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Itsaso Álvarez

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Charles Dickens y las mujeres

 

El novelista inglés Charles Dickens (1812-1870) engañó a la madre de sus diez hijos con una amante durante catorce años. Así lo revelaba en 1991 el libro de la historiadora Claire Tomalin ‘The invisible woman. The story of Nelly Ternan and Charles Dickens’. Por ello hay un aspecto de la biografía del autor que llama la atención. Al parecer, Dickens se embarcó durante más de una década en la promoción de una institución para “redimir”, en sus palabras, a las que llamaba “mujeres caídas”. Este eufemismo ocultaba la mención directa a las prostitutas, madres solteras, víctimas de delitos sexuales y otras formas de deshonra para la puritana pero hipócrita sociedad victoriana de la época. En otro libro, ‘Charles Dickens and the house of fallen women’ (Methuen. Londres, 2008), se cuentan los detalles de esta empresa.

Angela Burdett Coutts, heredera de una fortuna procedente de la banca y amiga del escritor, puso el dinero para la compra del hogar Urania Cottage (Urania era para los griegos la musa de la Astronomía y la Astrología, pero así se llamó este singular patronato), en Shepherds Bush (Londres), y Dickens fue el encargado de escribir en 1949 un formulario de invitación que decía así: “Sabéis lo que son las calles, lo crueles que son las compañías, los vicios que abundan, las consecuencias que pueden acarrear, sobre todo si sois jóvenes”. La profusa y dilatada correspondencia que Burdett Coutts sostuvo durante años con el novelista es una de las fuentes que ha permitido a la historiadora británica Jenny Hartley, de la Universidad de Roehampton, narrar la génesis y proceso de este hogar para ‘descarriadas’.

Y revelar detalles como que el ceremonial de ingreso en Urania Cottage exigía que la aspirante hiciese al autor de ‘La pequeña Dorrit’ un minucioso relato de su desgracia. Esta confidencia debía hacerse una sola vez. Posteriormente, la mujer se obligaba a guardar absoluto silencio para siempre sobre su pasado. Nadie más, ni el personal del instituto, ni sus compañeras, debían conocer las circunstancias de su ‘caída’. Cumplido este requisito, se la sometía a lo que Dickens llamaba una “domesticidad alternativa”; una rutina de laboriosidad y decoro, de oficios y destrezas hogareñas, tales como hornear el pan… En resumen, se la preparaba para el matrimonio.

Dickens aseguraba que solo utilizaba a las aspirantes para perfilar futuros personajes literarios. En una carta escrita en tono fraternal, íntimo y sin juzgarlas, las alentaba para que recondujeran sus vidas con frases del estilo de “créanme, ciertamente soy su amigo”.  Asimismo, llevaba celoso registro de las entrevistas, así como del desempeño, los progresos y fracasos de las pupilas en un volumen que característicamente llamó ‘Libro de casos’. Pero el fondo de la cuestión era discutible, según apuntan algunos biógrafos de Charles Dickens. Tras pasar unos meses en el refugio, las mujeres (unas cien fueron atendidas entre 1847 y 1859) eran obligadas a emigrar a Canadá o Australia, los acostumbrados basureros sociales del Imperio Británico.

(La foto es de Wikipedia Commons)

 

 

 

 

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