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Curry dorado

Yo soy muy de Curry. De Stephen, no del condimento de origen asiático. Bueno, de ese también, porque me pasa con los dos algo parecido. Si el segundo me vale para dar alegría a muchos platos, el juego del de Golden State me anima a ver cualquier partido de la franquicia de San Francisco.
Esta temporada me he vuelto muy de los Warriors, aunque mi corazoncito sigue perteneciendo a los Lakers desde los tiempos del ‘showtime’, con ‘Magic’ Johnson a la cabeza. Precisamente por eso me gustan, porque estos Golden State hacen un juego divertido, veloz, atrevido y espectacular, como aquel del Run TMC de Chris Mullin, Tim Hadaway y Mitch Richmond y con Don Nelson en el banquillo. Pero aquellos nunca llegaron donde estos, que se encuentran a las puertas del anillo.
En el Mundial del pasado verano, el de Akron (sí, como LeBron James) y Klay Thompson acabaron por ganarme. Al MVP de esta campaña ya lo conocía suficientemente bien, y sabía de la mortal puntería de su escudero. Pero viendo a esa enésima versión del ‘Dream Team’ a la que muchos auguraban la derrota ante España y que acabó arrasando, quedé prendado de la estética y la elegancia de un tipo capaz de anotar 37 puntos en un cuarto (récord histórico de la NBA) y de la técnica del ’30’ de la franquicia de la bahía de Oakland. Sólo por ver a estos dos merece la pena pagar mucho por una entrada y el ‘¡Oh!’ será de las pocas palabras que saldrán por tu boca si tienes la fortuna de verlos en directo.
Lo que Curry y compañía han logrado era inimaginable en un salvaje Oeste repleto de gallitos y se han convertido en el Barça o en ‘La Roja’ de la NBA. Steve Kerr ha apostado por imponer el talento de sus bajitos frente al músculo y los centímetros cuando peor le iban las cosas. Ante un imperial King James, que había llevado la serie final a su terreno y que había puesto el 2-1 a favor de Cleveland, el que fuera francotirador en los Bulls al servicio de Michael Jordan se atrevió a dejar atrás la táctica razonable y colocó Andre Iguodala en el cinco inicial en detrimento de su torre, Andrew Bogut. Es cierto que dejaron la puerta abierta al gigante ruso Mosgov, pero el técnico de los Warriors aceptó esta situación como un riesgo asumible a cambio de que sus jugones masacraran a unos Cavaliers que han fiado todo al ‘balones a Will’, a que LeBron juegue la mayoría de los minutos mientras sube el balón, rebotea, tira, anota y, muy de vez en cuando, pasa a sus compañeros, más súbditos que nunca.
Los de San Francisco, mientras tanto, brillan más en equipo (si eso se puede decir en la NBA, salvo excepciones de la norma como Spurs o Grizzlies), e incluso se les ve buscar ese pase extra que tanto se pide en Europa y que tan poco se lleva por tierras americanas.
Con el 2-2, Golden State parece haber recuperado el mando y la confianza en que, esta vez sí, van a hacer historia de la mano de su menuda estrella.
Porque Stephen es un matador con cara de niño. Un fenómeno envuelto de un cuerpo aparentemente frágil entre las moles rivales pero que casi siempre suele salir airoso de los combates cuerpo a cuerpo. No va al choque porque sabe que la posibilidad de salir dolorido es la más probable. Que corra el aire. Esquiva y supera adversarios mediante el bote, el quiebro y el engaño hasta hacerse con los centímetros necesarios para lanzar uno de sus letales triples o para encontrar el camino libre hacia el aro. Todo con una técnica exquisita y con el dominio absoluto de esas cosas que parecen tan obvias en jugadores de primer nivel pero que cada vez cuesta más ver ejecutar con acierto en la mejor liga del mundo: el bote, el pase y el tiro.

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