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Con el correr indetenible de los años, y dado que adquirimos nuestras ideas y convicciones a lo largo de ellos, he llegado a la conclusión de que uno (al menos en política) no debe identificarse con nada ni con nadie para siempre.
Que el “para siempre” no forma parte del credo político del ser humano. Que así como ocurre con la alegría o la tristeza, la actividad política en sí, está condicionada y se conforma por momentos, por situaciones, por la circunstancia en que se producen, por el lente conque se miren las cosas, por la cantidad y calidad de información que uno posea, y por la experiencia, formación, cultura e intelecto para de ser ello posible… interpretarla.
En lo que se refiere a mi “ideario político”, hace ya muchos años que dejaron de importarme las siglas, los colores, las ideologías… asumí como modelo el sentido común, la racionalidad y la coherencia con lo que uno es o cree ser.
De todo ello se desprende mi, de alguna manera, desencanto con la política en “minúsculas”, habida cuenta de que la GRAN POLITICA en mayúsculas ya no existe.
Adoptando como patrón un pragmatismo interesado y radical. Como lo dijera el célebre Deng Xiaoping incondicional de la realpolitik: me importa muy poco el color del gato, lo que me importa es que cace ratones.
Cantaclaro
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