Voy a intentar seguir una vía neutra. Ni con el señor Sarasketa, columnista de página con mi compañero Fernando J. Pérez y el que escribe durante muchos años, ni con los ‘anticazadores’ y ‘pseudoecologistas’, que hay muchos y sobran.
El pasado míércoles fuimos de excursión a los montes de Elgea con intención de subir por Arlaban a Elgeamendi y Harriurdin. Pues bien. Después de remontar durante una hora la pendiente que lleva a Anguta, embarrada por el paso de las motos de trial y demás incontrolados de la mecánica, y llegar al alto, tropezamos con los puestos de campo de tiro (sic) que ocupa la loma de estos montes fronterizos.
Era una verdadera Línea Maginot de torres y puestos de tirador camuflados, preparada para cortar al vuelo, nunca mejor dicho, el paso de las palomas. Perfectamente ancladas con cables y protegidas por pinos y alerces, las torretas están preparadas para resistir las peores galernas.
Lo malo no eran las torres. Lo contaminante estaba en los miles de tacos de plástico de los cartuchos disparados a los largos de los años. Estaban esparcidos por todos los rincones. Omnipresentes, aparecían en los lugares más insospechados. Una plaga.
Lo propietarios de los puestos, que cobran por su alquiler, se han tomado la molestia de recoger las vainas, que son de plástico y además tienen colores chillones, pero nadie se ha preocupado de retirar los tacos, pequeños, blancos y más difíciles de recolectar.
A estas alturas, eliminar todos tacos me parece una tarea complicada, pero con buena voluntad quizá se pueda evitar que su número se siga multiplicando.
No todo fue negativo. La subida por la landa hasta la cima de Elgeamendi, que asomaba en la niebla, resultó perfecta. Ni gota de viento. Desde el alto, un panorama reducido permitía vislumbrar los pantanos. La montaña era nuestra y salvo el graznido de algún cuervo, no se oía el menor ruido.
Dejo para el final el parque eólico que se asomaba al fondo y terminó por amargarnos la mañana. Supongo que habrá sido homologado como 100% ecológico.