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Hace mucho tiempo, en un lugar muy lejano los montes comenzaron a hacer ruido y a dar señales como si fueran a parir. Los hombres de aquellos tiempos, que nunca habían visto un suceso semejante, pasaban los días esperando que ese parto llegara y lo hacían con miedo y gran expectativa por hecho tan singular. Entre unos y otros se cruzaban rumores acerca de qué terminarían por parir los montes. Llegó el día y resultó que después de tanto alboroto el fruto del parto consistió en un mísero ratón.
Esopo (Fábula-Grecia Antigua)
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Muchos pensábamos que nuestra capacidad de asombro respecto al régimen dictatorial chavista-madurista-cubanoide que asola Venezuela, estaba ya más que completa. Pero lo que ha parido el chófer de autobús “Presidente” hace unos días, es de una torpeza tal que ni el otro Nicolás, el Maquiavelo, hubiera jamás ni siquiera imaginado.
Acorralado por la presión internacional, execrado masivamente por sus compatriotas, con la asistencia “in extremis” del Vaticano y un trío de ex presidentes “jalabolas” (Zapatero, Torrijos, Fernández), Maduro no tenía sino una opción: aceptar algunas concesiones para al menos disimular en algo su dictadura y ganar tiempo, es decir “cambiar para que nada cambie”.
Días atrás, veinticinco años después de que Alberto Fujimori (hoy cumpliendo condena de 25 años en prisión por sus delitos de lesa humanidad) en Perú, aduciendo que no le dejaba gobernar cerrase el Congreso, Maduro se ha quitado la careta y ha ejecutado un autogolpe de Estado a imagen y semejanza del dado por el nipón-peruano, episodio de una torpeza tan extraordinaria que le abre definitivamente la puerta de salida del poder que usurpa ilegalmente desde hace cuatro años.
Es de tal grado la estupidez de reproducir el “Fujimorazo”, que una parida de esta naturaleza solo ha podido ser producto de una inteligencia portentosa como la que “sufre” el heredero a dedo de aquel otro erudito ya fallecido. Lo que intentaron Maduro y sus caciques mafiosos fue implantar en Venezuela la fotocopia del tratado cubano de dominación política, donde como es sabido, no hay elecciones ni tampoco parlamento.
Es un error histórico que equivale a un suicidio político, ninguna democracia es creíble sin un Congreso, una justicia independiente y una prensa libre, por eso, Venezuela que ya era una dictadura desde los tiempos de Chávez, se ha convertido ahora de modo “oficial”, incluso a los ojos de quienes la defendían en la comunidad internacional, en un país impresentable, indefendible y apestado.
La verdadera razón del autogolpe no es tanto porque a Maduro le molestase que el Congreso estuviera dominado por la oposición, sino que veía con verdadero pavor unas elecciones que permitirían al pueblo expresar su enorme descontento y sacar a gorrazos del poder a los usurpadores e incapaces como él.
Con las nuevas facultades que le ha concedido el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) postrado de rodillas, la “lumbrera” que ejerce (supuestamente) la presidencia en Venezuela, ahora podrá alegar que por razones de seguridad nacional, se suspenden indefinidamente las elecciones de gobernadores, legislativas y hasta presidenciales.
En esto, y en casi todo lo demás, Maduro ha resultado un pésimo discípulo de Chávez, quien, siendo un dictador con apoyo popular en sus primeros años, entendió sin embargo, que para sostener su autocracia era necesario convocar a elecciones con bastante frecuencia, y ganarlas con trampa o sin ella, y si las perdía las convocaba nuevamente, asegurándose de hacer mejor el fraude.
¿Podrá Maduro sostenerse en el poder sin convocar a elecciones? Desde luego que no. Una importante facción del chavismo estaba a favor de llamar a un revocatorio y luego amañarlo discretamente con la ayuda inestimable de la inteligencia cubana, de modo que la oposición ganase pero no con los votos suficientes para sacarlos del poder.
Esto hubiera sido de inmensa utilidad para los chavistas que querían dar la apariencia de que Venezuela es una democracia, pero era demasiado pedirle a un incompetente y camorrista como Maduro. Ahora ni sus incondicionales “desinteresados” partidarios pueden decirle al mundo, sin que se les caiga la cara de vergüenza, que Venezuela es una democracia y que la mayoría sigue siendo chavista. Nadie, ni el más tonto de ellos (de haber alguno) se lo creen.
Es importante y urgente que la oposición se depure y mantenga unida. Que convoque a la gente a protestar en las calles.
Si la población sale masivamente a las calles, las fuerzas del orden se negarán a reprimir multitudes milloranias, acabarán plegándose del lado del país democrático y la dictadura caerá más temprano que tarde.
Pero para forzar a los militares y la policía a tomar partido y elegir entre libertad o tiranía, es imprescindible que la Venezuela democrática muestre su fortaleza en las calles.
Ese llamado “proceso” (especialista del robo y la simulación), siempre ha justificado sus fechorías criminalizando a todo aquél que hubiera osado revelar o protestar por sus desmanes. No hace mucho todos eran “traidores a la patria”, ahora todos son “terroristas”.
Pero el argumento de que no conviene salir a protestar porque ocurrirán hechos de violencia, juega a favor de la dictadura, que por supuesto, quiere instalar la cultura del miedo entre los ciudadanos que le son desafectos e insubordinados.
Al mismo tiempo, es indispensable que los países más importantes de América, desde Canadá hasta la Argentina, no vacilen en condenar a la dictadura venezolana, imponerle unas sanciones severas y exigir un calendario electoral. El trabajo en este sentido de Luis Almagro, secretario general de la OEA, ha sido brillante y de importancia capital. (*)
¿Cual sería el papel de Donald Trump para ayudar a liquidar la dictadura madurista? Por decir solo dos cosas que pueden sonar extremas, pero teniendo en cuenta que a una mugrienta dictadura extrema habría que aplicarle un “detergente extremo,” podría: primero, ordenar que no se compre un solo barril de petróleo a Venezuela y segundo, ejecutar una operación relámpago como la que liquidó a Bin Laden, o como la que más recientemente “enjauló” al Chapo Guzmán.
Que entre a saco de madrugada un comando élite y capture como mínimo (hay varios más) a Diosdado Cabello (actual Vicepresidente del PSUV ficha clave de la dictadura) y a Tareck El Aissami (actual Vicepresidente), los mayores narcotraficantes venezolanos, ambos solicitados por la DEA e INTERPOL y los ponga a buen recaudo ante los tribunales estadounidenses e internacionales.
Maduro tiene, hoy más que nunca, los días contados, pero para acelerar su caída es urgente que los venezolanos protesten en las calles, los militares decidan de qué lado de la historia quieren estar, los países de América y el Mundo le den una sonora bofetada diplomática a ese inepto cretino y la inteligencia de los Estados Unidos se decida a actuar en serio, neutralizando el trabajo perverso que cumplen, desde el golpe fallido de 2002, los miles de “cooperantes” mercenarios cubanos que tienen atrapado a Maduro en la telaraña que le han tejido pacientemente durante todos estos años.
Quiero terminar estas líneas, retractándome y ofreciendo mis disculpas por lo dicho en una nota anterior, donde me refería al “aparente patarrolismo” de la población ante los dislates de esa dictadura criminal dedo-heredada cuyo nombre, Revolución y apellido Bolivariana, ni es revolución, ni es bolivariana, ni es nada.
Al día de hoy, no puedo sino manifestar mi admiración y respeto por esos (hombres, mujeres, jóvenes, mayores, enfermos y hasta discapacitados) que vemos a diario arriesgar y perder sus vidas en las incendiadas calles de Venezuela. Es conmovedor el ejemplo que brindan al mundo. Decidido y valeroso desempeño de resistencia que como único norte guía sus pasos hacia la libertad.
Cantaclaro
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(*) José Miguel Insulza, anterior secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), claudicó de forma vergonzosamente entreguista, a las presiones y compra de apoyos-voluntades del gobierno “ricachón” de Hugo Chávez. Durante su gestión, la organización interamericana fue un organismo de “autistas” que no se enteraban de los desmanes del dictador venezolano.
La llegada del ex-canciller uruguayo a la presidencia de la institución cambió radicalmente las cosas. Hoy Luís Almagro (valorado como el mejor Secretario General de la OEA desde su fundación en 1948) es digno acreedor de especial reconocimiento por ser una de las voces internacionales más críticas con Maduro y su comparsa de secuaces.
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