Hace unos días, El Correo publicaba la noticia de que el Parlamento vasco, con los votos de PNV, EA, PSE y Aralar, decidía obligar al Gobierno vasco a revisar su plan de energía eólica y a paralizar, durante los seis meses que debe durar ese trabajo, la concesión de licencias para la instalación de nuevos parques. La situación que se crea, fruto de las profundas divergencias existentes entre los gobiernos forales y municipales por un lado, y el Ejecutivo de Ibarretxe por otro, sobre la ubicación de los parque eólico planificados, se podría definir como una moratoria de facto sobre la energía eólica en Euskadi. De momento sólo de seis meses, pero moratoria al fin y al cabo. En cualquier caso, la noticia renueva el permanente debate sobre la energía eólica, su uso y su posible abuso, en este caso en Euskadi. ¿Merece la pena el destrozo que causa en los cordales en los que se construyen y su impacto visual respecto a los megavatios que producen? El debate es complicado. Desde luego su producción energética no se puede comparar con otras formas energía, digamos, más tradicionales, y desde luego más contaminantes. Pero de ahí a plantear la instalación aerogeneradores a diestro y siniestro en nuestras montañas va un mundo. Por ejemplo, ¿a quién se le ocurrió instalar un parque en el cordal de Kolometa? ¿Nadie en el Gobierno vasco se dio cuenta de que se trata de un espacio protegido por el Parque Natural del Gorbeia? Ésas son la decisiones que hacen dudar de las verdaderas intenciones del plan de energía eólica del Gobierno vasco: si se trata de un plan estudiado y calibreado con atención en busca del equilibrio entre la producción eólica y la preservación de los valores ecológicos o se están primando los intereses económicos de las empresas dedicadas a construir y gestionar estos parques. El debate está servido.