Esta mañana me he despertado con la noticia de la muerte de José Ramón Berriozabal. Cuando me lo han dicho, me ha supuesto un flash increíble, porque era un hombre entrañable.
José Ramón era muy amigo mío, tuvimos mucha relación durante unos años. Era un hombre entrañable, un grandísimo cocinero y tenía un corazón enorme. Además, ejercía de bizkaino y de hincha del Athletic.
Precisamente, yo me casé en un restaurante de su propiedad, El Refor, en Amurrio. Él suspendió sus vacaciones para cocinar para mí. También coincidimos en una boda de un amigo común, en Sevilla, y creo que pocas veces lo he pasado tan bien como con él.
Hemos cocinado juntos en varios eventos gastronómicos y yo he comido en Ikea en muchas ocasiones. Él también visitaba Etxanobe, de hecho, una de las últimas veces que vino, le acompañó su hijo Sergio.
José Ramón se hizo famoso porque fue un innovador, hubo una temporada que trabajó con los carpaccios, que tuvo relación con la cocina japonesa. Pero al mismo tiempo, era un hombre de costumbres muy arraigadas, así que seguía haciendo la cocina bizkaina tan rica que hacía.
Hace poco consiguió una Estrella Michelin por su gestión de Ikea y yo fui de las primeras personas en llamarle para felicitarte. Le pregunté: “José Ramón, ¿qué ha pasado?” “No sé. Estoy sorprendido, pero encantado”, me dijo.
Cuando alguien muere parece que hay que hablar siempre bien de él. En este caso, nada más lejos de la realidad. Con José Ramón se nos ha ido un gran cocinero, un gran amigo y una gran persona.
(Foto: El Correo)