Acabo de leer en el último número de los Cuadernos Técnicos de Barrabes.com (nº 36, enero-febrero 2008) una interesante entrevista con Jordi Camins, especialista en los glaciares del macizo del Posets-Maladeta y autor del libro ‘El cambio climático en los glaciares de los Pirineos’ o la agonía de las masas de hielo en este Parque Natural. (Editorial Barrabés, PVP: 29.50 euros).
Camins ha constatado el retroceso glaciar en estos últimos años. Como él mismo reconoce, ha sido testigo inconsciente de su lenta agonía, primero; rápido retroceso a partir de los años 80, y casi desaparición en la actualidad. Nos llega a decir que «son enfermos terminales. Están agonizando». No es precisamente optimista, como no lo puede ser nadie que se haya aventurado en los últimos veranos en las morrenas y canchales donde en sus años mozos pisó hielo.
Nos aclara que los glaciares llevan 18.000 años en retroceso, es decir desde la última edad del hielo. Entonces apenas había hombres y la agricultura era inexistente, por lo que no pudo haber influencia humana en el proceso. Así y todo el hielo comenzó a retirarse. Es un fenómeno natural que depende de factores como la radiación solar, la vulcanología y los movimientos orbitales de la tierra, que el hombre sólo ha incrementado con su actividad.
Se desconoce su capacidad de influir sobre el clima, pero de lo que no cabe ninguna duda es que hay que tomar medidas. La disquisición anterior me viene como anillo al dedo para contar una ‘batallita’ de mis años mozos. Ahí va.
En junio de 1970, con el selectivo aprobado, un grupo de estudiantes-montañeros emprendimos viaje hacia Sallent del Gállego para atacar el Balaitús, Arriel, La Gran Facha y alguna de las cimas de los alrededores. A última hora se descolgó del grupo por motivos familiares Emilio Hernando, himalayista, gran amigo y propietario de ‘Mendiko Etxea’.
Salimos de Bilbao en autobús hacia Pamplona. Hicimos noche donde pudimos y a la mañana siguiente cogimos en autocar a Jaca. El viaje fue eterno. Hubo escalas en Sangüesa, Liédena y Puente La Reina de Jaca, entre otras. En la capital de la Jacetania tomamos otro autobús a Sabiñanigo y allí de nuevo otra ‘tartana’. En este caso, el coche de línea de la Hispano-tensina, que nos dejó en Sallent. Entonces era un pueblo ganadero, donde despuntaba la industria de la nieve y que en vernao vivía del turismo francés.
Una vez allí, sin descansar, emprendimos la subida a pie -me acuerdo que eran las 7 de la tarde- hacia el ibón y embalse de Respumoso (ahora Respomuso). Llegamos con las estrellas a las casetas abandonadas que había al pie de la presa, donde hicimos noche.
Al día siguiente -el tercero desde que salimos de Bilbao- subimos los escalones hasta Respomuso y entramos en el circo de Piedrafita, para dirigirnos hacia el antiguo refugio de Alfonso XIII (no existía el actual). Estaba de bote en bote. Dejamos los pertrechos donde pudimos y después de enterrar los alimentos perecederos en un gran nevero (atención al dato) que se adentraba en un ibón menor, emprendimos la marcha hacia la cima del Balaitús.
Durante la ascensión nos acompañaron un numeroso grupo de franceses y algunos militares que estaban de maniobras. Los pobres penaban con unas botas prehistóricas y unos piolet que parecían picos de minero.
Pues bien, desde el emplazamiento del refugio actual hasta debajo de la brecha de Latour pisamos nieve. A pesar de que estábamos a mediados de junio ascendimos por un continuado nevero que nos dejó a los pies de la brecha. Es más, había tal acumulación de nieve que no necesitamos ni utilizar las clavijas, que estaba casi cubiertas por el hielo, para alcanzar el collado y remontar la pedrera final, que estaba pelada por efecto del viento.
Algo impensable en la actualidad. La bajada fue rápida, porque se nos hizo muy tarde y para cuando comenzamos el descenso, la nieve sopa se había vuelto a helar. Y llegamos al refugio congelados y muy hambrientos.
Dos días después subimos a la Gran Facha. Desde Campo Plano hasta el collado pisamos nieve, que desapareció en la trepada final. Han pasado 38 años. Aún tengo fresco el recuerdo de un rebaño de sarrios que se aproximó al refugio. Eran los supervivientes de las grandes cacerías que se produjeron durante la construcción de los embalses y que casi terminan con la especie. También quiero señalar que aún no habían llegado las marmotas a Formigal.