María la Judía, también conocida como María la Hebrea en latín, parece que vivió en Alejandría entre los siglos I y III de nuestra era.
Algunos han dudado de la verdadera existencia de este personaje que sobresale como una de las pocas mujeres entre los grandes sabios de la Antigüedad. Sin embargo, parece ser que ella existió y que fue una destacada alquimista. Sin duda sus extraordinarios conocimientos sobre la estructura, propiedades y transformaciones de la materia tuvieron que ser nada usuales para una mujer de su tiempo. Y aunque se sabe que hubo otras practicantes de este arte sagrado, a ella se la conoce como la maestra y hoy día se reconoce el valor de sus aportaciones a la ciencia química moderna.
María fue autora de importantes tratados alquímicos, pero la mayor parte de su obra, bastante extensa y que ella firmaba con el nombre de Miriam la Profetisa, podría haberse quemado en el segundo incendio de la biblioteca de Alejandría, aunque parte de sus escritos se conservan en extracto citados en las obras de autores masculinos. De esta forma sabemos que María la Judía escribió un manual con una pormenorizada descripción de todo un instrumental usado en los laboratorios egipcios de aquellos que practicaban el arte de khemeia. El escritor y alquimista Zósimo de Panópolis (siglos III-IV) es la fuente mas rica para conocer más sobre el trabajo de esta sabia. En una de sus obras encontramos la siguiente referencia a las teorías de María:
“Ella enseñó que el hombre se forma mediante la fusión de la oscura sangre de la menstruación con el esperma blanco, con lo cual surge el verdadero feto que lleva diez mil nombres, como germen, óvulo, homúnculo, recién nacido y otros”.
Apenas existen algunos fragmentos de su obra mas citada, y solo un manuscrito completo suyo, titulado ‘Discursos de la sapientísima María sobre la piedra filosofal’, se guarda en la Biblioteca nacional Francesa.
Uno de sus inventos es mundialmente famoso por su utilización en las labores culinarias: el famoso ‘balneum Maria’ (baño María). No se suele saber que este nombre se deriva de su inventora. Se trata de una especie de doble caldera, un método para aplicar calor a los cuerpos de una manera suave y uniforme, sin llegar nunca a la ebullición. Seguro que lo has usado para hacer un flan alguna vez.
Del mismo modo se desconoce que esta pionera de la química realizó varios inventos que han sido igualmente útiles en distintos campos. Entre los diferentes aparatos destinados a cocinar los elementos para transmutarlos que María la Judía ideó se encuentran el tribikos, una especie de alambique hecho de cobre utilizado para destilar líquidos, y el kerotakis u horno de María, un condensador de vapores, una especie de estufa para obtener aceites vegetales y colorear metales con vapores de mercurio y azufre. Sus descubrimientos también han encontrado utilidad en el arte, ya que ella realizó un preparado de sulfuro de plomo y cobre muy utilizado hoy en día como pigmento negro y que se conoce en una pintura como ‘negro de María’.
También hay algunas fuentes que apuntan que María la Judía podría haber sido la descubridora del ácido clorhídrico, un secreto teóricamente transmitido desde los tiempos en los que Moisés destruyó el becerro dorado.
(Fuente: Blog Igualitas)