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Lui (7): el hombre nuevo

Berlusconi escribió el otro día en una revista médica, todo emocionado, que probablemente la ciencia conseguirá que la vida llegue tranquilamente a los 120 años. Es decir, para lo que a él le interesa, la edad media de los jugadores del Milan podrá seguir subiendo hasta el infinito y el término gerontocracia, tal como lo conocemos en Italia, aún está en sus albores. De ese modo ahora nos hallaríamos, prácticamente, en un jardín de infancia comparado con lo que se avecina. Bueno, ya dijo hace unos años su médico personal y alcalde de Catania, Umberto Scapagnini, (todos los que son algo personal de Berlusconi obtienen de regalo un cargo político) que el magnate “técnicamente, es casi inmortal”.

Berlusconi, de 72 años, no parará de rejuvenecer y, según algunos analistas, será por lo menos papa en 2037. Según ha explicado, la palabra “viejo” podía servir hace unos años para alguien, por ejemplo, de 60 años, “pero hoy no son pocas las personas que a esa edad emprenden nuevas aventuras”. “Goethe- continúa- se enamoró a los 72 y Tolstoi a esa edad profundizó el estudio del hebreo”. Mientras Berlusconi decide si tener un lío o estudiar arameo, hay quien teme una nueva transformación de este camaleónico personaje:

Es una viñeta de Giannelli en el ‘Corriere della Sera’.

Hay por ahí una película rarísima de Ugo Tognazzi, una de las cuatro que dirigió, de ciencia ficción, un género poco transitado en Italia pero que tiene algunos titulos muy curiosos. Se llama ‘I viaggiatori della sera’ (1979) que en España se llamó ‘Los viajeros del atardecer’. Describía un futuro en el que los viejos, al llegar a una cierta edad y ante la escasez de recursos en la Tierra, eran llevados a una extraña colonia de vacaciones y eran sacrificados, para dejar paso a los jóvenes. Fue antes de la célebre ‘La fuga de Logan’ (película y luego mítica serie de televisión), que tenía el mismo argumento. Otra curiosidad: se rodó en Canarias en escenarios volcánicos, idea que también precede, como en otros puntos, a la novela apocalíptica ‘Posibilidad de una isla’, de Michel Houellebecq. Sale por ahí el gran José Luis López Vázquez de gurú medio loco de la secta. Bien pensado, lo imagino perfectamente departiendo con Berlusconi sobre los problemas de la edad y el paso del tiempo.

Hoy casi se libran de la filmina, pero he encontrado milagrosamente una escena de esta película de Tognazzi. No es nada del otro mundo, pero tiene su encanto: se ve esa angustia setentera y nuclear de la ciencia-ficción, el futuro de plexiglás, las pintas modernas y el toquecillo erótico imprescindible de la época.


Sinopsis: La familia llega a las modernas instalaciones sacrificales y Tognazzi pide un café en la mesa. Le dicen que no está contemplado en las reglas, pero responde que lo contempla él. Pide un helado para el niño, que lo rechaza: «Como el niño es un poco gilipollas tráigame sólo un café». Se niegan a llevárselo. «¡Pero es posible que no se entienda que se ha perdido algunas cosas, sentarse a la mesa, pedir un café, es una placer irrenunciable, así como debe ser un placer para usted traérmelo a la mesa! El placer de trabajo basado en el residuo personal».

Interviene la mujer, Ornella Vanoni, en uno de sus raras incursiones en el cine. Pero el hijo dice que no insistan, que así son las reglas: «Nuestra sociedad se basa en el orden». Replica Tognazzi: «Una sociedad basada en el desprecio recíproco, donde en vez de hablar mirándose a la cara yo estoy hablando desde hace media hora con un culo».

El camarero cuenta entonces que él ya acompañó a su madre a la cita final e intentó contentarla, pero le recomienda que se lleve a su padre, que está «en un estado de cólera turbulenta», o llamará al ESPA (Ejército de Salud Pública). Tognazzi se queja de que le tratan como a un paquete. Fuera, su hijo le pide las llaves del coche, porque ahora conduce él. «Y una mierda, no te las doy. ¿Y tú no dices nada? En el fondo estos dos monstruos los has hecho tú», le dice a su mujer. «Sí, claro, cuando los hice tú habías salido un momento», contesta ella. «¡Eh, no, yo quito la firma!», replica.

El hijo teme que el camarero haya visto algo y avise a los de seguridad. La hija entra a pedir una tirita y ve que el camarero se dispone a llamar. Ella le ofrece su reloj si no llama, pero él preferiría «un gozo físico», porque su trabajo le obliga a un aislamiento forzado».

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