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Ayer
El pasado 16 de este mes, se cumplieron 60 años del espeluznante capítulo de terror llamado “Crisis de los misiles”. Un evento en el que se rozó la guerra nuclear entre la Unión Soviética y Estados Unidos después de que Moscú decidiera desplegar misiles nucleares en Cuba. Fue el episodio más terrorífico de cuantos hubo en aquella saga que duró casi cinco décadas: La Guerra Fría.
Una buena mañana el presidente de EEUU John F. Kennedy habló por televisión para revelar a su país y al mundo, la existencia de misiles soviéticos en Cuba y anunciar su decisión de imponer un cerco naval alrededor de la isla.
Detalló en su mensaje que la Unión Soviética había instalado 42 dispositivos con capacidad de cargar cabezas nucleares y le advirtió a su pueblo que quizás tuviera que pagar, otra vez, “el precio de la libertad”, en obvia referencia a la incorporación de la nación norteamericana a las fuerzas aliadas en la Segunda Guerra Mundial.
La tensión crecía hora a hora y sólo un espacio de diálogo podría evitar el enfrentamiento a nivel mundial con uso de armas atómicas.
Un día después la Organización de Estados Americanos (OEA) impuso sanciones al gobierno cubano y aprobaba el bloqueo naval para impedir la llegada de buques soviéticos a la isla.
Ante la perspectiva del inicio de una guerra abierta, días después, Kruschev le comunicó a Kennedy que retiraría sus misiles si el gobierno estadounidense renunciaba a derrocar a Fidel Castro.
La aventura Castro-Soviética se resolvió tras un acuerdo in extremis entre Kennedy y Kruschev a los 13 días del inicio de la crisis.
El gobierno de EEUU puso fin a sus patrullajes navales y acto seguido, el Kremlin le informaba a Castro del retiro de los misiles y que su presencia militar en la isla quedaría limitada a armamento defensivo convencional.
Curiosamente, a pesar de que los misiles de la discordia estaban localizados en suelo cubano, la negociación fue entre EEUU y la URSS. El gobierno de Cuba quedó sin vela en el entierro, totalmente excluido, humillado y castigado en el rincón.
Fidel Castro aprendió así que Cuba sería como el resto de los países dominados por la URSS del mundo, es decir, apenas un destinatario receptor que debería poner buena cara a las decisiones tomadas por sus “patrones” del Kremlin.
Así terminaron aquellas 2 semanas de miedo, ansiedad y mal dormir…
Hoy
A casi 8 meses de lanzar Rusia su tal “Operación Especial” contra Ucrania, parece que las cosas se asemejan más al viejo chiste de aquél burro que pensaba una cosa pero el que lo montaba, pensaba otra.
En un principio el nuevo Zar Vladimir Putin, creyó y así lo dijo, que Kiev podría caer en pocos días. Para ello puso a rodar una interminable caravana de carros de combate, destinados a meterle el miedo en el cuerpo a los ucranianos, poner cerco a la capital, obligar al presidente Volodímir Zelenski a montarse en el avión y acto seguido nombrar otro presidente títere como el carnicero bielorruso Lukashenko.
Pero así como decía más arriba, como una cosa es lo que piensa el burro y otra el que lo monta, nada de lo que el zar ideó ha sucedido.
Ante la resistencia de los “miedosos” los duros osos del este han sembrado Ucrania de chatarra calcinada, pero matando a todo ser de pluma, pelo o escama que se haya puesto a tiro. Ni qué decir de la escombrera en que han convertido sus ciudades.
La cosa es que como los combatientes que defienden su país están armados y saben lo que hacen, los rusos de Rusia, los chechenos de Chechenia, los Unos paisanos de Atila y los otros… (me perdonan la expresión), también están cayendo como moscas.
Hoy, Putin y Zelenski están más preocupados y ocupados en cómo ganar que en cómo detener esta carnicería y negociar un acuerdo. Mientras cada uno piense que es posible ganar, los incentivos a negociar serán más bien bajos. Y mientras cada uno crea que aumentando la presión militar conseguirá mejores resultados que en la paz, la etapa de negociación estará lejos.
En este embrollo sangriento en que se ha convertido la guerra de Ucrania hay una paradoja:
Putin invadió y quiso la guerra, bajo la premisa de recuperar de alguna manera su perdida influencia política, particularmente en Europa y Asia.
Pero visto el comportamiento y reacción de la inmensa mayoría de países del mundo, todo apunta a que tanto si “pierde como si gana su guerra”, terminará más pobre, más endeudado, más aislado, más apestado, más despreciado y más dependiente de China de lo que estaba antes.
Sorpresas que da la vida…
Cantaclaro