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Nadie hubiera podido imaginar, como protagonista de algún libro de viajes, a un personaje tan novelesco como el sujeto que les acerco hoy aquí.
Y es que este hombre tan singular, duro como la piedra y sus dos metros de alzada, fue un híbrido con muchas “adicciones” entre las que sobresalían a partes iguales, los libros, las armas, las putas y las encopetadas damas victorianas.
El personaje al que me refiero, fue en efecto un ser plagado de contrastes, que para los tiempos que le tocaron vivir, resultaban todos ellos mucho “camisón para Petra”… cuando Petra era nada menos que el “estirado” Imperio Británico de aquellos días.
En efecto, no se le podría negar ninguno de sus “defectos”, pero si pretendemos ser justos en nuestros juicios de valor (que no condenas), no podemos dejar de reconocer sus inmensas virtudes y hechos que le dieron un destacado lugar en la historia de su patria británica y universal.
Tengo el gusto de presentarles al protagonista de hoy.
Richard Francis Burton
Nació un 18 de marzo de 1821 en Torquai (Devon Inglaterra). Inició sus estudios en el Trinity College de Oxford, pero fue expulsado por indisciplinado y “problemático”.
Allí aprendió árabe, ocultismo y esgrima, arte que le valió para ser reconocido como uno de los mejores espadachines de todo el Imperio. Se alistó en el ejército y sirvió en la Compañía Británica de las Indias Orientales.
Consumado políglota, fue capaz de aprender 32 idiomas y otros tantos dialectos. Se decía, lo divertido que era verle conversar con algún diplomático de cuanquier remoto y desconocido país, cuyo idioma lo dominaba mucho mejor que su interlocutor nativo.
Tales eran sus dotes lingüísticas, que tradujo El Corán del árabe al inglés, y la Biblia del inglés al árabe. Otro de sus éxitos fue también la traducción de los 17 volúmenes de “Las mil y una noches”. Obras como su “clandestino” Kama Sutra, fueron moda y modo de alegrar la existencia de muchos británicos de la época.
Aventurero y granuja, tuvo la osadía de adentrarse disfrazado de árabe en ciudades musulmanas prohibidas para los occidentales, entre ellas La Meca (ciudad sagrada del Islam). Demás está decir, que de haber sido descubierto, ello hubiera significado su inmediata ejecución.
En 1857 emprendió una expedición cuyo propósito era encontrar el nacimiento del río Nilo, en cuyo transcurso descubrió el lago Tanganica.
Fue uno de los expertos en África de mayor importancia en la Inglaterra victoriana del siglo XIX. En una época en que ese continente era llamado “la tumba del hombre blanco” por su condición hostil y prácticamente desconocido en occidente.
Tras su muerte, acaecida en Trieste el 20 de octubre de 1890, en un ataque de puritanismo victoriano, su mujer quemó todos sus diarios y documentos importantes para impedir que se supiera más sobre su azarosa vida, perdiéndose así, sus grandes tesoros literarios.
La extraordinaria vida de Burton, marcada por sus constantes hazañas, le emplaza por derecho propio como uno de los más grandes e intrépidos aventureros de todos los tiempos.
Hay personas cuya vida sería digna de una magnífica novela de viajes y aventuras.
Richard Francis Burton podría ser una de ellas.
Cantaclaro
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