Dudo que un cambio legislativo pueda modificar los compromisos que existen entre las entidades financieras y quienes han recibido en el pasado un crédito hipotecario. Me temo que en este caso esa modificación a posteriori es más seria que la que el Gobierno español ha aplicado, por ejemplo, a la producción de energía eléctrica en campos solares, que ha dejado prácticamente colgados de la brocha a muchos inversores y a no pocas entidades financieras. Las consecuencias de un cambio semejante pueden ser brutales, para unas entidades financieras que no están precisamente en su mejor momento. Y, a la vista está, cuando el sector financiero tiene gripe, el resto de la sociedad anda con pulmonía.
Pero, supongamos que la modificación normativa se aplica de cara al futuro y que a partir de determinada fecha todos los préstamos hipotecarios tienen, como única garantía, el bien objeto del préstamo. ¿Qué sucedería?
Como nadie puede obligar a un banco a dar créditos en condiciones que considere inapropiadas, es lógico pensar que las entidades financieras exigirían a sus clientes garantías adicionales. Esto es, un aval personal. Estaríamos, por tanto, en una posición idéntica a la del punto de partida y de nada serviría la modificación legal.
Vayamos más lejos y supongamos que una ley –ignoro si es posible hacer una cosa semejante- prohíbe literalmente a las entidades financieras establecer garantías adicionales en un crédito hipotecario. ¿Qué sucedería entonces? Pues lo lógico es pensar que se modificaría el esquema del cálculo de riesgos y con ello las condiciones de concesión de los créditos. Bancos y cajas extremarían las cautelas. Así, si en el pasado financiaban hasta el 100% del valor de un piso e incluso más –en una auténtica borrachera crediticia, cuyas consecuencias apenas hemos comenzado a pagar- y ahora no pasan del 80% salvo para clientes ‘premium’, no dudarían en rebajar hasta el 70% o incluso más el porcentaje a financiar. Con ello reducirían el riesgo que asumen ante una bajada de los precios inmobiliarios, como el que se vive en estos momentos, y la previsible demora que pueden sufrir hasta que conviertan en dinero líquido los ladrillos.
¿Quién puede ahorrar el 30% del valor de un piso? Los más jóvenes, seguro que no.