La profesora de Lengua castellana y Literatura Teresa Meana Suárez en un instituto de Valencia daba cuenta en una conferencia titulada ‘Sexismo en el lenguaje: apuntes básicos’ de las dificultades que las mujeres escritoras encuentran en su labor creadora. En ella encontramos algunas reflexiones de conocidas escritoras y algunas de las penalidades por las que pasaron, entre otras, Virginia Woolf, Jane Austen, Charlotte Brönte, María Moliner y Rosalía de Castro. “Pasará mucho tiempo antes de que una mujer pueda sentarse a escribir sin que surja un fantasma que debe ser asesinado”, dijo la propia Virginia Woolf (Gran Bretaña, 1882-1941).
En España, los libros publicados que están escritos por mujeres rondan el 10%, si se observan las listas editoriales. Y aunque probablemente algunos de los ejemplos que leemos a continuación ya están en parte superados, el dato da para pensar… Queda mucho camino por recorrer.
“Alguien se acordará de nosotras en el futuro”, dijo Safo (650-580 a.C.), la primera poetisa conocida de la historia. Nacida en la isla de Lesbos en Grecia, Platón la denominó ‘décima musa’. Safo cantó su amor a las mujeres sin tapujo alguno y fundó la primera universidad del mundo para mujeres. Pionera, pues, en darle a la mujer un sitio de crecimiento más allá de su función en el hogar como esposa y madre, aunque recibió numerosísimas críticas.
“Porque todavía no les es permitido a las mujeres escribir lo que sienten y lo que saben”. En 1859, Rosalía de Castro (1837-1885) explicaba así uno de los leitmotiv de su obra en el prólogo de su primera novela, ‘La hija del mar’. “No dejan pasar nunca la ocasión de decirte que las mujeres deben dejar la pluma y repasar los calcetines de sus maridos”, consideraba una de las principales figuras de la literatura gallega y española y una defensora temprana de los derechos de las mujeres.
Otras escritoras en la sombra fueron las hermanas Brontë. Charlotte (Gran Bretaña, 1816-1855), Emily (1818-1848) y Anne (1820-1849) se convirtieron por amor a la literatura en escritores y firmaban su obra como Currer, Ellis y Acton Bell. No fueron las únicas. Lo mismo hizo la española Cecilia Bölh de Faber (1796-1877), quien ha pasado a la historia de nuestra literatura como Fernán Caballero. Mary Ann Evans (1819-1880) usó el nombre de George Eliot para que se tomaran en serio su obra. La francesa Amandine Aurore Lucile Dupin (1804-1876) firmó como George Sand… En cambio, Emilia Pardo Bazán (1851-1921) fue muy criticada porque jamás quiso ocultar su identidad.