En Brasil pasó lo que tenía más probabilidades de ocurrir y Vettel ganó su tercer Mundial. Con solo tres puntos de diferencia, sí. Con una carrera loca, sí. Con suerte (o robustez derivada de una buena construcción de su coche) al ser arrollado en la primera vuelta. Pero remontando, no poniéndose nervioso y sabiendo contemporizar, también.
Aun así, no quiero analizar aquí la carrera de Interlagos, sino el por qué pienso que Alonso tiene gran culpa de haber obtenido tres subcampeonatos en lugar de cinco mundiales. Y, sobre todo, que los títulos le llegaran con Renault mientras con los peces gordos como Ferrari y McLaren ha sido incapaz de ganar. Por sus deméritos o los de sus equipos. Pero no ha podido hacerlo.
Partamos de una base: el asturiano lleva quejándose tres años de que su coche no es competitivo. Y no le falta razón. Aunque en dos temporadas ha llegado a la carrera final con opciones de triunfo. Y eso lo hace un pilotazo, pero también algo más. Dudo que con un Mercedes o un Williams hubiese podido ocurrir lo mismo.
Además, añadamos otro dato. Los dos Mundiales ganados con los franceses pueden ser considerados ‘milagros’. ¿Por qué? Porque ocurrió exactamente lo mismo que en 2012: su monoplaza no era el más rápido y comenzó haciendo grandes números para ir desinflándose poco a poco. Pero su fiabilidad y la incapacidad de los otros para poder remontar le dieron el galardón. Meritazo suyo. Pero también errores, humanos o mecánicos, de los demás. En definitiva, la esencia de la F1.
Un año más tarde se fue a McLaren. Y allí, seamos claros, él perdió el Mundial. Es cierto que hubo trato de favor a Hamilton. Pero no es menos verdad que si, en lugar de meterse en guerras internas, hubiera seguido su camino, era más piloto que el británico. Le aventajaba en todos los órdenes. Y simplemente centrado en lo suyo y no en guerras de egos se hubiese convertido (mucho antes que Vettel) en el tricampeón más joven de la historia.
Y ahora, cuando la historia de Renault se repite con Ferrari, resulta que el desenlace es distinto. Y justo en su época de madurez, donde ha dejado algunos rasgos de riesgo de lado para convertirlos en infalibilidad cuando debe afrontar situaciones adversas. El por qué, aun así, no hay que buscarlo en él sino en su equipo. En Renault, insisto, no conducía el mejor coche, pero estaba rodeado de ‘viejos lobos de mar’ que sabían cómo evolucionar un coche cuando las cosas iban mal. O, al menos, cómo no hacerlo involucionar.
Sin embargo, llegó a Italia y se encontró a Domenicali. Incapaz de reparar en tres años un túnel del viento defectuoso. Errático en las decisiones desde el muro. Cambiante en las estrategias de carrera, consensuadas con el piloto pero habitualmente no acertadas. Algo que en ningún caso habría ocurrido con Briatore. O con Jean Todt.
Al final, este repaso pretende ser un resumen rápido de la situación: Alonso perdió por su culpa un Mundial con McLaren. Y no ha ganado dos más con Ferrari porque, por muy bueno que seas, en una carrera de fondo acaba ganando el mejor. Por mucho que pelees con él hasta la última recta.
Red Bull empezó como la chata. Vettel estuvo a más de 50 puntos del español. Pero supo reinventarse. Evolucionar. Tener paciencia. Y volver a ganar. ¿Ocurrirá eso en algún momento con Ferrari? Con el staff de 2010-2012 es casi seguro que no. Y Alonso, por extraordinario que sea (que lo es) es muy posible que sigue perdiendo Mundiales a lomos del coche más mítico de la historia de la Fórmula 1.