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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Vacaciones en Roma (3)

Como hemos visto, las ‘troupes’ hollywoodienses se dedicaban por la mañana a la catequesis fílmica, con películas de mártires y gladiadores, y por la noche a las orgías romanas. Debía de ser para meterse en los personajes, y en lo que se pusiera por delante. Al final, por un proceso de degeneración muy comprensible, a más de uno se le ocurrió que también las películas podían reflejar esa vida más real y alegre. Abierto el filón con’Vacaciones en Roma’ (1953, Wyler), Hollywood se lanzó a celebrar la Italia romántica de las vacaciones inolvidables. Siempre presentaban a una guiri que congeniaba con nativos. El acercamiento solía empezar más o menos así:


Esta escena es de ‘Locuras de verano’ (Summertime, 1955), del gran David Lean, con Katherine Hepburn en el papel de turista melindrosa. «¡Llegó a Venecia como una turista y volvió a casa como una mujer!», decía el lema de la película. La cosa, como ven, no ha cambiado mucho. Salvo los precios: ¡400 liras por un aperitivo en el Florian, quien lo pillara! Lo del ligoteo con las turistas sigue más o menos igual, aunque el contacto es más difícil. Hoy, él hablaría por el móvil con unas gafas de sol del tamaño de un melón y ella estaría absorta con su Ipod.

Pero vamos a fijarnos un momento en el playboy italiano, gloriosa estirpe que llega hasta el mísmisimo primer ministro actual que, como saben, se considera un seductor nato. El galán de la película se llama Rossano Brazzi, hoy olvidado, pero que entonces encarnó el prototipo de ‘latin lover’ en un montón de películas, como ‘La condesa descalza’ (The barefoot contessa, 1954, Mankievicz). Entonces existía también el matiz del turismo sexual -entonces no había que irse a Cuba o Tailandia, los pobres estaban en Europa, que era mucho más cómodo-, como refleja ‘La primavera romana de la señora Stone (The roman spring of Miss Stone, 1961, José Quintero)’, con Vivien Leigh y un mozuelo llamado Warren Beatty, en uno de sus primeros papeles.

La combinación de jovencita candorosa en busca de juerga y machote italiano de mirada arrebatadora en parajes monumentales es una fórmula que ha hecho estragos hasta hoy. Basta ver las miles de adolescentes norteamericanas vestidas de nochevieja que salen a emborracharse a Campo de Fiori con un montón de pájaros en la cabeza, mientras otro tipo de pájaros las sobrevuelan. Tras ‘Vacaciones en Roma’, una de las películas que disparó el fenómeno italiano a lo bestia, en color y cinemascope, fue ésta, hoy también olvidada.


Qué tráiler encantador ¿verdad? Condensa la esencia del mito italiano hollywoodiense. ‘Three coins in the fountain’ (Creemos en el amor, 1954, Jean Negulesco) exprimió el encanto de Roma con tres turistas distintas que encontraban otros tantos romances. Gracias, naturalmente, al ritual de lanzar la moneda a la fontana de Trevi, que hoy repiten millones de personas cada día. Ya se habrán fijado que la pobre María encuentra “un amor engañoso” y Anita “un amor prohibido”, pero qué se le va a hacer. Total, están de vacaciones.

La canción fue famosa -luego la cantó Sinatra, otro componente del mito italiano, hijo de siciliano y genovesa- y la película ganó dos Oscars, uno de ellos a la música. En la banda sonora aparece también una canción macarrónica con palabras en italiano, otra fiebre de la década en Estados Unidos. Como ven también sale Rossano Brazzi. Qué tío, no paraba.

En realidad, el modelo sexual del ‘latin lover’ estaba impreso profundamente en Hollywood y sus espectadores, es decir, en todo el planeta, desde los años 20 y en los cincuenta, con la moda de la pasión por Italia, volvió a resurgir con fuerza. Con los antecedentes de Don Juan y Casanova, había nacido en la edad moderna con este emigrante italiano, mal estudiante, de quien sus compañeros de clase se reían por sus orejas de punta, originario de un pueblecito de Puglia:


Ah, Valentino. Cuántos suspiros robó a su paso, tanto entre mujeres como en hombres. Como habrán observado, esta escena de ‘El hijo del caíd’ (The son of the sheik, 1926, George Fitzmaurice) es fuertecilla, pues presenta ni más ni menos que una violación, pero así se fundamentan los mitos de los machotes. Además en la película al final se quieren. Valentino tiene una estatua en su pueblo, Castellaneta, que le representa como este personaje, el hijo del caíd. Fue su última película. Murió con 31 años y, según la leyenda, hubo suicidios de admiradoras. Es uno de los primeros ‘sex symbol’, si no el primero, de la historia del cine.

Con los años, y dado que los estadounidenses se hacen un lío con el concepto de latino, otros actores de diversas nacionalidades, no sólo italianos, han conseguido ocupar el escalafón. Ya vimos al mexicano Ramón Novarro en el ‘Ben Hur’ de 1925 y ahí tenemos hoy a Antonio Banderas. Al margen de contribuir a la producción mundial de estrógenos, Hollywood adoraba sinceramente Italia y siguió explotando su belleza y su potencial de norte a sur, no sólo en Roma. Nunca Hollywood ha tenido una relación tan intensa y rendida con un país como con Italia, salvo quizá con París, que es una ciudad. Por un lado las películas repasaron los paisajes y los temas históricos, como el Renacimiento, en ‘El tormento y el éxtasis’ (1965, Carol Reed) con Charlton Heston de Miguel Ángel o ‘El principe de los zorros’ (1949, Henry King), sobre los Borgia. Hay hasta un ‘Francisco de Asís’ de Michael Curtiz (Francis of Assisi, 1961), el director de ‘Casablanca’. Pero por otro lado Hollywood se volcó en la atmósfera ‘chic’ y elegante. En esos años de la ‘dolce vita’ Italia fue un icono de diversión y glamour. Llegados a este punto, me veo obligado a sacar a la palestra una de mis debilidades:


‘The pink panther’ (1963, Blake Edwards)… Claudia Cardinale, la canción macarrónica hortera, el pijerío del esquí en Cortina d’Ampezzo, las fiestas frívolas,… Todavía no estaba el impagable Kato, el sirviente japonés asesino del inspector Closeau, que aparece en las siguientes entregas, pero qué más se puede pedir. La música es de Enrico Nicola Mancini, otro hijo de emigrantes, esta vez del Abruzzo, rebautizado como Henry Mancini. Estos emigrantes desde luego están por todas partes, ¿es que no pueden quedarse en su casa en vez de ir por ahí quitando el trabajo a los demás?

Hoy ya hemos superado el cupo razonable de películas e imagino que la paciencia de más de un lector, así que ya me da igual y pongo otra para terminar. También atrapa esa fascinación por Italia, ya en 1969, y es una película maravillosa. Por eso de pequeños todos queríamos un Mini. ‘The italian job’ (‘Un trabajo en Italia’, Peter Collinson), curiosamente, se rodó en Turín, ciudad que el cine y los turistas suelen olvidar pero que a mí me gusta.


Si han prestado atención verán que sale Benny Hill, otro mito de la infancia, en una de sus escasos trabajos en el cine y… ¡otra vez Rossano Brazzi! Ya entradito en años, aún tuvo su papelito de duro. La música, también célebre, es de Quincy Jones. Me parece que me voy a verla. Es un plan estupendo para merendar.

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