Todos llevamos contaminantes en nuestro cuerpo. Hemos fabricado, extraído de la tierra o del mar y distribuido por todo el mundo miles y miles de productos químicos, la mayoría no biológicos, muchos no biodegradables y algunos peligrosos para nuestra salud y para el ambiente. Es inevitable que ya formen parte de nosotros. Cuáles son y en qué cantidad los llevamos cada uno de nosotros depende de la susceptibilidad genética de cada uno, de nuestro estilo de vida y de la exposición ambiental, es decir, de dónde y cómo los tenemos presentes en nuestro entorno más inmediato. Hay una hipótesis, llamada de la justicia ambiental, que propone que los riesgos físicos y químicos que vienen del ambiente afectan mucho más, de manera desproporcionada, al los que viven en un ambiente más difícil, más problemático, o sea, a las clases sociales más bajas y con menos ingresos. Es decir, con menos ingresos y más pobreza, más contaminantes en el entorno y más población afectada. Hay, por tanto, una relación inversa entre el estatus socioeconómico y la exposición a contaminantes. Esto es lo que estudian Jessica Tyrrell y su grupo, de la Universidad de Exeter, en Inglaterra, con datos de la Encuesta Nacional sobre Salud y Nutrición de Estados Unidos (NHANES, U.S. National Health and Nutririon Examination Survey).
Utilizan los datos de cinco encuestas NHANES, de 2001 a 2010, y los relacionan con 179 tóxicos. En las encuestas, además de los datos habituales, se pregunta por los ingresos y se toman muestras de sangre y orina. En total, son algo más de 21000 voluntarios, con edades de 18 a 74 años, una edad media de 42 años, y mitad y mitad de hombres y mujeres.
Las personas con mayores ingresos tienen, en sangre y orina, cantidades significativas de, entre otros productos, mercurio, arsénico, cesio, talio, ftalatos y benzofenona (componente esencial de los protectores solares). Y en personas con pocos ingresos destacan arsénico, ftalatos, cesio, mercurio, talio y benzofenona. Como ven, la mayoría de los contaminantes más significativos afectan por igual a ricos y a pobres, aunque las concentraciones varíen según el entorno y el modo de vida.
Los autores relacionan varios de estos contaminantes con la dieta, por ejemplo, el mercurio y el pescado, a otros, como el cadmio y el plomo, con el tabaco, a la benzofenona con el uso de protector solar y los ftalatos con los envases de plástico.
*Tyrrell, J. y 4 colaboradores. 2013. Associations between socioeconomic status and environmental toxicant concentrations in adults in the USA: NHANES 2001-2010. Environment International 59: 328-335.