La semana pasada me di una vuelta por el Tontorramendi, ese pequeño cordal que se alza sobre Ondarroa, divisoria natural con Gipuzkoa. Hacía tiempo que no visitaba esa zona y me apetecía recordar las bonitas vistas del puerto desde las alturas de la ermita de Santakurutz.
Decidí subir por Mutriku, por el barrio de San Jerónimo. No es una ascensión muy montañera que digamos, ya que las pistas de servicio a los caseríos más altos permiten llegar hasta prácticamente el cordal cimero pisando asfalto a cemento, pero quería descubrir nuevos caminos. Y así me planté en el cordal cimero. Y lo que descubrí me dejó atónito. Coches y coches por doquier, en cada recodo de las pistas, en cada cruce. ¡Aquello parecía el centro de cualquier ciudad en hora punta más que un monte! Entonces recordé que la temporada de contrapasa acababa de empezar ese fin de semana.
El ambiente no era el más agradable para un paseo montañero, pero ya que estaba allí… entre tiros, ladridos de perros, cuchicheos desde las copas de los árboles y coches llegué hasta el buzón cimero. Y allí me encontré un coche (foto de arriba), cuyo dueño, por cierto, estaba todo orgulloso de haber podido llegar hasta tan arriba con su vehículo, según comentaba a otro cazador.
A los cazadores, y a sus defensores y portavoces, les gusta hablar de respeto a la caza y a los cazadores. Y me parece muy bien. Efectivamente tienen sus derechos. Pero para exigir respeto no estaría de más que comenzaran respetando su entorno y a los demás. Y si el cordal cimero del Tontorramendi está copado por los puestos de la contrapasa, te encuentras con un cazador cada 50 metros y te están lloviendo perdigones durante toda la mañana, a los demás no nos queda más remedio que respetarlo. Pero no creo que eso incluya la invasión de coches de todas las pistas aledañas, incluida la cima de la montaña.
Así que desde aquí animo a los cazadores a que la próxima vez dejen el coche un poco más lejos del puesto de caza y se den un paseo por el monte. Los médicos dicen que es muy bueno para la salud; y sus columnistas más ilustres, que es uno de los placeres de la caza, además de apretar el gatillo, por supuesto.