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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Verano loco (20)

39. Lenguaje de signos

Lo que se puede decir con gestos en Italia cubre un campo semántico que no tiene nada que envidiar a un diccionario medio. Está perfectamente codificado y es increíblemente preciso. Es por eso de que es mejor insinuar que decir. Cuando hablan parece que hacen pases de magia. En Sicilia los gestos son un lenguaje en sí mismo, hasta hay libros con dibujos con los más usados. Cualquiera que haya estado en Italia reconocerá el movimiento de manos equivalente a muchos significados. El más famoso y en el que todo el mundo piensa, juntar las puntas de los dedos hacia arriba es, más o menos, “Pero qué coño estás diciendo (o haciendo)”, y lógicamente aquí da muchísimo juego.

Pero hay más. Se puede decir todo lo siguiente: Me da igual. ¡Quién lo puede saber! , No tengo ni idea, De eso hace mucho tiempo, Esto está buenísimo, Este es maricón, Me voy, Esto ya no se puede soportar, A otra cosa mariposa, Es todo una mafia, ¡Impecable!, Le salió gratis, ¿Cuándo se come? ,Lagarto, lagarto… Uno de los más graciosos es el que viene a ser cantar a alguien las cuarenta. Se hace un círculo con las manos que es, textualmente, “le voy a poner el culo así”, aludiendo al alcance de la hipotética dilatación que alcanzará el esfínter del interesado (ver a Ugo Tognazzi en la foto). También se aplica al que se mata trabajando, aunque quizá no es el ejemplo más edificante ahora que se acaban las vacaciones.

FIN

Veamos un despliegue de gestos cualquiera, que constituyen un auténtico discurso paralelo, de el gran Massimo Troisi, en ‘Ricomincio da tre’ (1981):


Sinopsis:

Troisi, napolitano timidísimo y muy particular trasplantado en Florencia, escucha a un amigo americano que le invita a ver gente, relacionarse, abrirse a los demás. Le insiste para que vaya a una excursión con él y hasta le sugiere que podía haber invitado a la chica que le gusta. Diálogo (con sus correspondientes gestos):

-¿Dónde, aquí? (señala el lugar, obsérvese que algunos dedos permanecen sinuosos, no rectos, siempre dinámicos).

-¿Y por qué no?

-Mira (dedos unidos, en el gesto clásico de ‘pero qué dices’), la primera vez (dedos índices indicando la cifra) que salgo con una chica (dedos juntitos, de compañía íntima)… y la llevo de la manita (dedos unidos, pero que enseguida empiezan a girar boca abajo, en signo de parodia, de cosa no seria, organizada de forma chapucera, y al final, en el mismo movimiento, se colocan boca arriba para indicar, de nuevo, ‘pero qué dices’)… Y luego que es todo gente anciana, no hay… (manos agitadas, como revolviendo algo, para indicar sustancia, interés).

-No es verdad, también hay jóvenes… Y además es bonito hablarse… ¡También San Francisco hablaba a los pájaros!

-Mira, lo de que San Francisco hablaba con los pájaros… (de nuevo dedos unidos ‘pero qué coño dices’, manos en las orejas y, culminación, con el gesto inconfundible de ‘rottura di palle’ -rotura de bolas- o, en español, por esa inversíón sexual de las metáforas que debemos estudiar un día, menudo coñazo).

Luego explica su hartazgo por esa historia de San Francisco y los pájaros, que parecía que no hacía otra cosa y los pájaros no podían estar tranquilos, y que seguro que cuando le veían venir: hace el gesto de ‘menudo coñazo’ pero con trinos, en versión ornitólogica. Opina que los pájaros escapaban cuando lo veían. Concluye diciendo que, según él, las migraciones de pájaros nacieron con San Francisco.

En eso suena la bocina del autobús, pero él no va. Le da al amigo la bolsa (para repartir entre todos: gesto de indicación de grupo) con un bocata de salchichas, botella de agua mineral (gesto con el tamaño del envase, grande) y una casatina, delicioso dulce napolitano (gesto con el tamaño del dulce, pequeño). “Eh, la casatina está buena (gesto en la mejilla para subrayar que algo está muy rico), cómela (gesto de comer)…” Y se gira a los demás: “Eh, que tiene una casatina, eh, este americano (gesto irónico de reprensión), que se ha acostumbrado malamente (se supone porque ya se le han pegado los vicios italianos) y se queda con toda (dedos giratorios en rueda, símbolo de robar)”. Gesto final: saludo.

Si uno mira sólo las manos se marea. La pobreza expresiva ibérica es evidente, porque en España prima la literalidad y raramente se quiere decir algo más de lo que se está diciendo. No se busca la complicidad del interlocutor para que capte lo que no se puede decir, la sutil mitad oculta de la conversación.


40. El eterno retorno

Es la hora de volver a casa y armarse de paciencia, pero puede relativizar mucho la pesadez del viaje saber que sería peor en Italia. Quien se queje de que las obras de una autovía no terminan nunca puede pensar en la bíblica empresa de la Salerno-Reggio Calabria: llevan 40 años haciéndola y no han terminado. Si uno se lamenta del precio del peaje y le cabrea pensar en dónde irá a parar todo ese dinero, es un consuelo saber que las autopistas de Venecia están gestionadas por cuatro sociedades distintas y sus respectivas tropas de consejeros cobrando por el cargo. Un diario hizo cuentas y es como si hubiera una poltrona cada diez kilómetros.

En tren no va mejor, el récord es de uno que atraviesa Sicilia, de Trapani a Modica: 461 kilómetros en once horas. También es de novela rusa el tren que cruza el estrecho de Messina, porque lo cruza literalmente. Ponen todos los vagones en el ferry, colocados como lapiceros, y los vuelven a bajar a la vía al llegar a la otra orilla. Dan ganas de pasar nadando. En cambio, tiene que fastidiar el saber que muchos funcionarios italianos vuelvan de vacaciones sin que eso signifique que empiecen a trabajar. Y la ley es tan espesa que no hay manera de echarlos. Es famoso el caso del bedel de hospital Claudio Miccio, que fichaba y desaparecía. Los Carabinieri lo siguieron un día y lo arrestaron en la playa.

FIN

En Italia, en esas entrañables esperas en el Grande Raccordo Anulare, me he acordado muchas veces de esta película que vi de pequeño. Ya saben, cuando ponían cine y cultura en la tele. Sí, sí, en España, y gratis, y casi sin publicidad. Causó gran conmoción en nuestras mentes infantiles y durante los días siguientes fue muy comentada en los recreos. Es curioso: hay películas que las pusieron una vez y quedaron por ahí instaladas en el recuerdo de una generación.

Es ‘L’ingorgo’ (El gran atasco, Luigi Comencini, 1979), basada en un cuento de Cortázar. Tiene un reparto impresionante, con algunos españoles como Fernando Rey, Angela Molina o José Sacristán. Es una de esas cosas apocalípticas que se hacían en la época, pero en serio, cuando temían el progreso y se hacían refugios nucleares, no como ahora que el cine catastrófico es para pasar el rato.

Aquí vemos el amanecer en el atasco, con un ciclista que viene de Frosinone al que todos le piden noticias y el asalto a un cargamento de potitos.

(Publicados en El Correo en agosto de 2007)

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