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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Verano loco (18)

35. El Grand Tour

El viaje como placer, como vacaciones en el sentido moderno, nació porque la gente iba a Italia. Toda Europa la mitificaba como tierra de arte, sol y sabiduría. Se peregrinaba allí por las ruinas del imperio, por los santos lugares, pero sobre todo para culminar la educación y, en definitiva, acabar de comprender lo que es la vida. Miles de jóvenes británicos se desasnaron de ese modo. Así nació el famoso Grand Tour y se puede decir que los primeros libros de turismo. El primero fue Montaigne, en el siglo XVI, para tratarse unos cálculos renales. Luego hicieron su viaje y su libro Goethe o Flaubert. La pasión italiana también contagió poderosamente a Stendhal, y Proust ya hablaba fascinado de la luz de Venecia incluso antes de ir.

Quizá sólo París supera a Italia en capacidad de ensoñación, pero es un fenómeno más moderno. En Italia se instaló la hornada de románticos ingleses, con Shelley, Keats y Byron, y mucho antes ya le cambió la vida a Velázquez. También Quevedo estuvo buscando a Roma en Roma sin hallarla. Nietzsche, que con esos bigotazos no ligaba nada, se enamoró en el lago de Orte, y escribió varias obras entre Turín y Rapallo. Pero es en este pueblecito donde se da uno de los casos máximos de enajenación italiana, pues en plena guerra mundial Ezra Pound se hizo fascista y acabó en prisión por traición a Estados Unidos.

FIN

‘A room with a view’ (Una habitación con vistas, 1985), deliciosa película de James Ivory basada en la novela de E. M. Forster, captó perfectamente este mundo del Grand Tour. Como vemos en este fragmento del inicio de la película, se exalta el sentido de aventura de las dos señoras, vagando solas por Florencia, respirando el olor de los machos florentinos que las piropean, las jovencitas se estremecen ante el salvajismo y la brutalidad de los nativos, igual que puede nacer el amor apasionado entre estirados caballeros y damas de la alta burguesía. En fin, el saludable turismo exótico y sexual de toda la vida, cuya ubicación cambia según las condiciones socioeconómicas mundiales del momento.

36. Taxis sin fronteras

Lo siento por los taxistas, porque los hay honestos y abnegados, pero para su desgracia tienen compañeros que les han dado una mala fama universal. Está auténticamente globalizada, un poco como la de los periodistas. Pero aún así creo que los taxistas romanos son los ladrones más profesionales. En seis años me han cobrado sólo tres veces el importe exacto, a base de redondear por arriba. Hace poco uno me echó la bronca por no saber dónde estaba la calle a la que iba, pues él tampoco lo sabía, y es casi normal tener que bajar a buscar cambio porque no tienen monedas, rechazan los billetes y por supuesto no se mueven del coche.

En Roma son una mafia más, y es la capital europea con menos taxis y más caros. Además en fiestas o en verano abandonan la ciudad en masa. Es habitual ver colas de medio kilómetro de turistas en la estación Termini, esperando un taxi. A unos amigos les birlaron 120 euros, metiendo la mano en el monedero y dándose a la fuga. Aunque el récord es de unos japoneses que pagaron 800 euros en el aeropuerto. A una norteamericana le pidieron un ‘rescate’ por llevarle el bolso que había olvidado en el coche. Parecía que llamarles delincuentes era una forma de hablar, hasta que el alcalde ha expulsado este año a 112 por ocultar antecedentes de robo, estafa, posesión de armas o tráfico de drogas. Y uno por agresión sexual.

FIN

Bueno, esto ahora sigue igual, pero al menos han puesto unos 3.000 taxis más, que ya era hora. También hay que decir que entre los taxistas uno se encuentra personajes fantásticos. Sordi rindió homenaje al taxista romano de pura cepa en ‘Il tassinaro’ (1985), dirigida por él, y en la que utiliza la gente que sube y baja del taxi como fórmula para presentar distintos personajes. Entre ellos dos reales, Andreotti y Fellini. En realidad fue una serie televisiva luego reconvertida en película, algo que se nota en el resultado final, un poco deslavazado, pero se pasa bien. Para lo que hablamos hoy, aquí le vemos discutiendo con dos turistas estadounidenses. Lo siento, pero la lección del arte de insultar de Sordi, que culmina con un “are you ignorant!”, es un poco intraducible, pero imagino que se hacen una idea.

(Publicados en El Correo en agosto de 2007)

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