Nuestros más fieles seguidores recordarán que el año pasado traíamos a este blog el caso de Jorge Egocheaga, escalador asturiano que tras una increíble ascensión en solitario al K2 se quedaba a apenas doce metros de la cumbre por culpa de una peligrosísima placa de hielo ante la que no quiso asumir riesgos innecesarios. Jorge, siempre alejado de las mediáticas carreras ochomilistas, daba por válida la cumbre en el aspecto personal y desechaba la polémica mediática.
Un año después, se ha vuelto a repetir otra situación en la que no queda tan claro (al menos para el protagonista) si efectivamente la cima es solo el punto más alto de una montaña o admite más matices. Esta vez ha sido en el Manaslu, donde este pasado otoño, varios alpinistas españoles hollaron sus 8.163 menos, entre ellos Miguel Ángel Pérez. O al menos eso se creía hasta que el leonés ha hecho pública la odisea que vivió el día de cumbre.
Miguel Ángel Pérez fue víctima ese 30 de septiembre de una conjunción de sucesos, buena parte de ellos relacionados con la dudosa ética que hoy en día impera en el ochomilismo más comercial, que le llevó a quedarse “a 10 metros en longitud y tres de desnivel” de la cumbre sin un trozo de cuerda por el que había pagado 100 euros unas horas antes, a casi ocho mil metros de altitud, y que le obligaba a tomar demasiados riesgos para alcanzar el punto culminante (ver foto de arriba). Por todo ello decidió no continuar, considerar que había hecho cumbre y respetar “todas las opiniones acerca de si hice cima o no en el Manaslu”, según concluye el relato de todo lo sucedido que os dejo a continuación y que podéis leer también en www.desnivel.com. Al margen del debate sobre si es cumbre o no lo que hizo, de lo que no hay duda es que esta decisión de contar lo que realmente le pasó allí arriba (algo poco habitual en los tiempos que corren para el ochomilismo) le honra como alpinista y como persona. Probablemente la mejor conclusión de todo lo sucedido sea la última frase de su escrito: “Únicamente puedo añadir que estar solo allí arriba fue un momento magnífico”.
El concepto de cumbre
(por Miguel Ángel Pérez)
Reconozcámoslo: a todos nos gusta hacer cumbre. Coronar las cimas de las montañas, ya sean altas o bajas, difíciles o fáciles de ascender, es el objetivo último de los que vamos al monte, la formalización de la recompensa al esfuerzo realizado.
Ahora bien, ¿cuándo alcanzamos realmente la cima de una montaña? Esta es una pregunta casi siempre fácil de responder, pero a veces hay margen para la duda.
En ocasiones, no se llega a hollar el punto más alto de forma enteramente voluntaria. En 1955 George Band y Joe Brown, los primeros en conquistar el Kangchenjunga, se detuvieron a escasos metros de la cumbre por respeto a las creencias locales, que la consideran sagrada. Esta hermosa práctica se repitió en ascensiones posteriores, pero en un momento dado la costumbre se perdió; pudo más el deseo de cima que el respeto a las creencias religiosas.
En otras ocasiones, el alpinista se queda a escasos metros de la cumbre por razones técnicas o de seguridad. Recordemos el caso de Jorge Egocheaga el año pasado en el K2, cuando se quedó a unos pocos metros del punto más alto, debido a la existencia de una placa de hielo inestable. El debate subsiguiente sobre este aspecto anecdótico de algún modo privó de la merecida relevancia a la formidable hazaña de Jorge: ¿cuántos alpinistas han escalado en la historia completamente en solitario toda la parte superior del K2, incluido el temible Cuello de Botella?
En términos teóricos, toda cumbre se corresponde con un punto infinitesimal, imperceptible a la vista. Físicamente, siempre ha de existir un átomo que está más alto que los demás en relación con el nivel del mar. Sin embargo, no parece que la determinación de una cima sea cosa de milímetros o centímetros. Nunca se ha visto a montañeros con microscopios o cintas métricas tratando de determinar el punto más alto, ni peleándose por poner el pie en ese exacto lugar para hacerse la foto de cumbre.
Parece por tanto que lo oportuno es medir las cimas en metros. ¿Y cuántos metros? Resulta claro que eso varía en cada montaña. En el Torreón de Galayos, por poner un ejemplo, no hablaremos de más de uno o dos metros cuadrados. Por el contrario, en la zamorana Sierra de Sanabria hay una montaña que hace honor a su nombre de La Plana: su cima, completamente llana, abarca varias hectáreas y es imposible determinar a simple vista un punto que destaque sobre los demás.
Ese ámbito o margen razonable, que habitualmente es de unos pocos metros, es el que, en mi opinión, ha de considerarse como cumbre. En consecuencia, no cabe hablar de cima cuando uno se retira a unos cientos de metros del punto más alto. Esto es especialmente claro en las grandes altitudes, donde distancias o desniveles aparentemente pequeños pueden llegar a suponer horas de esfuerzo por la lentitud con la que se asciende.
Otro aspecto a destacar es que esta cercanía en pocos metros al punto más alto debe exigirse no sólo en desnivel, sino también en distancia. Un caso paradigmático es el del Broad Peak: la cima aparente que se ve durante toda la ascensión sólo tiene quince o veinte metros menos que la real; pero ésta queda bastante más lejos, a más de quinientos metros de distancia, lo que supone dos horas más de esfuerzo entre ir y volver. No parece por ello que la cima aparente pueda considerarse como auténtica cumbre.
Resulta asimismo razonable que este margen de unos pocos metros se incremente ligeramente cuando hablamos de cimas de nieve y no de roca. Una tormenta de nieve, especialmente si los vientos son fuertes, puede alterar en pocas horas la altitud aparente de una montaña en cuatro o cinco metros. El viento crea con frecuencia cornisas y formas caprichosas, de modo que lo que parece ser el punto más alto un día puede estar varios metros más allá al día siguiente.
En el Manaslu, la cumbre y la cuerda
Hechas estas reflexiones, relato ahora mi experiencia en el Manaslu. Puesto que se publicó en diversos medios que yo había hecho cumbre sin mayores detalles, considero oportuno que también sean públicas las aclaraciones que realizo a continuación.
La tarde del 29 de septiembre estábamos unas veinte personas en el Campo 4, a unos 7.400 metros. Es un sitio muy desagradable, frío y ventoso, con el cadáver descarnado de un coreano a pocos metros. La noche fue extremadamente fría (veinte bajo cero dentro de las tiendas) y el fuerte viento no paró en ningún momento. De hecho, pienso ahora que el emplazamiento del Campo 4 está mal escogido porque, aunque es el más llano, se sitúa en un collado demasiado expuesto al viento. Creo que es preferible montarlo cien metros más arriba, donde hay una zona más protegida.
Durante la noche nadie se movió y todos dudábamos de que el viento nos fuera a dejar intentar hacer cumbre. Pero sobre las ocho de la mañana éste pareció remitir un poco y, a pesar de lo tardío de la hora, casi todos nos pusimos en marcha: cinco británicos de la expedición liderada por Kenton Cool con sus sherpas, otros tantos miembros de la expedición suiza, unos jóvenes canadienses que intentaban su primer ochomil y yo.
El día era claro pero bastante ventoso. A la hora o así de haber partido, todos los suizos menos uno y los canadienses se dieron la vuelta. Quizás demasiado frío para ir sin oxígeno artificial. Los británicos sí llevaban equipo de oxígeno, tanto clientes como sherpas. Yo me encontraba muy bien, pero sin oxígeno artificial me costaba bastante seguir el ritmo de los británicos. Estos últimos me señalaban, hacían una señal de cuernos en la cabeza y decían “Spanish bull”, quiero entender que en referencia elogiosa a mi fuerza y carácter, pues no conocen de nada a mi esposa.
Durante la mayor parte de la ruta abrieron huella dos sherpas de los británicos, con algún relevo ocasional por mi parte y la de Kenton. En honor a la verdad, tampoco tuvo mayor importancia abrir huella ese día pues la nieve estaba bastante endurecida por el viento y apenas se hundía uno en ella.
Tras seis horas de ascensión llegamos al pequeño collado que muchos toman como cima del Manaslu, sin darle más vueltas. A la derecha del mismo hay un montículo de unos diez o doce metros donde Toshio Imanishi y Gyalzen Norbu, miembros de la expedición japonesa que escaló el Manaslu por vez primera en 1956, se hicieron la foto de cumbre. Pero a la izquierda arranca una estrecha arista, bastante aérea, de unos cien metros de longitud y que sube unos treinta metros más de desnivel.
Yo contaba con que una expedición comercial como la británica, con varios sherpas, llevarían al menos 100 metros de cuerda fija, pero no llevaban nada. Yo tenía un cordino rojo de 30 metros, y el suizo, que llegó poco después, tenía una cuerda de 50 metros. Sorprendentemente, me empezó a hablar de su cuerda verde-oliva del Ejército Suizo como si tuviese propiedades mágicas, cual si fuera la que Galadriel le entregara al hobbit Sam Gamyi en los bosques de Lorien. No, no me faltaba oxígeno en el cerebro, era que el suizo quería hacer caja. Le tuve que comprar la cuerda por 100 euros. Probablemente uno de los negocios (o, mejor dicho, timo, por lo que viene después) cerrados a mayor altitud en la historia.
Como con 80 metros unidos de cuerda me parecía que no había para llegar a la cumbre, le propuse a Kenton, el único realmente interesado junto conmigo en llegar al punto más alto, que escaláramos en estilo alpino. Así que yo hice el primer largo, metiendo una sola estaca de nieve por el camino, y llegué a la solitaria roca que ya está en la segunda mitad de la arista, la referencia de piedra más alta que se distingue en el Manaslu. Allí monté una reunión y recuperé cuerda con un nudo dinámico (otra de las cosas que espero no volver a hacer nunca a 8.150 metros) a la espera de Kenton. Para entonces ya estaba bastante seguro de alcanzar en cinco minutos la cima, pues el segundo largo era mucho más corto que el primero.
Pero, para mi sorpresa, veo que Kenton viene con un mosquetón a través de la cuerda, no del extremo de la cuerda, pues ésta ha sido bloqueada sin que yo pueda recuperarla más de diez metros, por más que tire de ella.
Y entonces, veinte metros tras Kenton, vi venir, como elefantes balanceándose sobre la tela de una araña, a tres sherpas, un británico y al propio simpático suizo, que una vez vieron la huella hecha y la cuerda puesta, decidieron fijarla y seguir adelante. Llegaron hasta mí sonrientes. Entonces les pregunté (con palabras gruesas, lo reconozco) cómo pensaban seguir adelante sin cuerda, dado que habían fijado la única que teníamos.
Se volvieron para abajo sin rechistar y yo me quedé con Kenton. Subimos otros diez metros con el resto de cuerda que había quedado sin fijar. La cumbre estaba al lado pero no había más cuerda. Kenton me dijo que se tenía que bajar para atender a sus clientes. Su postura era muy comprensible.
Me quedé allí arriba yo solo. Calculo que estaba a unos diez metros en longitud y tres en desnivel de la cima aparente de nieve, de forma un poco redondeada e inclinada hacia la derecha. Me pareció un poco arriesgado dar esos pasos sin cuerda: demasiado a la izquierda y se rompería la cornisa; demasiado a la derecha y se podía soltar toda la placa de viento. Tampoco le di en ese momento mayor importancia. Consideré que tanto Kenton como yo habíamos hecho cima, dentro del margen razonable al que me refería antes, especialmente teniendo en cuenta que ya no había referencias de roca y que esa forma de nieve podía ser cambiante de un día para otro.
Mis felicitaciones para Carlos Soria y Carlos Pauner, que hicieron cumbre al día siguiente. Ambos se la merecen muchísimo. El caso de Carlos Soria es singular a nivel mundial y creo que aquí en España no lo valoramos suficientemente: a sus 71 años no quiere ni necesita privilegios; comparte las circunstancias de la montaña en absoluta igualdad de condiciones con el resto. En cuanto a Carlos Pauner, ya se había bajado antes de esta montaña a sesenta o setenta metros de la cumbre y algo parecido le pasó en el Broad Peak. Muchos en su lugar se habrían (o se han) contado ascensiones así como cumbre pero él no lo hizo y prefirió repetirlas.
Por mi parte respeto todas las opiniones acerca de si hice cima o no en el Manaslu. Únicamente puedo añadir que estar solo allí arriba fue un momento magnífico.
Fotos:
Foto 1: Imagen de la arista cimera en la que están marcados los distintos lugares claves del relato de Miguel Ángel Pérez (cortesía de desnivel.com).
Fotos 2: Miguel Ángel Pérez en una cumbre anterior (cortesía de www.leonoticias.com).
Foto 3: Camino de los campos superiores del Manaslu. La ruta hacia el tres (el piquito que se distintgue en la arista del fondo, a la derecha), discurre por la derecha de la imagen (cortesía de desnivel.com).
Foto 4: Miguel Ángel Pérez, de vuelta al campo 1 tras hacer cumbre. (cortesía de desnivel.com).