Siguiendo donde lo dejamos el otro día, pero siempre de forma errática y saltando por las casualidades, quería recordar algo. El pasado 23 de marzo fue el aniversario de la matanza de las Fosas Ardeatinas. A muchos quizá no les diga nada, porque si se suele desconocer la propia historia qué vamos a saber de la de los demás. Como buen ignorante, yo tampoco sabía nada antes de venir a Italia. Se lo cuento brevemente.
En 1944, tras la rendición de Italia en la Segunda Guerra Mundial, la mitad norte quedó en manos de sus aliados hasta la fecha, los queridos nazis. Sólo que tras la capitulación dejaron de ser tan amigos. En Roma, como en otros lugares del país, se organizó una pequeña red de resistencia. El 23 de marzo uno de esos grupos colocó una bomba en Via Rasella al paso de un convoy militar y mató a 32 soldados. Otro murió poco después, y otros nueve posteriormente. También murieron dos italianos que pasaban por allí, uno de ellos de trece años. Via Rasella está muy cerca de la Fontana de Trevi. Lo digo por si les entra curiosidad, pues aunque parezca una paradoja el turismo en Roma a veces tapa la historia.
La represalia fue terrible, por oden directa de Hitler. Se barajaron varias opciones. Primero, matar 50 italianos por cada soldado alemán y demoler el barrio entero, aunque se fue bajando en el regateo y al final se quedó en una proporción de diez italianos por uno. Era mucha gente y para llegar a ese número los nazis vaciaron primero la cárcel de Regina Coeli, en Trastevere, de miembros de la resistencia, de prisioneros políticos y de judíos. Los hebreos fueron un total de 75, supervivientes de los 1.023 enviados a los campos de exterminio en la trágica redada del ghetto de Roma de cinco meses antes, el 16 de octubre de 1943. Como seguían sin llegar al número fijado, rellenaron con detenidos comunes y alguno cogido por la calle al azar. Así hasta 335. Pensarán ustedes que no salen las cuentas. Es que prendieron 320, por 32 soldados muertos, pero murió otro y el oficial encargado, Herbert Kappler, ordenó por su propia iniciativa capturar otros diez. En las cadenas de mando no se suelen valorar las iniciativas individuales, pero se arriesgó. Los otros cinco fueron cinco personas de más de propina, porque con el lío y las prisas arrestaron a más de la cuenta.
El 24 de marzo los llevaron a las afueras de Roma, en la zona de las catacumbas, los mataron, los introdujeron en unas cavidades naturales y luego las volaron para dejarles enterrados y ocultar lo ocurrido. Hoy se puede visitar el lugar, que es escalofriante.
Pasé la noche del último 24 de marzo viendo ‘Ran’, de Akira Kurosawa, a quien adoro, en el cine Farnese de Campo de Fiori. Había un ciclo sobre él porque nació hace 100 años, también el 23 de marzo de 1910. La tragedia de las Fosas Ardeatinas siempre me ha impresionado y esa noche me pareció que la legendaria secuencia de la toma del castillo Hidetora de ‘Ran’ representa como pocas ese espíritu del mal, de la guerra, de destrucción, de estupidez abisal que también anida en el hombre. Música heladora de Toru Takemitsu. Si quieren después pueden seguir leyendo con la música puesta:
El hermano mayor de Kurosawa, Heigo, a quien él admiraba, se suicidó cuando él tenía 20 años. Era narrador de cine mudo en cines de Tokio, aunque se quedó sin trabajo cuando llegó el sonoro. Tras el terremoto de 1923 que destruyó la ciudad y dejó 100.000 muertos se llevó de paseo al pequeño Akira, que entonces tenía 13 años, por las calles llenas de cadáveres para que se le quitara el miedo.
El propio Kurosawa intentó suicidarse el 22 de diciembre de 1971, tras el fracaso consecutivo de dos de sus películas. Entró por la mañana en el baño y se hizo varios cortes en la garganta y las muñecas. Le encontraron a tiempo. Y menos mal. Tras recuperarse hizo en diez años tres obras maestras: Dersu Uzala (1975), Kagemusha (1980) y Ran (1985). Tuvo una candidatura al Oscar como mejor director por ‘Ran’, pero no ganó. Ese año lo ganó Sydney Pollack por ‘Memorias de África’.
Volviendo a Roma, el otro día un grupo de neonazis rapados atacaron un bar al que suelo ir a tomar un café y que está a dos minutos del cine Farnese, donde vi ‘Ran’. Les gritaron algo así como “¡Judíos de mierda os vamos a quemar el bar!”. A veces parece que no pasa el tiempo, pero no rejuvenece nada, al contrario.
Esta carrera desesperada de Anna Magnani, escena cumbre de la historia del cine de ‘Roma città aperta’ (Roberto Rossellini, 1945), fue rodada en Via Raimondo Montecuccoli, detrás de la estación Termini, en el barrio de la Prenestina. Rossellini la rodó pocos meses después de la matanza de las Fosas Ardeatinas y empezó las tomas en Via degli Avignonesi, justo al lado de Via Rasella. Es la calle paralela, hay una placa en el lugar. Trabajó nada más irse los alemanes, apenas acabada la guerra, en una situación de total precariedad. Eso sí que es lamerse las heridas y recuperarse de un trauma a toda velocidad. La película se estrenó en septiembre de 1945. Con escaso éxito. Supongo que la gente no estaba como para ir la cine a ver dramones, aunque se acabara de inventar el neorrealismo allí mismo, en su vecindario.
Si se preguntan que fue de Kappler, el oficial de las SS que organizó la matanza, y que también fue responsable de la redada en el ghetto, fue condenado al final de la guerra a cadena perpetua por un tribunal italiano. Sin embargo padecía un tumor, estaba muy enfermo y fue trasladado al hospital militar del Celio, al lado del Coliseo. Rigurosamente vigilado, por supuesto. Tanto que se fugó con ayuda de su mujer el 15 de agosto de 1977. En unas horas estaba ya en Alemania tomando cervezas y recibiendo admiradores. Habrán notado que era un día de fiesta, Ferragosto, un día en el que el país está totalmente parado.
La fuga es muy curiosa. Su mujer, Annalisa Kappler, se presentó con un maletón enorme, en el que escondía una cuerda con un cabestrante. Metió dentro al marido, que se había quedado muy raquítico y apenas pesaba 50 kilos, y descolgó la maleta por la ventana hasta un jardín. Los ‘carabinieri’ de la puerta dormían. Luego salió, arrastró la maleta hasta el coche, un Fiat 131 alquilado en el aeropuerto de Fiumicino, y tiraron millas hasta la frontera con Austria, donde pasaron sin problemas. Habían tenido siete horas de margen hasta el primer control de la mañana. Luego llegó a Alemania y a casita (foto).
Esta ha sido la versión de toda la vida, pero hace tres años la viuda Kappler dio una entrevista a ‘Oggi’ -una popular revista del corazón, no un semanario de geopolítica-, donde cambiaba la historia. Dice que ni maleta ni nada, que le puso una manta encima y bajaron caminando despacito por las escaleras a la una de la madrugada. Lo tumbó en el asiento de atrás del coche y salió sin que nadie le dijera nada. Lo único que no cambia es que los ‘carabinieri’ de la puerta dormían.
Este cambio de versión es raro, como todo en Italia, donde los misterios nunca terminan de aclararse. La señora Annalisa admite que compró la cuerda y la maleta, pero sólo para poder contar la versión oficial que se ha mantenido durante años “porque no quería que se le echara la culpa a nadie”. Qué detalle tan enternecedor. Casualmente esos días alguien había dado orden de rebajar la vigilancia del prisionero Kappler.
Sea como fuere para el epílogo de la historia aparece un detalle importante e incomprensible. Para meterle en un hospital militar, una cosa rara pero ideal por las condiciones de seguridad, al Gobierno italiano no se le ocurrió otra cosa que declarar a Kappler prisionero de guerra, aunque era 1977. Esta tontería, fruto de la burocracia creativa o del arte de la chapuza italianas, o quien sabe si era una decisión muy consciente, fue decisivo luego: Alemania se negó a extraditarlo porque al ser prisionero de guerra tenía derecho a fugarse. Kappler murió a los seis meses.
Si esto les parece gracioso esperen a oír lo del capitán Erich Priebke, uno de sus cómplices. Él pudo huir a Argentina gracias a la red secreta de fuga que permitió darse el piro a Sudamérica a varios criminales de guerra nazis, conocida como organización ODESSA (Organisation der Ehemaligen SS-Angehörigen/ Organización de ex-miembros de las SS) o Ratline (Ruta de las ratas), y en donde tenían un papel central miembros de la Iglesia católica que facilitaban salvoconductos del Vaticano. Por cierto, creo que nadie ha pedido perdón por esto.
Priebke vivió cómodamente en San Carlos de Bariloche, paradisiaca y agradable ciudad turística de los Andes, durante 50 años. Estaba tan confiado que dio una entrevista a la BBC en 1994 contando sus hazañas. Decía que sólo cumplía órdenes. Pero se armó tal escándalo que al año siguiente fue extraditado a Italia y juzgado. Si ya están un poco avezados en los asuntos italianos supongo que adivinarán la sentencia: su delito había prescrito. Pero se armó tal pitote que hicieron el juicio otra vez y lo condenaron a cadena perpetua en 1998, pero en arresto domiciliario debido a su edad. Es decir, acabó de vecino de las familias de los muertos en las Fosas Ardeatinas. Yo llegué a Roma en 2001 y al lado de mi casa había pintadas a favor de Priebke. Qué recuerdos.
En 2007, con 93 años, le dieron permiso para salir de casa a trabajar en un despacho de abogados de Via Panisperna, en el barrio de Monti. Se publicaron fotos del tipo de paquete en un ‘motorino’ (foto). Se armó tal lío que recularon y se lo denegaron. Sigue viviendo en Roma. Tiene 97 años. Qué bonito final. Como el de ‘Roma città aperta’:
Había mucho cura malnacido, pero también otros ejemplares, como el que interpreta el buen Aldo Fabrizi. La Iglesia es muy humana. Sigue pasando hoy con el escándalo de la pedofilia, o quizá debería decir, como sostiene el Vaticano, la conspiración contra el Papa de la pedofilia. Pero de eso hablaremos otro día, porque parece que va para largo.
‘Ran’ en japonés significa ‘caos’ y también ‘rebelión’, creo. Fue en Venecia donde descubrieron a Akira Kurosawa en 1951, con ‘Rashomon’.
¿Moraleja? No sé, que no hay que rendirse porque los cabrones nunca se suicidan y aguantan hasta el final. Yo qué sé, es lunes y acabo de volver de unas pequeñas vacaciones.