A mediados de agosto, el alpinista austriaco Christian Stangl sorprendió al planeta alpino asegurando que había hollado el K2 el día 12 tras una ascensión relámpago por la ruta normal del espolón de Abruzzos. Hasta ese momento, ‘la montaña de las montañas’ había mostrado los dientes a todos los que la habían intentado este verano, con tragedia incluida. Una semana antes, el alpinista y esquiador extremo sueco Fredrick Ericsson se había matado cuando intentaba la ascensión en compañía de Gerlinde Kaltenbrunner. Y justo durante los días en los que Stangl consumó su ascensión, los kazajos Matxut Zhumayev y Vassily Pitvsov , dos de los alpinistas más fuertes del panorama alpinístico actual, habían tenido que renunciar a la cumbre por el mal tiempo. Y seguro que no había en el campo base nadie con más ganas que ellos de subir el K2 (salvo Gerlinde), ya que es el único ochomil que les falta para completar Los Catorce.
La marcha del austriaco del campo base fue tan rápida como la ascensión. El mismo día que llegó, recogió sus cosas y salió pitando para su Austria natal. Algunos días más tarde Stangl mostró un autorretrato en la cumbre y dio algunos detalles de la ascensión: “Si todas las ascensiones fueran tan agotadoras como esta, hubiera dejado de ir a las montañas”, explicó. El alpinista comentó que, en la cumbre, simplemente “hice algunas fotografías e inmediatamente empecé a bajar”. Posteriormente, “al hacerse de noche durante el descenso, tuve que buscar cobijo bajo unas rocas e intenté dormitar un rato, no sé cuánto tiempo…”, señaló.
Sin embargo, las dudas sobre su cumbre se extendieron desde un primer momento en el Campo Base, empezando por sus propios compañeros de expedición, con los que por cierto había tenido una pésima relación hasta el punto de instalarse por su cuenta en el CB. También relataron que después de la ascensión de Stangl subieron a los campos de altura a recoger el material y todo estaba intacto. No encontraron huellas e incluso las tiendas y las cuerdas fijas permanecían semienterradas bajo la nieve. Por allí no había pasado nadie en bastantes días.
Matxut Zhumayev también se mostró muy irónico en su web sobre el logro del austriaco apelando a la fuerza sobrehumana que tuvo que demostrar para llegar hasta la cumbre (incluyendo la travesía sin material de escalada del ‘cuello de botella’, en el que se había despeñado días antes Fredrick Ericsson) en dos días después de que el resto de alpinistas trabajasen sin éxito durante semanas para habilitar la ruta. “Su comportamiento es un insulto a la memoria de Fredrick Ericsson”, sentenciaba el kazajo.
Por si fuera poco, la aparición en las proximidades del Campo Base Avanzado, escondida tras unas rocas, de una tienda de campaña recientemente usada con su saco de dormir, algo de material y un libro de más de 300 páginas no hizo más que aumentar las especulaciones.
En un primer momento, Stangl negó las acusaciones -acusó a sus compañeros de querer vengarse de ellos- y dio más detalles de la ascensión. Pero como las dudas continuaban, la web www.explorersweb.com y otros medios insistieron pidiéndole más imágenes de la cumbre y el original de la foto que había remitido a los medios. Su reacción entonces fue cerrarse en banda, decir que no iba a presentar más pruebas y anunciar que repudiaba al mundo alpinístico por poner en dudas su ascensión, a la vez que aseguraba no importarle figurar o no en las estadísticas de ascensiones al K2.
Pero finalmente la presión le ha podido, después de que explorersweb.com le anunciase que tenía pruebas de que el autorretrato de cumbre estaba sacado en realidad desde el C3 (7.400 m.) -y quizás ni tan siquiera en la fecha en la que aseguro haber hecho cumbre-, ha acabado confesando que todo era mentira. Stangl dijo a la web de su país www.orf.at que fingió su hazaña en un “estado de coma debido al estrés y el miedo al fracaso”, se justificó. “Durante el último impulso, entré en un estado de trance en el que yo estaba realmente convencido de que había llegado al punto más alto”.
Ayer dio una rueda de prensa en Viena en la que confirmó que todos esos extremos y en la que afirmó que estaba “muy triste” y que estaba “triste”. “Yo no quería engañar a nadie”. Aunque ha sido uno de sus compañeros de expedición, el italiano Giuseppe Pompili, el que seguramente ha dado con las claves de todos lo sucedido al explicar que “Christian, justo antes de mi partida del campo base el 27 de julio, me dijo explícitamente que iba a llevar a cabo una costosísima expedición en diciembre al Mt. Tyree (Antártida) con vistas a su intento de convertirse en el primer hombre en completar las Segundas Siete” –proyecto de ascender las dos montañas más altas de cada continente, para el que sólo le restan K2 y Mt. Tyree. “También dijo que no podría hacer frente a un tercer intento al K2, ya que Hans Kammerlander (su competidor directo en este proyecto) ya había escalado esta montaña, la más difícil de las Segundas Siete; considerando todo esto, para mí tiene más sentido su fuerte deseo de conseguir el K2 este año, sin importar cómo”, según explica Desnivel.com.
Miedo al fracaso, presión de los patrocinadores, lucha de egos… no sé cual será el motivo real. Lo que es indudable es que el mundo del ochomilismo parece sumido en los últimos tiempos en una polémica perenne. Muy lejos, demasiado, de los tiempos en los que la palabra de un alpinista era, o al menos lo parecía, sagrada. Aunque tampoco hay que idealizar esos años. Sin ir más lejos, la primera ascensión al K2, en 1954, cuando Bonatti fue poco menos que abandonado a sus suerte por Compagnoni y Lacedelli, quienes luego además le acusaron de poner en peligro el éxito de la expedición (hace apenas unos años, casi en su lecho de muerte, reconocieron la inocencia del genial Walter y le pidieron disculpas públicamente por ensuciar su nombre), se puede considerar una de las primeras, si no la primera, polémicas del ‘ochomilismo’.
En todo caso, sí que revela la necesidad de establecer algún tipo de control o exigencia de prueba sobre las cumbres, al menos para los que busquen con ellas una trascendencia pública o beneficios económicos, en una época en la que proliferan los listados y el éxito o el fracaso de una expedición puede ser la diferencia entre conseguir o no el patrocinio para la siguiente. Y no parece lógico que en la era de la tecnología y el GPS la validación de una cumbre quede en manos exclusivamente de una anciana de ochenta años con pocas ganas de meterse en líos, por venerable que sea.