En 1879, en Los quinientos millones de la Begún, Julio Verne describió así las cercanías de una ciudad industrial:
Los caminos, pavimentados de cenizas y de coque se enrollan a los flancos de las montañas. Bajo los macizos de hierbas amarillentas, montoncitos de escorias, refulgentes con todos los colores del prisma, brillan como ojos de basilisco. Aquí y allá, antiguos pozos de mina abandonados, resquebrajados por las lluvias, desfigurados por las zarzas, abren sus grandes bocas -abismos sin fondo- semejantes a cráteres de volcanes extintos. El aire está cargado de humo, y pesa como un manto sobre la tierra. Ni un pájaro lo atraviesa; los mismos insectos parecen huirle, y el hombre no recuerda haber visto ninguna mariposa.
Julio Verne fue un adelantado, en esto como en tantas otras cosas: el paisaje destruído, vertidos de escorias y coque, sólo algunas especies vegetales, aire contaminado, no hay animales, ni siquiera insectos,…
*Edición del Círculo de Lectores. Barcelona. 195 pp. 1993. (p. 55.).