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Los héroes anónimos de la Hiru Haundiak

El podio, la gloria y los elogios están reservados para los ganadores. Es algo innato al deporte y su capacidad crear héroes. Sin embargo, hay ocasiones en los que esos modernos Filípides no salen de los primeros puestos de la clasificación. Pruebas en las que el mero hecho de acabarlas es una gesta. En las que el mérito es igual para el primero y para el último. La Hiru Haundiak y sus cien kilómetros a través de Gorbeia, Anboto y Aizkorri es una de ellas.

El sábado a las 00.00 horas todos partieron de Ondategi con sus ilusiones e incertidumbres en las mochilas. Diez horas y 23 minutos después, Iker Karrera era el primero en cruzar la meta de Araia bajo un sol de justicia y un calor asfixiante. Pero ‘solo’ era eso. El primero. Catorce horas después, noche cerrada ya y calados hasta los huesos, los últimos participantes caminaban a duras penas los metros finales por las calles del pueblo, donde sus vecinos y amigos y familiares de los montañeros aguantaban con orgullo para aplaudir hasta al último participante. Ironías del destino. Por la mañana, Iker Karrera había atravesado esas mismas calles casi de incógnito. Había corrido tanto que no había nadie para esperarle.
Esta es la historia de algunos de esos héroes anónimos.

Dos generaciones y una ilusión
Begoña Crespo. 64 años. 23h.25′.03” (782º)
Oihan Arzua. 30 años. 14h.30′.15” (32º)
«Para algunos, la Hiru Haundiak es el reto de su vida». Oihan Arzua pronuncia la frase en la zona de meta acotada para los participantes mientras se zampa el tercer pincho de tortilla. Son las siete de la tarde, el bochorno ha empezado a menguar y el cielo está adquiriendo un amenazante color gris oscuro. Ya se ha duchado y lleva varias horas viendo llegar a montañeros. Y todavía le quedan unas cuantas más. Espera a su madre, Begoña Crespo.

Para Oihan, profesor de educación física en paro, esta era su tercera Hiru Haundiak, cifras que los montañeros lucen con el mismo orgullo que los pistoleros las muescas en su revolver. Su mejor tiempo eran dieciocho horas y se había empeñado en bajar de quince. Así que se preparó a conciencia. ¿Cómo? Pues a parte del entrenamiento habitual, «he ido varias veces corriendo desde Bilbao a Vitoria por el monte». Y mientras lo dice como si nada, cae otro pincho.

El resultado no se hizo esperar. Catorce horas y media y el puesto 32, a unos minutos del Olimpo. «Y eso que solo he corrido llaneando y en las bajadas», apostilla con orgullo…
Oihan ha mamado ese espíritu de sacrificio y superación en casa. Su madre, Begoña, es una maratoniana tardía que no hace ascos a nada que lleve la etiqueta de reto personal. Primero fueron los maratones, luego la montaña, más tarde la natación. Así que era cuestión de tiempo que llegara la Hiru Haundiak.

La había preparado a conciencia, pero hace unas semanas se encontró con la peor pesadilla de todo deportista: una lesión. Nada menos que una rotura de un menisco. Lejos de achantarse, comprobó que no le impedía caminar y decidió tomar la salida. Al menos aceptó la exigencia de Oihan: dos amigos que también iban a hacerla, Koldo Zorrilla y Pablo Oleaga, se convertirían en inseparables compañeros para velar por ella durante los 100 kilómetros.

Y así es como durante los primeros cincuenta, escoltada por su particular guardia de corps, las cosas marcharon a la perfección, con medias que le podían permitir acabar en torno a las veintiún horas. Pero entonces llegó el sol, el bochorno, un par tropezones… y el maltrecho menisco. La marcha se fue ralentizando y la bajada de Aizkorri -los diez últimos kilómetros-, acabaron por convertirse en una tortura a la que se sumó la tormenta y el aguacero.

«Llegan, llegan. Bajan lentos, pero les da tiempo». Oihan se autoconvencía tras cada comunicación telefónica con sus amigos mientras miraba de reojo el reloj oficial, que se pararía al llegar a 24 horas. Y por fin, poco antes de las once y media, tres sombras empapadas, brazos entrelazados, surgieron de la oscuridad. «¡Son ellos!», gritó Oihan. Ni esperó a que marcaran el tiempo con los chips de identificación. El abrazo no tuvo nada que envidiar al que reciben los campeones. Ni el beso. Al fin y al cabo, era el de un hijo a su madre.
El empeño de tres amigos
Carlos Sáez. 48 años. 21h.20′.00” (541º)
Máximo López. 52 años. 22h.16′.27” (644º)
José De la Torre ‘Purru’. 54 años. 22h.16′.22′ (643º)
A Carlos, Maxi y “Purru” les unió la montaña hace diez años. Se conocieron realizando la travesía de los Pirineos y les enganchó la montaña tanto como la amistad. Desde entonces, sus pasos como montañeros han ido creciendo a la vez que sus objetivos. Así que la Hiru Haundiak era sólo cuestión de tiempo. En realidad, a Carlos ya le había envenenado hacía tiempo. Participó en 2008 y 2010 antes de convencer a sus dos amigos para hacerla este año.

Maxi aceptó de inmediato. Era un reto personal con un significado muy especial debido una dura enfermedad crónica del aparato digestivo que condiciona su actividad física más de lo que él quisiera. «Cuando Carlos me hablaba de la Hiru Haundiak le decía que era una cosas de locos, pero luego pensé “¿Por qué no voy a intentarlo?”. Acabarla tiene un significado muy especial para mí». A ‘Purru’ le costó algo más decidirse. Sus obligaciones en la ikastola de Lekeitio limitan su tiempo para entrenar. Pero al final ganó el espíritu de ese viejo escalador que aún lleva dentro y se inscribió.

Salieron juntos de Ondategi con la estrategia bien definida. La experiencia de Carlos le dice que acoplarse a los ritmos de marcha de otros acaba por convertirse en un lastre, así que iba a ir a su ritmo. Mientras, Maxi y ‘Purru’ la harían juntos. Como toda la preparación. Y esa meticulosidad de los meses previos les llevó a cumplir casi a rajatabla los tiempos de paso previstos para acabar sin agobios de horario, mientras Carlos, al que un pequeño accidente laboral días antes le había dejado el cuerpo magullado y la mente llena de dudas, marchaba como un espíritu libre.

Hasta el tramo final. Esos cuarenta últimos kilómetros tan temidos por todos a partir de Landa, donde se recorre la sierra de Elgea y se sube a Aizkorri antes de bajar ya a Araia. Momentos en los que la fuerza física flaquea y hay que recurrir a la mental para seguir dando un paso tras otro. Momentos, también, en los que la experiencia se deja sentir. Y en los que Carlos dejó definitivamente atrás a sus dos amigos para cruzar la meta casi una hora antes que ellos. Pero el tiempo empleado era lo de menos. Y, si no, que se lo digan a Maxi, viva imagen de la felicidad mientras cruzaba la meta de la manos de sus dos hijos.

Unidos por la montaña
Cristina Valderrey. 32 años. Retirada en Landa.
Fernando Mateos. 35 años. Retirado en Landa.
Cristina y Fernando son escaladores antes que montañeros. Una buena cresta pirenaica les motiva más que una larga caminata por sendas y caminos. Pero la Hiru Haundiak trasciende los gustos montañeros para entrar en el ámbito de los retos personales. Así que, imbuidos en ese espíritu, decidieron inscribirse. Lo de menos es que lo hicieran, probablemente, en el peor momento de cara a la preparación, metidos de lleno en una mudanza de casa y de ciudad.

Su experiencia y su espíritu de sacrificio debían ser suficientes para afrontar el reto. Y, efectivamente, podrían haberlo sido. Pero en una marcha de tantas horas y tantos kilómetros, los imponderables surgen donde menos los esperas. Y a Cristina y Fernando les llegó en Anboto. Hasta ahí cumplieron casi al segundo con su previsión de marchar a un ritmo de cinco kilómetros por hora, pero en la subida soportaron un gran atasco que les tuvo parados muchos minutos -demasiados- y en la bajada fueron testigos del único accidente grave de toda la edición. Una mujer se cayó delante de ellos y se hizo una gran brecha en la cabeza. Mientras se organizaba el rescate, Cristina y Fernando no dudaron en quedarse a ayudar en lo que pudieron.

El resultado es que perdieron casi una hora sobre sus previsiones. Pudieron recuperar algo hasta Kurtzeta, pero iban ya demasiado cerca del límite horario. Llegaron a Landa media hora antes del cierre de control y el bochorno y las pequeñas molestias en un tobillo de Cristina, que bajando Gorbeia en plena noche se lo había torcido, convirtieron sus dudas en certezas: no les daba tiempo a acabar en las 24 horas.

Y allí tomaron dos decisiones: retirarse y volver la próxima edición. Será sin duda en la que Cristina pueda hacer realidad el sueño de cruzar la meta de Araia con la txapela de su abuelo, el expelotari Jesús Labiano. El mismo que, cuando apenas sabía hablar, le hizo aprenderse de memoria el nombre de los 14 “ochomiles”.

 

Maxi, Purru y Carlos, antes de la salida

Últimos preparativos de Cristina y Fernando antes de la salida en Ondategi

Momentos antes de la salida

 

Cristina y Fernando, en Otxandio

 

Koldo, Begoña y Pablo en Kurtzeta

 

Maxi y Purru se hidratan en el avituallamiento de Kurtzeta

 

Carlos en Kurtzeta

 

Cristina y Fernando llegando a Landa

 

Cristina y Fernando, tras decidir abandonar

 

Maxi cruza la meta con sus hijos

 

Koldo y Pablo escoltan a Begoña en la meta

 

Oihan besa a su madre tras cruzar la meta

 

 

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Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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junio 2012
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