La pasada semana, mis compañeros de la sección de Ciudadanos publicaban un interesantísimo y esclarecedor reportaje sobre rescates en la montaña vasca. El tema ofrece numerosas vertientes y cada una da pie a su propia reflexión, aunque ahora quiero destacar dos datos que me llamaron especialmente la atención. En primer lugar, el notable incremento del número de rescates realizados por la Ertzaintza. En un sólo año, del 2006 al 2007, aumentaron ¡un 20%! Los expertos justifican este aumento por la creciente afición al senderismo y el montañismo. No lo dudo. Pero llegados a este punto quiero alertar sobre otro dato que no figura en el reportaje: si echamos un rápido vistazo al número de licencias, su progresión no lleva relación con la del número de accidentes de los últimos años. Y como no pongo en duda que cada vez más gente va al monte (no hay más que darse una vuelta, sobre todo por las cimas y rutas más populares), la conclusión es que efectivamente se va más al monte, pero sin federarse. Y ese sí puede ser un problema. Lo está siendo ya a la luz de las cifras de rescates. Que nadie piense que quiero demonizar a los aficionados a la montaña que van por libre, o considerar como una especie de casta superior a los federados. ¡Nada más lejos de la realidad! Responsables e irresponsables los hay en todos los ámbitos, y una pequeña txartela con el logo de la Federación Vasca, por el mero hecho de metértela en la mochila, no te dota de inmunidad. Lo que es indudable es que el hecho de federarte demuestra un grado de concienciación respecto a la actividad que practicas. Y ello, a través del club o de la propia federación, te amplia notablemente las oportunidades de informarte y educarte sobre la actividad que realizas. ¿O alguien cree que esa persona a la que un miembro del grupo de voluntarios de Protección Civil vio subir al Aizkorri con zapatos estaba federado? Es una anécdota, pero real como la vida misma. Creo que todos los habituales de la montaña hemos visto burradas de ese pelo en más de una ocasión. La licencia no te otorga el don de la responsabilidad de forma automática, pero desde luego es un indicio bastante firme de que la tienes, al menos en el monte. ¡Intentemos entre todos que el sentido común no sea el menos común de los sentidos en el monte!
El segundo aspecto que me ha llamado la atención es el del número de rescates que se han realizado a personas ilesas. Es decir, que simplemente se habían perdido. ¡Hablamos de casi un tercio de los rescates! Evidentemente, la inmensa mayoría de ellas dieron aviso de su extravío mediante una llama de teléfono móvil. Efectivamente, el móvil se ha convertido en una pieza casi imprescindible en la mochila como un elemento de refuerzo a nuestra seguridad. El problema es su abuso, su utilización irresponsable. ¿Cuantos de esos 33,7% de rescatados ilesos hubieran salido del extravío por sus propios medios sin mayores contratiempos que el susto si no habrían tenido un teléfono móvil a mano? La mayoría, seguro. Los móviles existen desde hace apenas una década, mientras que al montes vamos -y nos perdemos- desde hace un siglo. Y con un poco de tranquilidad, paciencia y sentido de la orientación hemos salido del atolladero sin mayores contratiempos que un par de horas de retraso en nuestro plan. Así que no vendría mal racionalizar el uso del teléfono móvil en la montaña y no echar mano de él en cuanto cae un poco la niebla o nos ponemos nerviosos porque no llegamos a casa para la hora de comer. No olvidemos que los recursos de los equipos de rescate no son ilimitados y cuando los reclamamos para nosotros sin necesitarlos de verdad podemos estar quitándoselos a alguien que le vaya la vida en ellos.