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Cuestión de pelotas

Las chicas no son solo guerreras cuando no están ellos

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Así, sí.

Hay una constante en la información deportiva en nuestro país que produce a la vez lástima y rabia. Y es la poca o nula atención que le prestamos a las deportistas femeninas españolas. El desequilibrio social y de atención que existe entre lo que gana y lo que aparece en medios un deportista hombre y una mujer es abismal y casi incomprensible.

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Hay una constante en la información deportiva en nuestro país que produce a la vez lástima y rabia. Y es la poca o nula atención que le prestamos a las deportistas femeninas españolas. El desequilibrio social y de atención que existe entre lo que gana y lo que aparece en medios un deportista hombre y una mujer es abismal y casi incomprensible.

Los 106×70 de un campo de fútbol son iguales para una mujer que para un hombre. Los 3,05 del aro de baloncesto están a la misma altura. Los 100 metros lisos tienen exactamente el mismo número de centímetros, y por alguna razón nos comportamos como si eso no fuese así.

Tenemos tan poco respeto a la labor de las deportistas, que nos creemos que tenemos que centrar la atención en sus cuerpos, no en su desempeño. De ahí propuestas tan rocambolescas como la de la creación de una Liga de Baloncesto en Lencería, que produce vergüenza por su mera existencia.

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Así que durante todo el año pasamos olímpicamente de las mujeres deportistas a no ser que se dopen o salgan desnudas, como en la contraportada del As. Pero luego llega el verano y resulta que las competiciones masculinas desaparecen o que los chicos pinchan miserablemente en el mundial de natación, y ellas conquistan 12 medallas. Y de pronto nos acordamos de que el deporte, todos los deportes, los practican personas de ambos sexos, con las mismas reglas pero distintas oportunidades. Que cruzar la línea de meta la primera cuesta el mismo sudor, la misma energía y la misma fuerza. O incluso más, porque ha de ser logrado con menos recursos. Y en ese momento es cuando tenemos que pararnos a reflexionar sobre qué estamos haciendo, o escribir posts como estos, que ojalá no fuesen necesarios pero que hoy por hoy siguen siendo imprescindibles.

Los 106×70 de un campo de fútbol son iguales para una mujer que para un hombre. Los 3,05 del aro de baloncesto están a la misma altura. Los 100 metros lisos tienen exactamente el mismo número de centímetros, y por alguna razón nos comportamos como si eso no fuese así.

Tenemos tan poco respeto a la labor de las deportistas, que nos creemos que tenemos que centrar la atención en sus cuerpos, no en su desempeño. De ahí propuestas tan rocambolescas como la de la creación de una Liga de Baloncesto en Lencería, que produce vergüenza por su mera existencia.

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Así, no.

Así que durante todo el año pasamos olímpicamente de las mujeres deportistas a no ser que se dopen o salgan desnudas, como en la contraportada del As. Pero luego llega el verano y resulta que las competiciones masculinas desaparecen o que los chicos pinchan miserablemente en el mundial de natación, y ellas conquistan 12 medallas. Y de pronto nos acordamos de que el deporte, todos los deportes, los practican personas de ambos sexos, con las mismas reglas pero distintas oportunidades. Que cruzar la línea de meta la primera cuesta el mismo sudor, la misma energía y la misma fuerza. O incluso más, porque ha de ser logrado con menos recursos. Y en ese momento es cuando tenemos que pararnos a reflexionar sobre qué estamos haciendo, o escribir posts como estos, que ojalá no fuesen necesarios pero que hoy por hoy siguen siendo imprescindibles.

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