Estas últimas semanas hay mucha movida en las universidades y en los institutos italianos. En el periódico se puede seguir, como el horario de farmacias, qué centros se han declarado en estado de agitación, cuáles han sido ocupados y en dónde se ha instituido una autogestión. Este vocabulario de lucha de clases tal vez alarme, pero no hay que preocuparse, es normal. Los alumnos de los institutos italianos ocupan las aulas, se llevan los sacos de dormir y colocan pancartas en las ventanas a la primera de cambio. Es muy divertido, como una fiesta de pijamas pero con archivadores. A la izquierda vemos a unos alumnos de Economía de La Sapienza divirtiéndose como niños ocupando su facultad el otro día.
Al margen de los motivos y la justificación de la protesta, contra una reforma educativa y el anuncio de recortes en la financiación de la universidad, en realidad da igual. Es lo mismo desde hace años cada vez que alguien, derecha o izquierda, quiere reformar algo. En estos casos siempre hay guerra de números, los chavales no se enteran realmente de nada y la masa corea consignas huecas. Lo importante es que cada generación de alumnos italianos tiene su derecho a jugar un rato al 68. Siempre les ha fastidiado que se les ocurriera a los franceses y no a ellos. La política en Italia, como ya se ha dicho otras veces, es una pose juvenil más y, en el caso del 68, permite además ponerse ropa supermolona que ahora vuelve a estar de moda. Es una costumbre que viene de los sesenta, de las bofetadas entre rojos y negros, aunque en aquella época el jueguecito degeneró en grupos terroristas. Una película reciente que no está nada mal, ‘Mio fratello è figlio unico’ (‘Mi hermano es hijo único’, 2007, Daniele Luchetti) lo cuenta muy bien:
Pero hay que prestar atención a estas movilizaciones de hoy porque seguramente entre sus líderes se hallen los políticos del futuro, es decir, aquellos que quizá aspiren al poder cuando tengan 60 años, según la media actual. Entretanto tendrán que hacer méritos. Comparado con los chavales españoles, tan pasivos e incapaces de argumentar incluso la defensa del botellón, en Italia es asombroso comprobar el pico de oro que tienen muchos chicos con el megáfono, cómo dominan la jerga política, las grandes palabras y conceptos vacíos, la demagogia gritona y la confusión de ideas… ¿dónde lo habrán aprendido? Pues en la universidad, claro. En Italia los exámenes son orales y la retórica se mama desde pequeñito. Luego, algunos, los más espabilados, sienten la llamada de la política, o lo que es lo mismo, del verdadero puesto fijo.
Si no, miren estas fotos:
El chavalín de la derecha, en la foto en blanco y negro, es Walter Veltroni, actual líder de la oposición, el Partido Demócrata (PD). Sin veinte años cumplidos ya estaba codeándose con Pasolini en una protesta estudiantil. No presten atención al otro de la camisa de cuadros, que es Ferdinando Adornato, ahora en Forza Italia con Berlusconi. En cambio, en las siguiente imágenes vemos a Gianni Alemanno, uno de los líderes de la derecha, en la posfascista Alianza Nacional (AN), y actual alcalde de Roma.
La foto en blanco y negro me parece que es de una manifestación contra Bush padre. Tanto Veltroni como Alemanno empezaron de críos en el arte de protestar y ya han podido vivir toda la vida sin dar ni golpe. Bueno, quizá alguno sí, porque Alemanno fue detenido varias veces con sus compañeros fascistas, uno de esos grupos de palizas callejeras, aunque luego fue siempre absuelto.
Lo mismo le pasa al ministro de Interior, Roberto Maroni, de la Liga Norte, a quien Berlusconi le pide caña a los estudiantes y que les mande la Policía, pero es que la Policía le sacudió al propio Maroni y a los suyos en 1996, cuando irrumpió en una de sus sedes. Les acusaban de ser un grupo paramilitar por una de sus locuras, formar una especie de Guarda Padana. De hecho condenaron a Maroni a cuatro meses y 20 días de cárcel por resistencia a las fuerzas del orden. Hasta le mordió a un agente en un tobillo. Pero ya lo ven, esto es una carrera de fondo y ahora es ministro de Interior. Aquí a la derecha vemos al feroz muerdetobillos en una foto de la época. Quizá la faceta oscura ya se deducía de su corbata.
Al menos hay políticos dignos como Berlusconi, que ya ha dicho que él a la universidad iba a estudiar y no se ha manifestado en su vida. En fin, que no se sabe qué es peor.
Total, que ahí siguen los mismos desde hace treinta años. Como si en España siguiéramos con Felipe González, Landelino Lavilla, Santiago Carrillo o Manuel Chaves (bueno, quizá este no es un buen ejemplo).
Lo más curioso de las supuestos conatos cotidianos de revolución en Italia y de todas las manifestaciones que discurren a diario por todas las ciudades es que se hacen al revés que en el resto del mundo: para que nada cambie. Muchos de los italianos que he conocido que han tenido más oportunidades en la vida, los más formados, los más brillantes, no aspiran mínimamente a cambiar nada. Aunque los más listos quizá sean los que se van.
Para no agotar más al lector, vayamos al cine italiano, que como siempre, ha caricaturizado muy a menudo el joven pseudo revolucionario ofuscado. Una de las interpretaciones más famosas es de Carlo Verdone en su primer filme, ‘Un sacco bello’ (1980), que ya mencionamos un día. He aquí Ruggero, huido a una comuna naturista de Umbria, donde vio la luz, y que regresa a Roma a repartir pasquines en un semáforo, con la mala suerte de que se encuentra con su padre, el gran Mario Brega.
Sinopsis: Lo gracioso de esta secuencia es la forma de hablar de la banda alternativa, el tono y los términos, que definen a este tipo de personajes y aún hoy, tres décadas después, siguen vigentes. A ver si traduzco todo sin aburrir. Ahí va Ruggero con el primer automovilista:
“Hola, somos un grupo de chicos ¿no? que están formando una comunidad agrícola en Cittá della Pieve ¿no?, como alternativa a la contaminación urbana, entendido no sólo como escorias y etcétera, sino como contaminación moral, ¿entiende en qué sentido? Pero mire que no hay nada de política en esto, es decir, estamos completamente fuera de ciertos juegos de poder…”
Y Fiorenza, su chica, que sólo obtiene dos fichas de cabina de teléfono: “¿Pero me aseguras que no son para droga?” “Me parece que con dos fichas es difícil comprar droga, pero de todos modos es un tipo de experiencia que no nos interesa”.
Y Cristiano, el clásico pringado del grupo, que topa con un romano romano romano: “Aó, llevas siete días dándome el coñazo….”
Hasta que Ruggero se encuentra con su padre, un romano de tomo y lomo. “¡Ah, pero has vuelto!¡Cómo has cambiado!” “Sí, quizá dentro he cambiado” “También la voz (se refiere al tono engolado característico) , pero al menos una llamada de teléfono…” “A menudo establecer algunos tipos de relaciones es bastante problemático” “¿Bastante qué?” “Problemático”.
Entonces le abraza y le soba y Ruggero se revuelve: “¡Basta con esta violencia!”. El padre le sugiere ir a tomar un café, porque si no llega a pasar por casualidad ni lo ve. “Pero cómo por casualidad, si sabías que estaba aquí, acéptalo, acéptalo…” Al final le convence para ir a casa a tomar el café. Ruggero llama a la chica, Fiorenza. “Como hemos establecido un principio de compartir todo, a este punto me parece justo dividir en dos este café”.
Luego, Mientras esperan que el padre haga una llamada Ruggero se lamenta: “¿Entiendes ahora por qué me fui de casa hace dos años?” “Hombre, la cara de fascista la tiene” “Ni siquiera fascista, ojalá lo fuera, al menos habría tomado partido en su vida…”. Luego siguen camino, mientras el padre, que antes ha vuelto a reírse de su extraño timbre de voz, ahora se ríe de las palabras que usa.
Como siempre en las películas italianas, es una ocasión para ver Roma: la Via Petroselli, al lado del Teatro Marcello, y luego, en la escena de la cabina, Pirámide.