En 2012, más que nunca, da la sensación de que el paso hacia la madurez de Dani Pedrosa es definitivo. Yo incluso diría que ya ocurrió hace un año, pero las dos lesiones consecutivas que se produjo entrenándose le impidieron pelear por un Mundial que perfectamente podía haber ganado. Exactamente como el que se disputa en estos momentos.
Del Dani fenómeno precoz hay poco que decir. En 125 y 250 centímetros cúbicos fue mejor, mucho mejor que los demás. Es cierto que tuvo mejor material, pero no es menos verdad que disponía de algo de lo que el resto de jovencitos adolecían: competitividad extrema. Forjada quizá con métodos que luego le han lastrado en su paso a MotoGP, pero fundamental para entender sus continuos éxitos hasta pelearse con los ‘mayores’.
Sin embargo, siempre ha subyacido una suerte de decepción respecto a sus resultados en la categoría reina. Se esperaba de él que fuera el primer español en ganar allí un título.Algo nada exagerado si se atisba a día de hoy que a sus todavía 26 años ya lleva siete subido encima de la moto más potente del Mundial. Crivillé estuvo nueve. Nada hace presagiar que no batirá sus registros.
En sus primeros años peleó, y muy bien, por convertirse en una buena alternativa y desbancar del número uno a sus compañeros de equipo. Lo consiguió. Un poco más tarde Honda se plegó a todos sus deseos y fue diseñando chasis absolutamente a su medida. Se topó con el mejor Rossi. De repente, sufrió como todos la irrupción de la Desmosedici de Stoner, del genio de Lorenzo y de nuevo de la agresividad del australiano. Y ahí sigue, visto más como el gran animador que como el ya eterno aspirante.
Pero algo ha cambiado en él desde hace dos años. Justo cuando empezó a poner nerviosos de verdad a sus rivales. Influenciado por la filosofía hosca de Alberto Puig, muy conveniente para llevarle a la cima pero lastrante en muchos otros momentos, Pedrosa fue siempre alguien poco cercano. Huraño en ocasiones. Y dejador de la sensación de tenerlo todo para disfrutar de su vida pero no estar nunca satisfecho con el resultado de la misma.
Y, aun así, parece haberle alcanzado la madurez. Sonríe más, se presta más a juegos de entrevistas y reportajes para llegar a sus seguidores, que son muchos. Ha adoptado su propia personalidad, eliminando un tanto por cien alto de la influencia de su mentor, aunque siempre siguiendo sus preceptos desde el máximo respeto. Y en el propio paddock, entre sus compañeros, tiene muchos más adeptos que su rival mallorquín.
Quizá haya conseguido absorber, a su manera, una lección de vida recibida por parte de mucha gente. Gente que se gasta el dinero que no tiene para comprar una entrada y seguirle porque eso sencillamente le hace feliz. Una felicidad interior que parece haber alcanzado a Dani. Y que le dibuja una sonrisa desconocida, que lucha cada día más por hacerse importante en sus gestos, y que podría convertirle por fin en campeón del Mundo de MotoGP.