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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Lui (20): un tipo auténtico

Volvemos con el monotema que a algunos tanto les molesta. Les aseguro que les entiendo perfectamente, es muy molesto, pero el deber me obliga. Esta vez es para una cosita de nada, sólo para que vean como es la alegre vida de Berluscolandia y lo bien que lo pasamos.

Pese a que fue un acontecimiento planetario, no se habrán enterado de que el pasado sábado hubo una gran manifestación en la plaza de San Giovanni Latterano (San Juan de Letrán para los españoles) convocada por nuestro héroe. La idea era organizar una gran apoteosis, baño de masas y consagración pública de su persona, porque hay elecciones regionales bastante importantes (40 millones de votantes) el domingo y el lunes. Sí, se vota dos días, otra peculiaridad local. Se teme que la gente, si hace bueno, el domingo pase de ir a votar porque se va al campo o a la playa y por eso se estira al lunes, así los electores se pueden dar el piro de la oficina con la excusa de ir a votar.

Vean la publicidad a toda página que aparecía en la prensa en los días previos a la manifestación.


No, el de la foto no es el hermano pequeño de Berlusconi, es el propio Berlusconi. En su honor debemos decir que es el único líder que no recurre al Photoshop. Planta directamente una foto del siglo pasado. La foto debe de ser, le echo yo, de 1994 o por ahí, cuando anunció su entrada en política, con la enciclopedia detrás. La paradoja es que ahora tiene más pelo. Claro, luego llega el día del mítin y cuando aparece pasamos de golpe del hermano pequeño de Berlusconi al tío abuelo que se embolinga en las bodas y cuenta chistes verdes:

Seguro que tampoco habrán podido evitar fijarse en el lema del cartel publicitario: “El amor vence siempre sobre la envidia y el odio”. No es un estribillo de Bisbal ni un papelito de las galletas chinas de la suerte, es el gran mensaje electoral de nuestro héroe. Él representa el amor, el suyo es el Partido del Amor, y es perseguido por los fiscales y jueces que le odian, y también por los periodistas. No se crean que fue una ocurrencia pasajera de un día, que lo dice con la boca pequeña o poniéndose colorado. No, lo proclama con todas las letras. Miren el escenario del mítin.

No, no es el festival de Sanremo o una convención de una secta de energía positiva donde regalan pins. Es un acto político realizado por adultos y para adultos. Y había muchos. Según la organización de Berlusconi, más de un millón. Según la Policía, algunos menos, 150.000. Era impepinable: con un cálculo de cuatro personas por metro cuadrado es lo que salía. Algunos cerebros del partido atacaron ásperamente a la Policía y llegaron a decir que habrían bebido. Hasta tuvo que salir el ministro de Interior, Roberto Maroni, de la Liga Norte, a defender a las fuerzas del Estado. También la Policía odia a Berlusconi. Todos le tienen manía.

Pensarán que esto de trucar las fotos, los lemas estúpidos y trampear con los números es típico de cualquier campaña electoral, y que puedo estar exagerando, que Berlusconi diría algo de contenido real en su intervención. Pues tienen razón en todo. Entre las promesas habituales de la última década -porque siguen pendientes y las va repitiendo cada años- hizo una nueva verdaderamente interesante. Cito textualmente lo que quiere hacer en los tres años que le quedan, aunque ya estuvo cinco con mayoría absoluta y ahora lleva dos:

“…Las reformas institucionales, la reducción del número de parlamentarios, la elección directa del primrr ministro o del presidente de la República, la gran, gran, gran reforma de la Justicia, la profunda reforma y modernización del sistema fiscal, la cuestión del federalismo. Continuaremos con la misma determinación la lucha contra la mafia y la criminalidad organizada. Queremos dar más seguridad a los ciudadanos, menos impuestos, menos burocracia, más infraestructuras y más verde. Queremos derrotar el cáncer que cada año golpea a 250.000 italianos y que afecta a casi dos millones de nuestros ciudadanos

Apúntenselo, sí: Berlusconi ha prometido ante 150.000 personas, perdón, un millón, que en tres años va a acabar con el cáncer. Lo dijo ya lanzado, totalmente engorilado, prometiendo todo lo que se le venía a la cabeza. Lo demás se lo llevo oyendo desde que llegué a Italia -las famosas “reformas que necesita urgentemente el país”-, pero con esto del cáncer se ha superado. Los analistas han visto en este detalle un síntoma de que está en horas bajas, pues no se explican por qué se paró ahí y no ha hecho la misma promesa con el sida y la esclerosis múltiple.

Ah, el acto terminó con todos cantando, varias veces y con megafonía, ‘Meno male che Silvio c’e” (Menos mal que tenemos a Silvio), himno de exaltación personal del amado y amoroso líder.

Como la mayoría de ustedes son buenas personas estarán pensando quizá que exagero de nuevo, y que no lo habrá dicho con esas palabras, o que lo he sacado de contexto. Que no es posible que alguien sea tan irresponsable y tan impresentable. Pero no se debe nunca infravalorar a Berlusconi. Dado que se ha armado cierto revuelo -clandestino, claro, porque de esto en la tele no se habla-, nuestro hombre ha reaccionado como siempre. Ya saben, se ha puesto cabezón. Y lo repitió ayer en otro mítin en Milán:

“En los próximos tres años queremos derrotar el cáncer”

Hala, ¿está claro o no? Bueno, pues a lo mejor es verdad y tenemos que darle el Nobel. Aunque a mí me da que será algo más de rollo chamán o pitoniso de tele regional de madrugada. A lo mejor se ha creído esto del Partido del Amor y se está transformando en gurú con poderes curativos. Ya estoy acojonado esperando las promesas de los próximos mítines, porque todavía quedan cuatro días de clímax final, pero creo que se hacen una idea. Por lo menos este año se respira un poco y la campaña no se hace tan pesada. Quizá hay que agradecérselo a nuestro héroe, pues ha estado haciendo llamaditas para cerrar los programas de debate político de la RAI, pues algunos se permiten la desfachatez de invitar a politicos y personas que no piensan como él. Hasta dónde vamos a llegar. Es el último caso en el que está investigado: le han pillado 18 llamadas al director de informativos de la cadena pública y a consejeros de la autoridad reguladora de la competencia, tratando a algunos de ellos a gritos como si fueran empleados suyos para que le cerraran programas incómodos, y eso que son tres de lo más normalito. En fin, que tres meses después se ha decidido salomónicamente que este año no hay programas políticos en la tele en el mes previo a las elecciones. Un bálsamo, oigan. Todo fenomenal. Yo ya siento, no sé, como si amara a todo el mundo.


Sinopsis: Escena de ‘Gli onorevoli’ (Sergio Corbucci, 1963), divertida comedia sobre una campaña electoral. Mi admirado Totó, el ciudadano Antonio La Trippa, hace su campaña electoral de forma incansable. Mientras se escabulle en el baño se oye la voz de su mujer al teléfono: “Yo votaré a Tulio. Aah, querida mía, no hay rosa sin espinas ni Gobierno sin Andreotti”. Por cierto, que ahí sigue de senador vitalicio, 47 años después. Nuestro entrañable La Trippa imita la voz de Mussolini en el patio del vecindario: “¡Vota Antonio La Trippa!”. “Sí, con salsa”, le responden. Luego da las indicaciones pertinentes, nombre de la lista y número, el 47. “¡El muerto que habla!”, le responden, en referencia a las imágenes que se asocian en la superstición popular con números, para apostar con los sueños. “¡Mira que soy tonto, porque no estaré callado, vaya número me han dado!”, se lamenta el pobre La Trippa, porque sabe que es número de mala suerte.

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