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Cosas de Roma (2)

Los que lean el periódico de papel quizá hayan visto que he vuelto a irme de Roma. Estoy de nuevo en las Seychelles siguiendo el secuestro del Alakrana, que esperemos que acabe bien de una vez. Pero aprovecho la distancia para recuperar, con tono nostálgico, esta pequeña sección que abrimos hace meses hablando del café y que tenía olvidada, por falta de tiempo.

Hablaremos de algo que vi en los últimos días que estuve en Roma.

Uno de los mayores espectáculos de Roma es natural y de temporada, como las peras. Sucede siempre por sorpresa. Uno se fija en la gente, parada en medio de la calle, y se da cuenta de que pasa algo. Incluso uno puede llegar a no verlo si no levanta la cabeza. Pero si lo hace y mira al cielo, a final de verano o entrado el otoño, se para en seco ante la impresión mágica, pictórica, de unas manchas movedizas que se deslizan por el cielo en oleadas. Normalmente, se tarda unos segundos en recordar lo que es y ese breve lapso es una emoción desconcertante, porque se tiene la conciencia de presenciar un fenómeno desconocido, nunca visto, salvaje y, como tal, entre la belleza y la amenaza. Luego se cae en la cuenta: ¡ah, son los estorninos!

Bandadas de millones de pájaros diminutos se persiguen o hacen carreras, nunca se ha entendido muy bien, o ejecutan danzas acrobáticas. Si se busca un lugar abierto, como Piazza Navona o algún puente sobre el Tevere, y uno se sienta en un banco es fácil quedarse embobado. Los juegos de formas, casi líquidos, las sombras giratorias, como trazadas con lápiz, hacen entrar en una especie de trance y enseguida uno se abstrae. Puedes pensar que estás mirando en el microscopio y son paramecios maleables que patinan en una sopa, o bandadas gigantes de mosquitos, o que te hallas ante los preparativos de una invasión marciana. Todo el mundo se para en medio de la calle. Son esos raros acontecimientos con el poder de callar a la gente y ponerla de acuerdo de forma instintiva. Como la visión de un recién nacido o el paso de un Ferrari. Uno se marcha sonriendo y, es curioso, se olvida muy rápido. Debe de ser porque es una impresión evanescente y muy íntima. Para la hora de la cena, cuando se comentan las cosas del día, los estorninos también han resbalado en la memoria. Porque un día, de repente, ya no están. Hasta el año siguiente. Pero desde aquí me acuerdo.

Debería mencionar, por rigor informativo, que son una pesadilla porque depositan montañas de mierda en los coches aparcados y las aceras. Por no hablar del escándalo sobrenatural que arman. Esta es la parte mala. La reacción de los romanos es la de siempre ante la desgracias: esperan con resignación a que pase y no hacen nada, pero mientras tanto disfrutan de su parte buena. Este es uno de los mejores ejemplos del misterio de la vida, que en Italia se toca con la mano de vez en cuando: una belleza sublime que también produce toneladas de excrementos.

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