19. Zelig napolitano
El transformismo camaleónico, según el viento que sople, es una función vital más con la que nacen muchos italianos. El ‘voltagabbana’, el chaquetero, es un personaje tan característico como el gondolero. Decenas de diputados cambian de grupo en cada legislatura y, al revés que en España, donde se mira mal a quien descuella, es deporte nacional acudir en auxilio del vencedor. Sólo tal civilización podía generar el extraordinario caso clínico documentado en Nápoles, capital de la genialidad en la supervivencia. Un tal A.D., de 65 años, sufrió un ataque de corazón en 2002 y se convirtió en alguien como Zelig, el personaje de Woody Allen que se mimetizaba con su interlocutor, adoptando su personalidad y profesión (en la foto, en versión apache).
Este Zelig napolitano asombró a los médicos, que le sometieron a pruebas y siempre se metía en el papel: cocinero con los cocineros, notario con los notarios, psicólogo con los psicólogos. Un caso único que describieron en marzo en la prestigiosa revista ‘Neurocase’. El hombre mantenía perfectamente conversaciones, con habilidad, y no era tonto, porque sólo hubo un oficio al que fue refractario, en la lavandería. Estaba incómodo y preguntó qué hacía allí. Su identidad variaba, pero no su carácter, siempre seguro y con afán de protagonismo. De joven fue actor, pero los médicos dan la clave reveladora: toda su vida había sido político.
FIN
‘Zelig’ (1983), obra maestra de Woody Allen:
20. El sueño de la suerte
Para hacerse una idea del nivel de superstición en Italia baste esta anécdota de un amigo culto, leído, que habla idiomas y ha viajado. Llegábamos tarde a una cita e íbamos a toda velocidad por las callejuelas de Roma en su vetusta ‘Cinquecento’. De repente se cruzó un gato negro y mi amigo frenó en seco. Dio marcha atrás haciendo juramentos hasta que encontró un hueco para meter el coche. Luego, ahí nos quedamos, esperando en la penumbra mientras él miraba nervioso el reloj. De improviso su cara se iluminó cuando apareció un coche por la calle y salió de inmediato detrás de él, con carcajadas malévolas.
Se supone que el otro conductor, ignorante él, se comió el mal fario tendido de acera a acera por el bendito gato. Un matiz gracioso es ese pensar en salvar el culo a toda costa y el placer en embaucar al prójimo. Rituales como estos son habituales, recuérdense los famosos cuernos de Berlusconi, y se huye de los gafes como de la peste. Pero lo mejor, como en tantas cosas, es Nápoles. Hay toda una teoría cabalística y de interpretación de sueños para la lotería, que hasta se puede consultar en la página web del organismo de apuestas. En la ‘smorfia’ (foto), la lista clásica, a cada imagen soñada corresponde un número. Desde una mujer desnuda (21) o unos pechos (28), a la Madonna (8) o las almas del purgatorio (85). En fin, el arco completo de la imaginación.
FIN
Ahora mismo en Italia andan histéricos con el premio de 131 millones acumulado a quien acierte los seis números de la loto. El premio, récord europeo, ayer volvió a quedar desierto y hay colas en los estancos. Anteayer oí a dos por la calle que hablaban de los números que habían soñado.
También la mascota de nuestro blog, Fantozzi, ganó una vez la lotería. Bueno, no él, sino uno de sus alter ego, siempre interpretados por Paolo Villaggio. En ‘Ho vinto la lotteria di capodanno’ (He ganado la lotería de Nochevieja, Neri Parenti, 1989) se llama Paolo Ciottoli, periodista pusilánime y amargado de un cutre diario romano. Le toca la lotería y se desmelena, aunque al llegar al periódico adopta su actitud habitual para no despertar sospechas. Esto también es muy normal. Se han dado casos de secuestros.
(Publicados en El Correo en agosto de 2007)