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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Italian Tarantino

Este blog cada vez es más clandestino, porque en la web de mi diario lo esconden tanto que ni yo mismo soy capaz de encontrarlo, pero eso se puede aprovechar divinamente para ponernos un poco macarras. Desde hace semanas corre por ahí en los comentarios, también de forma subterránea, el tema de Tarantino y su relación con el cine italiano. Pues nada, vamos a ello, porque es muy entretenido y aquí lo importante es holgazanear.

Tarantino es un director de cine italiano, ya lo dice su apellido. En italiano un tarantino es un señor de Taranto, ciudad de Puglia. El padre de este chico era un italo-americano, hijo de inmigrantes, de Queens, Nueva York. Pero bueno, no es por eso por lo que digo que es italiano. Además su padre se largó cuando era pequeño. Lo digo porque su cine es sobre todo italiano, con influencias añadidas de las películas de Hong Kong, de artes marciales, de negros, la ‘nouvelle vague’ -su productora se llama ‘A band apart’- y algunas cosas más. Y de todos los italianos, hay uno sobre todo que copia incesantemente. Vean sino esta maravillosa secuencia:


Es ‘Giù la testa’ (1971), de Sergio Leone, el señor del puro de la foto. Creo que en español es ‘Agáchate maldito’. De Leone se suele conocer la legendaria trilogía del dólar o ‘C’era una volta in America’ (1984, Érase una vez en América), que todos vimos de pequeños en la tele, fascinados con las correrías de unos chiquillos aprendices de gangsters y, sobre todo, porque había escenas de sexo muy comentadas en los recreos. Pero por alguna razón en España no se conoce nada ‘Giù la testa’, y en mi opinión es de las mejores. Lo que hemos visto es el encuentro de los dos protagonistas, un salteador de caminos mexicano con familia numerosa (Rod Steiger) y un fugitivo del IRA que se dedica a los explosivos (James Coburn).

La dilatación del tiempo, la demora para paladear los momentos, la tensión instantánea de las situaciones, el humor metido en resquicios impensables, hasta ese uso jocoso de los colorines animados del Banco de Mesa Verde son los mismos de Tarantino. Sin ir más lejos en su última película, ‘Inglourious Basterds’ -inspirado, por otra parte, en ‘Quel maledetto treno blindato’ (1977) de Enzo G. Castellari- se encuentra todo esto. Y Ennio Morricone, claro, que también Tarantino utiliza con fruición. En esta última conté al menos cuatro fragmentos. Y el tema de la venganza, naturalmente, básico en Leone y en Tarantino. Por algo le dedicó ‘Kill Bill 2’.

El ‘spaghetti western’, etiqueta que sus autores solían odiar por lo que tiene de despectivo, es una cosa increíble, si uno lo piensa detenidamente. ¿A quién se le puede ocurrir hacer películas de vaqueros en Europa, y encima en una época en la que el propio género estaba acabado en Estados Unidos? La respuesta es obvia, sólo a un italiano. Es algo de lo que ya hemos hablado más veces, esa fascinación de los italianos por Estados Unidos, que por supuesto incluye su cine más clásico, unido a ese sentido único de la audacia artística, les hace capaces de eso y mucho más. Y eso es, extendido a cualquier género, toda la llamada serie B italiana, otra etiqueta desdeñosa, pero gloriosa:

Esta alucinante persecución, que termina en la entrañable maraña de autopistas de la Tangenziale Est –residencia legendaria de Fantozzi citada en el inicio de este blog y que hoy sigue exactamente igual- es de ‘Roma violenta’ (Franco Martinelli, 1975). Como ven, la precariedad de medios de estas películas no esconde que, en realidad, sus autores derrochaban oficio, creatividad y que pensaban a lo grande. Todavía hoy hacer una persecución o una escena de tiros, o meterse en un western, son palabras mayores, pero entonces hacían películas así como churros con un desparpajo asombroso. Y a menudo les salían de miedo. En realidad, yo creo que estas persecuciones las rodaban a la brava, tal cual en medio del tráfico, porque de todos modos en Roma se conduce así y nadie notaría la diferencia. Pero hay otra explicación más razonable: Sergio Leone, que abrió el camino, había trabajado en la época dorada de Cinecittà como ayudante de producciones hollywoodienses monstruosas, como ‘Ben Hur’, y les había perdido el respeto. Por cierto, que también trabajó en ‘Ladri di biciclette’ (De Sica, 1948) y hasta aparece unos momentos como cura alemán.

Leone tuvo otras fuentes de inspiración, porque ‘Per un pugno di dollari’ (Por un puñado de dólares, 1964) está calcada de ‘Yojimbo’ (1961), de Akira Kurosawa, y hasta me parece que le ganó un juicio. Y aquí tenemos parada obligada, porque como me parece que jamás podré ser corresponsal en Japón o siquiera Asia no sé cuando volveré a tener excusa para poner al maestro.

¿Ven? Le cambian el kimono por una gabardina y Kioto por Almería y ya tienen un spaghetti western. Y que bestia de la naturaleza Toshiro Mifune, y qué música maravillosa, dan ganas de dejar el blog e ir a verla. En fin, lo bueno del arte es que está ahí para copiarlo y esa estela ha seguido hasta Tarantino. Una de sus películas favoritas es ‘Il buono, il brutto, il cattivo’ (1966, El bueno, el feo y el malo) y del duelo final ha tomado esa situación de máxima tensión en la que en un grupo todos se apuntan con un arma a la vez. Es una escena habitual en su cine, de la primera a la última película. Pero Tarantino copia de más sitios. Por ejemplo, la célebre escena de la oreja de ‘Reservoir dogs’ está sacada de otro ‘spaghetti western’ histórico, ‘Django’ (Sergio Corbucci, 1966). ¿Y saben quién era en la original el sanguinario cortador de orejas? Pues el gran actor español José Bódalo, de general mexicano.


Tarantino es un apasionado y experto consumado de todo este cine italiano denominado de serie B, un fenómeno muy interesante. La creatividad italiana se desarrolló en el cine en dos grandes variantes: los grandes autores consagrados que conocemos todos y por otro lado, la plebe, a partir de los sesenta. Era el entretenimiento puro con la exploración de géneros hasta todos los límites conocidos: cine de acción delirante, comedia chusca, parodias, pelis guarras, terror, sangre, vómitos, marcianos, canibalismo, vampiros, trepanaciones y todo lo que se les ocurría. En fin, eso debe de ser la creatividad. Los italianos hicieron casi todo antes. Miren el brutal arranque de ‘Milano calibro 9’ (1972), de Fernando Di Leo.


‘Milano calibro 9’, con ese Mario Adorf volcánico y medio loco, el matón del bigote, y un impagable Gaston Moschin (sí, sí, uno de los golfos de ‘Amici miei’) haciendo de duro, es una de las mejores películas policiacas del cine italiano de los setenta. En un ambiente urbano deprimente y hostil se mueven personajes amorales, cínicos y violentos, con tías buenas de por medio y un relato rompedor e irreverente. Si me permiten las habituales ínfulas sociológicas, a mí me parece que no lo hacían tanto por afán estilístico o lúdico, como Tarantino, sino porque es el fruto evidente de lo que era la sociedad italiana en aquellos años terribles: Italia, que entraba en los oscuros años de plomo, era muy violenta.

En un libro estupendo que me compré sobre este género – ‘Cinici, infami e violenti. Guida ai film polizieschi italiani anni 70’, de Daniele Magni y Silvio Giobbio- contabilizan unos 230 títulos en nueve años, de 1971 a 1980, desde ‘Confessione di un commisario di polizia al procuratore della Repubblica’, de Damiano Damiani, considerado el filme inaugural, a ‘Poliziotto solitudine e rabbia’, de Stelvio Massi, crepúsculo del filón. Supone más de 20 películas al año. Es decir, eran muy populares y la gente las devoraba.

Hoy son difíciles de encontrar y muchas existen sólo en vídeo. Yo a veces las encuentro en el rastro de Porta Portese. Por fortuna el regreso del interés por este entrañable cine cutre -entre otras cosas gracias a Tarantino- ha permitido la reedición de muchas de ellas. Enténdamonos, hay mucha porquería, pero lo que a mí me cautiva es que rebosan amor por el cine y se creen lo que están haciendo, sólo hay que oír las músicas épicas que se marcan. Yo estoy totalmente a favor de las películas imperfectas. Por otro lado, a medida que pasaban los años eran cada vez más ambiciosas. Por ejemplo, ‘La polizia ringrazia’ (Stefano Vanzina, 1972), habla por primera vez de policías fascistoides y rondas de grupos justicieros que van por la ciudad impartiendo su propia ley, y todo eso dos décadas antes de la Liga Norte. Pero también un año antes de ‘Harry el Fuerte’ (‘Magnum Force’, Ted Post, 1973), segunda parte de ‘Harry el Sucio’. Y estando Clint Eastwood por medio, el chico de Sergio Leone, es bastante probable que la idea la sacaran de ahí.


Como ven, muy pronto la alimentación fue mutua. No eran sólo los italianos quienes copiaban a Hollywood, sino que se inspiraban mutuamente. Este explosivo cine italiano y su carácter subversivo fueron una bomba en Estados Unidos, donde se guardaban un poco más las formas. Nutrió las fantasías infantiles de una generación y forjó en gran parte toda esa legión de pirados que hoy pulula por ahí, desde Tim Burton a Tarantino. Por eso cuando vienen a Europa flipan con que aquí no idolatren a Mario Bava o Lucio Fulci, que para ellos son genios y en su país eran despreciados como gente del cine basura.

Tarantino no cesa de citar esa devoción, explícita o implícitamente. Por ejemplo, en ‘Jackie Brown’ Robert de Niro y Samuel L. Jackson ven en la tele ‘La belva col mitra’ (1977), de Sergio Grieco, o en ‘Inglourious basterds’ Brad Pitt y compañía se hacen pasar por tres actores italianos, uno de los cuales dice llamarse Antonio Margheriti, nombre de otro de esos gurús de culto. Margheriti, como casi toda esta banda, hizo de todo, de acción a terror. A mí me hace mucha gracia un título: ‘Dracula cerca sangue di vergine… e morì di sete’ (1974), que quiere decir ‘Drácula busca sangre de vírgenes… y murió de sed’.

El que tiene sed ahora soy yo, porque me doy cuenta de que esto me está saliendo muy largo y bordeo el tostón. Así que hacemos una pausa y seguimos mañana. Les contaré de una vez que fui al cine con Tarantino.

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