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El mirador del indiano

Todo se andará

La represión que ha puesto en práctica el dictador Nicolás Maduro luego del masivo fraude cometido, es una reacción típica de cualquier totalitario que se siente amenazado y de alguna manera perdido.

Todos los gobiernos del planeta tierra (salvo las típicas y por fortuna pocas ovejas negras que todos conocemos) han puesto a prueba su condición democrática al aceptar, o no, los resultados de las últimas elecciones de Venezuela.

Unos lo han hecho de forma tajante y sin reservas. Otros, con esa desgana crónica que siempre han mostrado al tratar las cuestiones relativas a la libertad de expresión, a los derechos humanos y al grado de calidad democrática que dicen profesar. Y otros (por fortuna media docena) que sencillamente nada tienen que ver con todo lo anterior, y para los que las palabras libertal y democracia no existen.

Maduro tiene prácticamente controlados todos los medios de comunicación, pero lo hace en función de un objetivo principal: ocultar el empobrecimiento ruinoso del país, no de solucionarlo. Esta es la primera evidencia de lo que ha venido ocurriendo en los últimos 25 años. Si se deja que la pandilla mafiosa siga teniendo secuestrada la nación entera, dejaremos morir a la sociedad activa, decente, creadora, competitiva y capaz de controlar a ese enemigo secular: el comunismo disfrazado.

Las múltiples movilizaciones que vienen produciéndose a lo largo y ancho del país, al margen del atraco que han supuesto estas elecciones, ratifican la miseria y la destrucción nacional que todos los venezolanos padecen. La denuncia en sí misma configura una reiteración de argumentos que en el fondo es una demanda sobre lo sabido.

Son actos que, solo en magnitudes como la huelga general de la que me ocuparé más abajo, cumplen la función que se esconde en la particularidad de cada quien, de cada una de las víctimas de una nación destrozada.

¿Cómo podrá sostenerse ese dictador, si tiene ante sí, una masa decidida a echarlo? Tiene una sola posibilidad, y él lo sabe: un apoyo total y permanente de la fuerza militar. A esa circunstancia es a la que se refiere, cuando amenaza con una guerra civil. Lo insólito es que sea el propio presidente quien aluda esa posibilidad, y lo hace porque sabe que esa contingencia, ese quiebre, es un hecho que ya viene dándose.

Cuando se habla de guerra civil, siempre pensamos en acontecimientos históricos no tan lejanos, de montoneras delicuenciales oportunistas que se aprovechan del caos. Es inevitable pensar en otro “Caracazo”, pero esta vez sería un “Venezolanazo” total, una situación de violencia generalizada, todos armados, todos contra todos, protegiendo sus vidas y bienes de los saqueadores, atracadores y hampa común, sin más ley que la que sale de las pistolas.

En todo caso, partiendo de lo visto hasta hoy en este drama venezolano, deberíamos pasearnos por la idea de dar algunos pasos más allá de la denuncia. Creo que todo lo hasta ahora hecho, debería confluir en un paro general indefinido.

El desenlace final fluirá de los cuarteles, qué duda cabe, probablemente será un hecho no inmediato, sin embargo, es un lance eventual esencialmente definitivo si queremos salir de este desastre.

Una fuerza armada debe actuar, es la única alternativa, Maduro no va a ceder y, si no lo hace él lo tiene que hacer una entidad superior. Lo excelente sería una fuerza internacional de cascos azules promovida por la ONU, pero ese hecho no sucederá. En cuyo caso, será el pueblo que lo sufre, quien actuará con uniforme o sin él.

El universo político democrático y social, capacitado y decente que representan María Corina Machado y Edmundo González, serán los llamados a reconstruir una nación totalmente destrozada.

Todo se andará…Amén

Cantaclaro

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Sobre Venezuela en estos infaustos tiempos de supuesta revolución...

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