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Fue un 1º de septiembre de 1969 cuando el anciano rey Idris de Libia, encontrándose en Turquía tomando las aguas para aliviar su reumatismo, es depuesto por un grupo de jóvenes oficiales del ejército mediante cruento golpe de estado. El resultado de aquella escaramuza trajo el derrocamiento de un rey supuestamente pro occidental y el advenimiento de un desconocido y extraño personaje, un joven oficial llamado Muamar el-Gadafi.
Trágica opereta
Este estrambótico sujeto del desierto petrolero africano, estaba llamado a ser un importante foco de atención tanto para occidente como para el mundo árabe en los siguientes 42 años. Este personaje de tragedia y risa, con sus trajes estrafalarios, su narcisismo incurable y su exhibicionismo de nuevo rico, ha atormentando a su pueblo por casi medio siglo y es un corrupto de marca mayor, junto a su familia y asociados (*). Impetuoso, místico y caprichoso, el beduino libio fascinó por mucho tiempo a buena parte de la prensa europea y norteamericana. Su Libro Verde pasó a ser moda y formó parte de la literatura tercermundista de la época.
Gadafi estableció un régimen que denominó como socialista, panárabe, antioccidental y antiisraelí. Proclamó la Yamahiriya (república de las masas) una especie de gobierno directo y protagónico por parte (faltaría más) del pueblo. Libia pasó a ser el centro de erupción de cuanta causa anti imperialista, anti capitalista, anti sistema y anti occidental hubiera. Trípoli se convirtió por varias décadas en el lugar predilecto de “peregrinación” de muchos de los revolucionarios, fundamentalistas, terroristas (o aspirantes a serlo) de extrema izquierda del planeta, quienes encontraron refugio, armas, dinero y entrenamiento.
Con poco más de seis millones de habitantes Libia era el principal productor de petróleo de la cuenca del Mediterráneo al oeste de Suez. Hasta 1981 el 40% del petróleo libio alimentaba la maquinaria industrial de EEUU y Gadafi hizo uso y abuso de ese poder.
Este otro iluminado intervino directa y abiertamente en la vida política interna de más de veinte países de África y Medio Oriente. Fue aliado de lo más granado de la satrapía criminal del momento desde Idi Amim hasta Hugo Chávez pasando por Mugabe, Zenawi, Museveni, El Bashir, Ahmadineyad, Al Assad (padre e hijo) etc. etc.
Este pobre loco (no por loco menos peligroso) invadió Chad, estuvo directamente implicado en los atentados de los aeropuertos de Viena y Roma en 1985, en la discoteca Belle de Berlin, en los vuelos 103 de Pan Am (Lockerbie) y 772 de UTA (Niger) etc. etc…
Este comediante criminal, patrocinó gran parte del terrorismo internacional hasta que en 1986 Ronald Reagan, quien lo consideraba el hombre más peligroso del mundo, ordenó bombardear Trípoli y Bengasi en represalia al atentado contra la discoteca de Berlín, instalación esta frecuentada por marines estadounidenses donde murieron tres militares y más de un centenar resultaron gravemente heridos.
A partir de entonces se percibe un cambio. El otrora anti occidental por antonomasia se va acercando progresivamente a las potencias occidentales: asume la responsabilidad por los atentados, paga indemnizaciones a las víctimas, reparte a manos llenas contratos para la explotación de crudo a las transnacionales del petróleo e incluso apoya la “guerra contra el terrorismo” de George W. Bush. En compensación a lo anterior Estados Unidos y la Unión Europea restablecen relaciones diplomáticas.
Este grotesco elemento, pudo dar esos espectaculares giros en la política mundial gracias al petroleo que tenía para pagarlo. En 2010 Libia era el decimoséptimo productor mundial, pero su cercanía a los clientes europeos acrecentaba enormemente su importancia.
El petróleo le permitió comprar el “aparente apoyo” de las potencias occidentales, pero cuando la situación (efecto dominó) cambió aprovecharon la oportunidad para cobrarse viejas facturas guardadas.
Hasta el reino de Arabia Saudita se apresuró en suplir el millón de barriles de crudo que el conflicto libio había dejado fuera del mercado mundial, con lo que anuló la mejor arma de Gadafi.
Conclusión
Siempre se ha dicho que en politica no hay amigos que lo que hay son intereses. Este es otro caso donde queda demostrada tal afirmación. Todos los gobiernos que como quien dice ayer apoyaban al iluminado camellero libio, hoy se apresuran a reconocer al gobierno de los rebeldes.
Otros como los hermanos Castro guardan un prudente pero sonoro silencio desde la Habana. Los chinos que prestan dinero a cambio de cargamentos de petróleo a futuro y los rusos, que suministran armas, se pronuncian a favor del inminente cambio en el poder.
Mientras tanto el comandante del micrófono venezolano, el mismo que condecoró con la máxima distinción que se puede otorgar en ese país, regalandole además una réplica de la espada del Libertador, debe de estar pensando como pedir que le devuelvan ambas distinciones.
Es difícil encontrar (aunque hay varios que se le aproximan mucho) un gobernante que haya llevado la desvergüenza, el descaro, la mentira y el cinismo, a los extremos de Muamar Gadafi, pero esto tampoco lo ha salvado. Esa mezcla de cinismo y petróleo fue muy eficaz para mantenerse en el poder, hasta que un buen día dejó de servir…Mi enemigo del pasado puede ser mi amigo hoy, pero si las circunstancias son propicias no dejaré de recordar que me debe tal factura y pasaré a cobrarla.
Los espejos en que se miran esos viejos y nuevos “iluminados tropicales” hace ya tiempo que reflejan las arenas de Libia.
Cantaclaro
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(*) Bajo la tirania de este ladrón mayor y asesino consuetudinario Libia se convirtió en un feudo personal de él y de sus hijos. Ha construido un vasto imperio financiero de colosales dimensiones. Tiene cuentas bancarias secretas en Suiza, Dubai, sureste de Asia y países del Golfo Pérsico. Es el 5º inversionista de la bolsa de Milán, es importante accionista del Juventus de Turin, del UniCredit Bank y Royal Bank of Scotland, de la editorial Pearson (propietaria del diario Financial Times) del gigante metalúrgico ruso RusAL, de la armamentística Finmeccanica, de Fiat, etc. etc. Tiene inversiones cuantiosas en Inglaterra, EEUU y otros países y sus “ahorros” se cuentan por decenas de miles de millones.
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