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César Coca

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Robert Schumann, 200 años

Antes de los 12 años leía a Schiller, Byron y todos los grandes escritores románticos de su tiempo. A los 14 escribió un ensayo sobre la creación musical y poco después un par de novelas. Su padre, que había impulsado su vocación musical, murió cuando él tenía 16 años, y la madre lo empujó a matricularse en Derecho para que se garantizara una vida digna. Pero el muchacho dejó pronto la Universidad y se dedicó a la composición: es probable que no fuera la mejor decisión pensando en su estabilidad emocional pero el arte se lo agradecerá siempre. Robert Schumann, de cuyo nacimiento se cumplen 200 años mañana martes, logró ser uno de los más grandes, a costa de un gran sufrimiento personal. Quizá incluso a costa de su salud mental.

No hay en la Historia de la Música muchos compositores tan cultos como Schumann ni capaces de brillar en otras disciplinas. Él pudo haber sido un estupendo ensayista. De hecho, los textos que escribió son sencillamente brillantes. Tampoco ha habido muchos críticos con su clarividencia. Fue Schumann quien puso el foco sobre Chopin y Berlioz, y por supuesto sobre Brahms, a quien protegió como a un hijo.

Todo ello terminó mal: en la locura y una muerte temprana. Pero antes de que se sumiera en la oscuridad, Schumann había alcanzado la gloria tras caminar por el filo de la navaja. En realidad, le llegó por una vía inesperada: él quería ser un virtuoso del piano pero su carrera se frustró. Una versión, la más extendida, sostiene que diseñó un aparato para desarrollar la flexibilidad y dar más fuerza a sus dedos, pero que terminó por ocasionarle una lesión grave. Otra, menos caritativa, afirma que un medicamento a base de mercurio para tratar la sífilis -una enfermedad muy común en esos años, por falta de medidas higiénicas- agarrotó sus tendones y arruinó su carrera.

Así que se dedicó a la composición. No era una dedicación extraña, porque escribía música desde los siete años, alentado por un padre editor y un ambiente familiar de inusual nivel cultural para la época. Antes de los 20, el joven Schumann había conocido a los mejores intérpretes de su tiempo y recibía clases de Friedrich Wieck, un importante pedagogo.

La muerte de su hermano y su cuñada alteró su equilibrio psíquico y lo sumió en una larga depresión. Salió de ella gracias a un proyecto que lo acompañó el resto de su vida: una revista musical en la que se dedicó a promover nuevos valores y defender corrientes artísticas innovadoras.

Tenía 26 años cuando conoció a Clara Wieck, la hija de quien fuera su profesor. La muchacha, de 16, era una virtuosa del piano que ya había adquirido una cierta fama. El padre de ella se opuso radicalmente a la relación entre ambos y los jóvenes debieron recurrir a los tribunales para poder contraer matrimonio. Durante los pocos más de diez años de vida en común de los que disfrutaron, ella le dio ocho hijos y se convirtió en una abanderada de su música, incluso al precio de ocultar su propia obra -nada desdeñable- como compositora.

El Schumann más auténtico se encuentra en sus colecciones de obras breves para piano, como sucedió con Chopin. Casi la mitad de su catálogo se compone de piezas escritas para el teclado. Pero dejó también una serie de obras sinfónicas y de cámara muy notables: cuatro sinfonías densas en la línea del más puro romanticismo centroeuropeo, varias piezas para piano y cuerdas y tres conciertos para instrumento solista y orquesta. Dos de ellos, el de piano y el de violonchelo, están entre los mejores del repertorio; en cambio, es muy poco interpretado el de violín. Solo escribió una ópera, “Genoveva”, que no gozó de éxito alguno en su tiempo ni más tarde.

El destino de Schumann se torció sin remedio cuando tenía 35 años. A esa edad, las crisis en su salud mental se hicieron frecuentes y comenzó a obsesionarse: creía que iba a perecer víctima de cualquiera de las epidemias que circulaban por Europa, sufría alucinaciones y empezó a mostrar tendencias suicidas. De hecho, años después se arrojó al Rhin. Fue auxiliado justo a tiempo, pero nunca recuperó la lucidez, de manera que hubo de ser internado en un sanatorio cerca de Bonn, donde murió en 1856. Tenía solo 46 años.

Para entonces, Clara peleaba a brazo partido por dar a conocer en toda Europa la música de su esposo. Contaba además con la ayuda de un joven compositor que se lo debía casi todo a Schumann: se trata de Johannes Brahms, quien compuso su impresionante Concierto para piano y orquesta Nº 1 muy afectado por su intento de suicidio. Schumann forma parte así, junto a Chopin, Mendelssohn, Mozart, Arriaga y unos cuantos más, de la nómina de artistas desaparecidos prematuramente cuando parecían destinados a dejar una obra aún más importante.

(Publicado en el suplemento ‘Territorios’, el sábado 5 de junio de 2010)

Les dejo este vídeo con Rostropovich al chelo y Bernstein en la dirección, en el Concierto para violonchelo y orquesta. Es justo el arranque de la obra.