pueden cabrear a muchos lectores, y se debe ser respetuoso sin renunciar a la crítica. Además a la hora de trabajar tiene un rasgo muy singular: el Vaticano es probablemente el único lugar de la tierra que se cree en posesión de la verdad. Así no vale.

En la sala de prensa vaticana, que está al final de la Via della Conciliazione, en el último edificio a la derecha, también hay cierto ambiente escolar. Entrar allí para mí siempre es como volver a la niñez, a clase, me entra un temor inexplicable de cagarla y que me llamen la atención. Cuando uno llega la primera vez se sorprende de lo bordes que son algunos empleados, y eso que predican el amor. Hasta hace poco había una monja con fama de medio loca -también- de la que se contaban historias terroríficas de maltrato a los periodistas. La verdad es que conmigo siempre se portó bien, pero a lo mejor porque soy tío y parece que era más desagradable con las tías. Pero, en resumen, siempre han sido famosas las reprimendas, que llevan a señores hechos y derechos a transformarse en mansos escolares. La gente se infantiliza.

El vaticanista es una especie única pues, quizá por contagio, a menudo también está en las nubes. Se cree en el centro del mundo y puede sumirse en profundos debates sobre las sutiles connotaciones de una sugerencia tácita de un comunicado de cuatro líneas, y sobre conceptos como la catequesis mistagógica. Entre que algunos son muy creyentes, el temor reverencial a las broncas y una tendencia italiana general a la adulación y el peloteo reina una atmósfera plácida. En fin, que entra dentro de lo posible que nadie le hubiera preguntado al Papa lo que había que preguntarle. Y todos tan contentos. Naturalmente entre los vaticanistas hay de todo, y hay profesionales como la copa de un pino, pero se prefiere, a la italiana, el método transversal, nunca lo directo. Es fácil quemarse y las escasas fuentes, que son los propios cardenales y la gente de la Curia, pueden cerrar el grifo.

También es que a veces hay represalias. El ‘volo papale’ siempre ha tenido una connotación de caramelito de premio que te daban. Si uno caía en desgracia se quedaba fuera. Fue célebre el caso de Domenico del Rio, vaticanista de ‘Repubblica’ ya fallecido, que fue vetado en 1985 por un reportaje crítico, precisamente sobre los viajes de Juan Pablo II, en los que denunciaba su alto coste. Le excluyeron del vuelo a Venezuela, Ecuador, Perú y Trinidad y Tobago. Fue tan exagerado que 40 periodistas de 20 países firmaron una carta de protesta en defensa de la libertad de información. Lo curioso es que, al cabo de unos años, Del Rio, ex-fraile franciscano desengañado, se convirtió de nuevo a fuerza de seguir a Wojtyla. Según contó, fue en 1992 cuando le vio entrar entre el fango en una choza de Angola.

También a veces se ha retirado la acreditación a periodistas como castigo. Colaborar en libros considerados hostiles ha significado para algunos estar sin acreditación para los siglos de los siglos. Sé de fotógrafos a los que les han dado un toque por tomar imágenes de manifestantes de colectivos homosexuales junto a la plaza de San Pedro. Y a otro le quitaron la acreditación por no saludar al Papa con la efusión que se creía necesaria. Otro fue vetado por una foto que hizo de Juan Pablo II tropezándose. Sólo de comentar a algún compañero fotógrafo que quería contar alguna de estas batallitas ha cundido el pánico, por si acaso luego podían tener problemas. Del mismo modo hay normas para vestir. Las chicas deben ir bien tapaditas.

Naturalmente, entrar en casa ajena significa aceptar sus reglas, pero en el Vaticano a veces exageran. Deben de tener miedo de que se les cuele algún elemento como Roberto Benigni en ‘Il Pap’occhio’ (Renzo Arbore, 1980), película jocosa sobre el Vaticano que fue convenientemente censurada y prohibida por el Gobierno italiano, que también coopera fielmente con la Santa Sede en el control de los desaprensivos. Ya se lo dice a sí mismo el protagonista de la escena: «Benigni, ¿no te parece que estás exagerando un poco?»:


Pero pongámonos serios. Habíamos empezado con la pederastia y teníamos pendiente hablar de ello. Esto viene desde 2002 y ya entonces la Iglesia no se bajaba del burro. Han tenido que pasar ocho años más. Al margen de su problema en Munich yo sí que creo que Ratzinger se ha puesto serio con este tema. El problema es que sí que hay una conspiración, pero la tiene dentro. Hay un ala arcaica de la Iglesia que pese a las disculpas y promesas de limpieza del Papa no cree ni de coña que se haya actuado mal, sólo que alguien tiene la insolencia de considerar que la Iglesia debe someterse a las reglas del mundo y no está por encima del bien y del mal. Algunos deben de tener nostalgia del Antiguo Régimen y hasta envidia de las teocracias de los países árabes.

Cuando empezó todo esto, en enero de 2002 en Estados Unidos, una de las primeras reacciones fue la carta del Jueves Santo de ese año de Juan Pablo II. La presentó el 21 de marzo de 2002 el cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos (en la foto), uno de los carcas. Y mandaba mucho, era prefecto de la Congregación para el Clero. Las congregaciones son como los ‘ministerios’ de la Santa Sede, para entendernos y este señor fue el jefe de todos los curas del mundo de 1996 a 2006. Esto es lo que dijo sobre el escándalo cuando le preguntaron:

«Me permito dar una sola y única respuesta. En el ambiente de pansexualismo y libertinaje sexual creado en el mundo, algunos curas, también ellos hombres de esta cultura, han cometido el gravísimo delito del abuso sexual. Querría destacar dos aspectos.

1. No hay todavía una estadística precisa comparativa respecto a otras profesiones, médicos, psiquiatras, psicólogos, educadores, deportistas, periodistas, políticos u otras categorías comunes, incluidos padres y parientes. De lo que sabemos, resulta de un estudio (…) que cerca del 3% del clero americano tendría tendencias al abuso de menores y el 0,3% sería pedófilo.

2. En el momento en que la moral sexual cristiana y la ética sexual civil han sufrido una notable relajación mundial, paradójicamente pero también afortunadamente, se ha desarrollado, en no pocos países, un sentido de rechazo y una sensibilidad coyuntural respecto a la pedofilia, con repercusiones penales y económicas por el resarcimiento de daños».

Ya ven qué análisis y qué actos de contricción. La culpa de los curas pederastas es de todos los demás, de nosotros, de la sociedad, por haber relajado las costumbres. Esto hace cien años no pasaba. El cardenal siguió luego enumerando algunos documentos que muestran la dureza con que la Iglesia ha abordado el tema, como el catecismo y la carta de Juan Pablo II a Oceanía. Hasta llegar al célebre y polémico documento de 2001, y perdonen que les endose estos discursos, pero hay que documentarlos:

«El Santo Padre publicó el 30 de abril de 2001 la carta apostólica ‘Sacramentorum sanctitatis tutela’ con las «Normae de gravioribus delictis Congregationi pro Doctrina Fidei reservatis», donde se reserva a la Congregación para la Doctrina de la Fe la competencia sobre una serie de graves delitos (…), entre ellos la pedofilia. La Congregación para la Doctrina de la Fe, asumiendo esta especial competencia, ha enviado una carta a los obispos de todo el mundo y los acompaña en la toma de responsabilidad ante hechos tan graves. (…)

En la normativa hay un elemento, digamos así, garantista. Sirve para alejar los peligros de que venza una cultura de la sospecha. Se prevé un verdadero, regular proceso para aclarar los hechos, para confirmar las pruebas de la culpabilidad ante un tribunal. Ciertamente se insiste en la rapidez del proceso. (…)

Los procedimientos y los procesos deben garantizar la preservación de la santidad de la Iglesia, el bien común y los derechos de las víctimas y los culpables. Las leyes de la Iglesia son serias y severas y están concebidas dentro de la tradición, que ya era apostólica, de tratar dentro las cosas internas, lo que no significa en el orden público externo, sustraerse a cualquier ordenamiento civil vigente en los distintos países, salvo siempre el caso del sello sacramental o del secreto vinculado al ejercicio del ministerio episcopal y al bien común pastoral».

No se confundan. Cuando el cardenal Castrillón Hoyos dice todas estas cosas de procesos, tribunales, investigaciones, no está pensando lo mismo que nosotros, el resto de los mortales. No, está hablando de procesos canónicos, bajo secreto pontificio. Son una cosa tremenda: su máxima pena es que a uno le castigan con dejar de ser cura. Comprendo que para un cura es gravísimo, pero en el mundo real a uno de estos pederastas le caen unos cuantos años de cárcel. Parece que también para la Iglesia, como ya hemos visto que pasa en Italia -y no se sabe quién influyó a quién- no hay delitos, sino pecados.

Para terminar de completar el cuadro de cómo se veía entonces el escándalo, y así estamos ahora, recordemos unas palabras de un mes después, el 29 de abril de 2002, del cardenal español Julián Herranz (en la foto), entonces presidente del Pontificio Consejo de Textos Legislativos, del Opus Dei. También mandaba mucho, era una de las máxima autoridades en derecho canónico. Como tal, ilustró en una conferencia en Milán «la contribución que una recta visión jurídica podría ofrecer para devolver la serenidad en tantos ánimos turbados». Disculpen de nuevo la extensión de la cita:

«En esta materia es necesario ciertamente proteger los derechos de las víctimas, los de los Pastores y de los otros fieles de las comunidades directamente interesados y de toda la Iglesia: en definitiva, los derechos de todas las personas involucradas, también los de la misma sociedad civil (…).
A este efecto el Derecho de la Iglesia católica -que tiene una propia autonomía generalmente reconocida por los Estados- dispone de todos los instrumentos procesales y sancionadores en grado de asegurar (…) que sean respetadas contemporáneamente todas las exigencias de justicia para tutelar el bien común y de cada alma. En los casos extremos ciertos delitos cometidos por ministros sacros -que afectan no sólo a esa forma concreta de homosexualidad que es la pedofilia- pueden ser castigados con la pena perpetua de dimisión del estado clerical.

Dada la gravedad de esta pena, que concierne a la misma condición personal del clérigo, se comprende que las normas canónicas y las del reciente Motu proprio de Juan Pablo II ‘Sacramentorum sanctitatis tutela’, exigan las necesarias garantías con regular investigación previa, comprobación de los hechos y pruebas de culpabilidad, asegurando el derecho a la defensa tanto del acusado como de la víctima. (…).

La Iglesia reconoce ciertamente la competencia de las autoridades civiles en los casos que constituyen delitos en el propio ámbito civil. Pero la Iglesia no puede renunciar a sus propios instrumentos procesales y sancionadores, que están en sintonía con las específicas exigencias de la justicia intraeclesial. Los fieles tienen el derecho, especialmente en el caso de los sacerdotes, a ser juzgados y eventualmente castigados según las disposiciones canónicas. (…)

Sobre la onda emotiva del clamor público algunos plantean la obligación de la Autoridad eclesiástica de denunciar al juez civil todos los casos que lleguen a su conocimiento, además de la obligación de transmitir al juez civil toda la documentación relativa de los archivos eclesiásticos. (…) A mi entender la justicia exige huir de estas simplificaciones indebidas.

Hay que tener cuenta, de una parte, que cuando las autoridades eclesiásticas tratan estos delicados problemas no sólo tienen el deber de respetar cuidadosamente el principio fundamental de presunción de inocencia, sino que deben adaptarse a las exigencias de la relación de confianza y el consiguiente secreto de oficio, que es inherente a las relaciones entre el obispo y los sacerdotes, sus colaboradores, y entre los sacerdotes y los fieles: no atender estas exigencias comportaría muchos daños, y de gran gravedad, para la Iglesia. (…)

Bien sabemos que la Iglesia sigue siendo siempre santa, pero hay que evitar con fuerza, y es un deber de todos, que algunos pretendan insistentemente enfangarla».

En fin, queda claro que para la Iglesia sus procesos son la pera marinera y van antes que los del resto de los mortales. Y que, aún así, cuando declaren culpable a un cura tampoco está nada claro que luego lo denuncien a la Policía. Esto ha sido así hasta que Benedicto XVI ha dicho con todas las letras que estos criminales hay que entregarlos a los tribunales. La primera vez, el 19 de julio de 2008 en una misa en Sydney, Australia. Ahora, con la que está cayendo, casi lo dice ya una vez a la semana. De todos modos, el contexto de esa conferencia de Herranz en 2001 también era que a la Iglesia empezaba a preocuparle el asunto de la pasta, pues varias diócesis de EE UU quebraron por pagar las indemnizaciones a las víctimas.

Con tanto hablar de procesos canónicos les habrá entrado curiosidad. Veamos uno en esta escena de ‘In nome del Papa Re’ (‘En nombre del Papa Rey’ -traducción mía-, Luigi Magni, 1977), una película que está muy bien y muy interesante de la trilogía de Magni sobre la Roma papal de fines del XIX, antes de que perdiera su poder terrenal. Es el año 1867, con Pío IX.


Sinopsis: Se juzga a dos revolucionarios partidarios de la unidad de Italia acusados de un atentado contra un cuartel papal que ha matado a 23 soldados franceses. El fiscal pide la pena de muerte. Habla el cardenal que preside el juicio: «Querría recordar a los jueces la importancia de este proceso, en un momento en que se ponen en discusión la autoridad del Papa y de la misma religión. Los rebeldes, los asesinos, los sicarios, aquellos que atentan contra la seguridad del trono y del altar, son ya celebrados como mártires por aquellos que niegan la legitimidad del poder temporal. Cualquier acto de clemencia, por tanto, aunque esté inspirado en los más altos principios de la cristiana caridad, se podría fácilmente interpretar como una confirmación de esta desgraciada opinión. Pero no querría influenciar vuestra libre decisión. Quien se pronuncie por la pena de muerte, responda ‘sí’, y quien es contrario, responda ‘no, y que Dios le perdone.

Los cardenales van diciendo que sí hasta que llega el turno de Colombo, interpretado por Nino Manfredi, máximo exponente, con Alberto Sordi, de la ironía, la gracia y el desencanto romano. Su eminencia parece estar en las nubes y pregunta qué debe hacer. Le explican si ha oído lo que pide el fiscal. Dice que sí, pero aclara que no vota sí: «No, quería decir una cosa pero ya no me acuerdo, ¿será la vejez?». El presidente le dice que ahí son todos viejos y que se aclare, porque hay que terminar.
-Qué, ¿tenéis miedo de que se muera el verdugo? ¡Ah, claro, porque también él es decrépito, está ahí desde 1802!
-¿Pero os hace reír?
-Ah, ¿pero estaba riendo? ¿y según vosotros este es un proceso que hace reír? Así, sin acusados en el aula, sin abogados defensores, hace reír. Aquí se pide la pena de muerte para dos imputados que ni siquiera han confesado y hace reír. De todos modos, en la relación de mosneñor Marino leo que Monti y Tognetti en el curso de la instructoria han tenido un comportamiento tal que no deja dudas de su culpabilidad. ¿No me diréis que hace reír?
-¿Pero por qué debería hacer reír?
-Ah, veo que empezamos a entendernos. Una pregunta: ¿basta para condenarles a muerte?
-¿Quieres insinuar que no tenemos pruebas suficientes?
-Si son estas es evidente que no las tenéis. Pero imaginemos que las tenéis, ¿qué cambia? ¿basta para condenarles a muerte?
-Sí, basta y sobra.
-¿Veis? No cambia. Si acaso cambian los tiempos, pero de todos modos en Roma ¿quién se da cuenta? Vosotros a lo mejor os creéis que estamos aquí juzgando a Giordano Bruno. Pero cuando cambian los tiempos, óptimos padres, cambia el mode de ver las cosas, y cambia también la moral sobre la que se funda la ley.
-¡Nuestra ley no cambia, deriva directamente del Evangelio!
-Pues bueno.
Y Manfredi coge y se va.
-¿Pero dónde vais?
-¡Pues me voy, qué voy a hacer yo aquí, o hablamos en serio o si no…!
-Nosotros no deseamos otra cosa que escucharos.
-Entonces, por favor, no digamos estas cosas. Decía que, dado que ha cambiado la moral, el concepto de culpa y de inocencia que tienen ellos ya es distinto del nuestro. Nosotros creemos todavía en la obediencia, y ellos en las bombas. Y claro que están equivocados, pero eso no quiere decir que tengamos razón nosotros.
Entonces cierra la puerta.
-Ah, ¿el proceso sigue a puerta cerrada?
-No, entra aire. Y además, puertas abiertas o cerradas, ¿quién tiene que entrar?
-Yo querría que entrara en el Espíritu Santo a ilumanaros.
-Ése, si por error hubiera entrado una vez, no creo que entrara más.
-¡Monseñor, está poniendo en duda la legitimidad de este tribunal!
-¡Jovencitos, en Roma hay guerra! Es inútil que nos lo escondamos. Aquí han saltado por los aires 23 soldados de un ejército que como es el nuestro nos puede no gustar, pero ¿sabéis quién ha sido?
-Monti y Tognetti.
-Soldados también ellos, de otro ejército, de civil. Pero estemos atentos, porque cuando un un ejército va de civil es del pueblo, y con el pueblo te acabas dando siempre de morros. ¡Garibaldi está a las puertas! ¡Y Satanás con el sombrero de soldado avanza hacia Porta Pía! Hermanos, somos viejos, tenemos las horas contadas. ¿Queremos hacer una buena acción antes de morir? Una sola. Jubilamos al verdugo y acabamos de buena manera. Intentemos ser curas, yo sólo esto os pido, ser curas, que no perdemos nada. Se ha acabado, se ha acabado…
-Así que imagino que votaréis que no.
-Eh, no. Me gustaría. Pero votando reconocería la legitimidad del tribunal y serían buenos los síes.
-Os abstenéis.
-Es lo mismo. Hagamos así, haced como que no estoy.
Sigue la votación y el tribunal decide, por unanimidad, la muerte.

FIN

Ya ven cómo se las gastaba la Iglesia con sus procesos, al menos con los demás. El verdugo pontificio es un señor muy interesante, y ya hablaremos otro día de él. El penúltimo, el más famoso y muy longevo, Mastro Titta, se jubiló con 85 años en 1865 tras ejecutar a 516 personas por orden del Papa. Su sucesor se quedó en trece, porque en 1870 cayeron los Estados Pontificios al entrar las tropas italianas en Roma. Qué cosas, qué relativo es todo. Realmente es que es una dictadura.

El Vaticano se ha defendido estos meses vendiendo aquella circular de Ratzinger de 2001, «Normae de gravioribus delictis Congregationi pro Doctrina Fidei reservatis», como su gran paso contra la pederastia, ordenando mano dura. Con ella se centralizaron los procesos en la congregación que dirigía Ratzinger, pero lo cierto es que se imponía el secreto pontificio, y ahí le duele. Según ha dicho ahora el Vaticano, se sobreentendía que había que acudir a los tribunales civiles, aunque no estaba escrito en ninguna parte. Ahora, de repente, han sacado un documento que lo dice, pero no tiene fecha, una cosa muy rara, aunque ellos dicen que es de 2003. como hemos dicho, Benedicto XVi sólo lo dijo por primera vez en público en julio de 2008 en Australia. También se ha sabido ahora, aunque parte de la prensa lo ha escondido y eso que eran datos oficiales, que el Vaticano ha recibido desde 2001 unas 3.000 denuncias de curas pederastas. Lo que no han aclarado es cuántas fueron llevadas luego a los tribunales.

Pero bueno, admitamos que se sobreentendía el deber de acudir a la Policía aunque no estuviera escrito y que todos los obispos tenían clarísimo que había que denunciar a los criminales. Pues bien, ni Castrillón Hoyos ni Herranz, que citan la circular en las reflexiones que hemos transcrito y eran de los que mandaban, pensaban eso. Es más, como hemos visto proclamaban lo contrario. Es más, ahora hemos sabido que Castrillón Hoyos en 2001, unos siete meses antes de la intervención que hemos leído, escribió una carta a un obispo francés, el de Bayeux, para felicitarle por no haber denunciado a un cura pederasta, que abusó de once niños. Al cura le cayeron 18 años de cárcel y al obispo, tres meses por encubridor. Es una carta encantadora:

«Me congratulo con usted por no haber denunciado a un cura. Usted ha actuado bien y me felicito de tener un hermano en el episcopado que, a los ojos de la historia y de todos los otros obispos del mundo, habrá preferido la prisión antes que denunciar a su hijo-cura».

Luego decía que enviaría una copia de su carta a todos los obispos del mundo para que le tomaran como ejemplo. Esto se supo el pasado jueves día 15. A Lombardi, el portavoz vaticano, le cayó encima otra bomba y sólo dijo en un escueto comunicado que «no representa la línea adoptada por la Santa Sede», aunque la carta de Castrillón era del 8 de septiembre de 2001, cuatro meses después de la circular de Ratzinger. Pero es que ese mismo jueves por la tarde, el otro día, Castrillón Hoyos estaba en Murcia, dando una conferencia, y siguió en sus trece. Pero encima dijo que le había enseñado la famosa misiva a Juan Pablo II y éste le había dado el visto bueno. En el auditorio había varios cardenales y obispos españoles que le aplaudieron.

Ese sábado Lombardi (en la foto) dio una rueda de prensa en Malta, porque él sí las da, y le preguntaron sobre el tema. Respondió que ya había dicho que ésa no era la línea de la Santa Sede. Los periodistas le hicieron notar que la circular de Ratzinger era de mayo de 2001 y la carta de Castrillón Hoyos de septiembre de 2001, pero replicó que no iba a entrar en «detalles técnicos de fechas», y que además estaba en Malta y sólo iba a hablar de Malta.

Fue una rueda de prensa muy triste. Lombardi, el pobre, trataba de hablar del viaje a Malta y de sus cosas, como el Papa en el avión y sin preguntas, pero el centenar de periodistas de la sala querían saber otras cosas. Estaban en mundos distintos. La empanada del Vaticano con esta historia es inmensa y lo último es admitir toda la verdad, seguramente porque no pueden, al menos sin desatar una catarsis purificadora, pero destructiva. De todas maneras, gracias a los medios de comunicación -y no por su culpa- el asunto ha salido a la luz y se están poniendo las pilas. En la página web del Vaticano ya hay un apartado donde se pueden consultar los documentos de la Iglesia al respecto, como algunos de los que hemos citado, y los últimos comunicados. De todos modos faltan algunos, como la famosa circular de 2001 que impone el secreto pontificio, que pueden leer aquí en italiano. Si alguien todavía quiere enterarse mejor, ya sabe.

Lombardi también es un buen hombre y hace lo que puede, porque está todo el día apagando fuegos. Los jesuitas ahora son de los curas más enrollados, pero en el pasado eran de cuidado y mandaban un montón. Un día cambiaron radicalmente y, sin embargo, con Juan Pablo II fueron marginados y no han pintado nada. Qué cosas, qué relativo es todo.

Veamos otra escena del final de ‘In nome del Papa Re’:

Sinopsis: El cardenal Colombo es recibido por el general de los jesuitas, llamado el ‘Papa negro’. «Vosotros cada vez más alegres», bromea antes de entrar al ver la profusión de esqueletos. Al entrar el general le señala a dos señoras con niños. Son las mujeres de los dos condenados a muerte de la escena anterior. «Ponte cómodo, no te sientas bajo acusación…», le dice.
-Si yo me siento bajo acusación desde que nací.
-Haces bien, hijo mío, estamos todos bajo acusación.
Luego le muestra una carta de arrepentimiento de los dos acusados, en la que piden clemencia al Papa.
-Comprendo que habrías apreciado una mayor firmeza y coherencia por su parte.
-Conozco vuestra capacidad de persuasión.
-Pero esos pobres diablos han asumido su deber, cómo podían ser sordos a las plegarias de las familias. Mira estas mujeres, jmira estos angelitos, lo que no sea haga por los propios hijos ¿verdad monseñor?
-No lo sé.
-Monti me ha pedido personalmente que estas dos pobres criaturas sean criadas en uno de nuestros conventos. Nosotros ofreceremos a Dios, para compensar los errores del padre, y haremos de ellos dos buenos soldados de la Compañía de Jesús…. ¿Ves como se hace cuando se quiere ayudar a la gente? No como has hecho tú.
-¿Cómo he hecho yo?
-Es lo que nos preguntamos todos, también el Santo Padre está muy dolido.
-Lo siento mucho.
-Yo no pongo en duda tu buena fe, pero el camino era equivocado, llevaba a la guillotina.
-¿Y en cambio el vuestro dónde lleva?
-A la gracia, la gracia de quien no persigue la venganza, sino el perdón. Tú en cambio has hecho apología de las bombas.
-Y por fortuna nadie me ha hecho caso.
-Y has pecado hacia estas pobres mujeres.
-Esto es verdad y les pido perdón.
-Muy bien, sólo quien se humilla será alzado.
-No les déis estas criaturas, las educarán en el odio a su padre.
-Pero no me parece que te estés humillando.
-De hecho estaba diciendo otra cosa.
Entonces el general despide a las señoras y las tranquiliza. El Papa rezará toda la noche, con la carta de clemencia bajo el cojín del reclinatorio, pensando si firmará o no. «Firmará, firmará,…», las despide.
-Un bello objeto, simple pero expresivo. (Dice el cardenal de la calavera).
-Tú no crees en nuestra buena voluntad de salvarlos. Y eso que a uno ya lo hemos salvado.
-¿A cuál de los dos?
-Al tercero, ¿o crees que lo has salvado tú? Somos nosotros que te lo hemos permitido (Se refiere a un tercer acusado, Cesare Costa, fugado de prisión con ayuda del cardenal).
-Vosotros sabéis siempre todo.
-No, es que lo que hay que saber lo sabemos antes que nadie. Por ejemplo, que Cesare Costa es tu hijo tú sólo lo has sabido ahora. Nosotros lo sabemos desde que nació.
-Me lo podíais haber dicho, de forma confidencial.
-Queríamos evitarte una crisis de conciencia inútil.
-¿Y ahora es útil?
-Mira, mira, ven aquí. (Le muestra un agujero oculto en la pared).
-Pero es el Papa…
-El Santo Padre ha querido dignarse a pasar la vigilia aquí, también para comunicar inmediatamente al confesor si firma la gracia.
-También confesáis a domicilio…
-Sí, pero el viejo es raro, ya lo sabes, le podría venir la idea de darles la gracia…
-Sería grave ¿eh?
-En un momento como este…
-Bueno, pero siempre estáis vosotros listos para convencerlo.
-No, serás tú quien lo convencerá para que rechace la gracia.
-¿Por qué yo?
-Porque sólo así nosotros tendremos la certeza de tu obediencia y podremos considerarte recuperado, y esto es la cosa, hijo mío, que más allá de la condena de los criminales nos importa más.
-No eminencia, yo no condeno a nadie más. Ya no creo.
-¿No crees? ¿Has perdido la fe?
-¿Qué hace, el jesuita conmigo? Habéis entendido muy bien en lo que ya no creo. Yo quiero hacer sólo el cura. Dejádmelo hacer, que ya es una fatiga.
-¿Pero no comprendes que así estás condenando a tu hijo?
-Paciencia, había imaginado que el precio era este. De todos modos antes lo tenéis que pillar.
-Si no le cogemos a él te cogemos a ti. Alguno tendremos que coger.
-Eso, quedemos así. ¿Puedo irme?
-Todavía eres el amo.

FIN

Ya ven cómo pueden marear al Papa las camarillas de la Curia y qué personaje el general de los jesuitas (gran Salvo Randone). En cambio el de ahora, el padre Nicolás, es más majo que las pesetas, un señor que ha visto mundo y con los pies en el suelo, no en las nubes. Como hemos dicho en anteriores capítulos, en la Iglesia hay de todo. Los curas pederastas son una minoría de los 400.000 que hay en el mundo y hay miles que hacen una labor impagable. Pero también hay mucho retrógrado que, pese a ser minoría, son de los que más mandan. Y se ayudan, vete a saber por qué.

Y esto es todo. ¿Hay todavía alguien ahí?

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