Cada cierto tiempo, de forma cíclica, como las crisis, un proyecto industrial apasionante aterriza en Euskadi. No llevo una contabilidad exacta y no se si ganan los éxitos –ITP, la actual Aernnova, Gamesa, etc.- o los fracasos: las alas de McDonell; los coches de Arriortua; la construcción modular de Jabyer Fernández, la planta de prerreducidos, la terminal de carbón de Termanel y Euskalair, entre otros de menor trascendencia. Pelillos a la mar, borrón y cuenta nueva. Hoy es un gran día. De nuevo, el País Vasco tiene un proyecto ilusionante: seguir la estela del desarrollo del coche eléctrico.
Todo son incógnitas. Eso es lo que hace atractiva esta iniciativa. Nadie sabe a ciencia cierta si el coche eléctrico tendrá éxito; si el mercado lo va a recibir con los brazos abiertos o lo va a desechar. Hace años que llevo oyendo de forma incesante cosas sobre la amenaza de invasión de los coches baratos de China y La India y siguo sin ver uno por la calle. Pero, aunque resulte un semi-fracaso, seguro que merece la pena. El consejero de Industria del Gobierno vasco ha definido hoy con bastante precisión las ventajas de volcarse en este desarrollo: el País Vasco tiene un importante porcentaje de su industria vinculado de una u otra manera en la industria del automóvil; hay tradición, empresarial, profesional y tecnológica, en el sector de la energía y, por encima de todo, hay ganas de hacer cosas.
La firma del acuerdo entre Repsol y el Gobierno vasco para desarrollar un modelo de red de abastecimiento a los coches eléctricos – de la gasolinera a la ‘electrolinera’, que dice mi señora esposa- puede ser sólo el comienzo de una larga trayectoria: baterías, componentes de regulación y control eléctrico y quién sabe si también el ensamblaje final de turismos. Aviso a navegantes. Por favor, que nadie se ponga el reloj en la muñeca derecha para perseguir este sueño, que algunos de los que lo hicieron en el pasado no paran de decir bobabas y ven patriotas por todas las esquinas.
Tengo sentimientos encontrados. Cuando he conocido este proyecto admito que me ha gustado, hasta me ha levantado el ánimo. Este país sigue vivo, pese a todo, he pensado en un primer momento. Luego me han invadido los temores de siempre, ganados a fuerza de años. Unos temores que se resumen en la baldosa que hay colgada en un pequeño restaurante del pirineo leridano, que suelo frecuentar en invierno. El texto de la baldosa es contundente: “Hoy hace un día magnífico. Ya verás como viene algún cabrón y lo jode”.