Has tenido que oír y leer su historia estos días.
Malala Yousufzai, de 14 años, regresaba de la escuela, en el noroeste de Pakistán, cuando fue tiroteada por unos talibanes. ¿Su pecado? Hablar como una adulta y no callarse nada. Y en concreto, promover, a través de su blog, la educación femenina y criticar el comportamiento del grupo islamista radical cuando se apoderó del pintoresco valle de Swat, donde ella vivía, una región de Pakistán en la frontera con Afganistán donde las niñas se hacen mujeres muy pronto, casi siempre a golpes, maltratos y matrimonios impuestos . El New York Times contaba su historia y la de sus compañeras de clase en 2009 en un documental escalofriante. Ahora Malala se recupera en un hospital de Birmingham, en el centro de Inglaterra.
En la última semana, el lema ‘Soy Malala’, ‘I am Malala’, se repite en medio mundo en solidaridad con la niña que lucha contra un daño cerebral, convertida ya en símbolo del derecho a la educación de las mujeres paquistaníes. Un ejemplo de coraje.
En 2009, un edicto talibán prohibió la educación de las niñas en el valle de Swat. Fue entonces cuando Malala comenzó un diario virtual en urdu (lengua nacional de Pakistán) a través de un blog de la BBC (en inglés). Aquí, algunos extractos en castellano. Durante tres meses, el mundo fue testigo de sus relatos sobre el día a día bajo ese régimen. Su valentía le valió en su país el Premio Malala Nacional de Paz en su honor (al principio se llamó Premio Nacional de Paz para Jóvenes), un galardón que la sacó del anonimato y le dio reconocimiento internacional, aunque también la puso en la mira de los talibanes.
En Colomba también somos Malala.
(Las fotos son de AFP)