Entre elecciones, pederastia y otros temas apasionantes debo ganarme el sueldo y no tengo mucho tiempo para este rincón, y ya lo siento. Es lo único con que me río. Lo que más siento es no haber podido dedicarle la atención que se merece a Mina, que ha cumplido 70 años. A mí me martirizaba mi padre con ella, cosa que debo agradecerle, y me imagino que es totalmente desconocida para los más jóvenes si no la han recibido por herencia familiar. Aquellos eternos regresos a casa en caravana oyendo las cintas del coche con nocturnidad. Inmensos cantantes italianos y franceses eran el patrimonio musical de una generación que luego se ha perdido (el patrimonio, no la generación, aunque ahora que lo pienso quizá los dos). Escuchar a Mina nos traslada a la Italia mejor. Pensaba en ella y su ciudad vacía este domingo en una Roma medio desierta que no iba a votar, asqueada de políticos. Esta Italia desencantada, que ha perdido la ilusión, que no ve un horizonte, es aún más desangelada y heladora, más poca cosa, si se experimenta el contraste de ese escalofrío de pasión y talento, de clase, de autenticidad, de comerse el mundo, que producía, y produce, Mina.