El DTM no es la Fórmula 1. Ni siquiera, para algunos, la GP2. Tendemos en España a minusvalorar las competiciones que no tienen tradición en nuestro país, obviando el enorme recorrido de público que arrastran en la mayor parte del resto de la geografía europea.
Conozco, salvo grandes aficionados al motor, poca gente que pueda decirme dos pilotos del DTM. Los Turismos nunca han llamado tanto la atención por estos lares como los monoplazas y menos un campeonato nacido y crecido en Alemania. Ni siquiera el espectacularísimo WTCC lleva gente a los circuitos.
Por eso, a pesar del ruido mediático en secciones específicas, pocos quizá sabrán que Miguel Molina estaba fuera en diciembre del equipo Audi después de tres años en el certamen. Y menos aún, posiblemente, que al final la marca lo ha repescado a última hora para darle una nueva oportunidad.
El motivo es tan sencillo como un cambio de reglamento. Los fines de semana de carrera se reducen a tan solo dos días sobre los tres habituales, lo que elimina las sesiones de los viernes. Y es ahí donde entra el español, más experimentado que la piloto a a que finalmente sustituirá.
Dice el director de la escudería que por ello será crucial la perfecta puesta a punto del bólido en un corto espacio de tiempo y ahí la experiencia de Molina ha llevado a cambiar la decisión ya tomada. Por eso estará presente en Hockenheim el cinco de mayo. Y podrá rodar sobre la nueve sede de Moscú.
Pero habrán notado que en ningún momento he hablado de trazados españoles. Y es que este año el campeonato alemán no pisará nuestro pais. Ni la presencia de Molina ni la de Roberto Merhi tienen tirón siquiera para llevar a algunos miles de personas a las gradas. Y hoy, tal como está el patio, nadie se arriesga a perder dinero organizando una carrera así.
Aunque en Alemania llene circuitos. Como ocurre con los campos de fútbol. Y aquí, mientras tanto, el deporte se vacía.