La patronal española CEOE vive estos días una situación, cuando menos, curiosa. Su presidente, Gerardo Díaz Ferrán, el principal responsable de la institución y cabeza visible de los empresarios españoles, atraviesa un momento extraordinariamente delicado en sus negocios. La compañía aérea que posee junto a otros accionistas, Air Comet, está al borde del abismo; adeuda el salario de varios meses a la plantilla; ha tenido que solicitar aplazamientos a Hacienda y asegura que incluso acaba de hipotecar su vivienda para inyectarle financiación a la compañía.
El retrato no difiere mucho del que miles de empresarios tienen que gestionar en estos momentos de crisis, no sólo aquí, sino en todo el mundo. Así las cosas, ¿puede ser el representante de los empresarios totalmente independiente si atraviesa una situación de ese calibre? Y, si se le ocurre serlo, ¿puede dañar aún más sus negocios después de haberle llevado al contraria al Gobierno? José María Cuevas, el anterior presidente de la CEOE no tenía esos problemas. Era un profesional a sueldo de la organización patronal y punto.
Ahora que ya han pasado muchos años uno puede desvelar algunas conversaciones privadas con quien fuera presidente de la patronal vasca, Confebask, el difunto José María Vizcaíno. Compaginó aquella presidencia de la patronal vasca con la gestión de un negocio familiar –dedicado principalmente al diseño y construcción de grandes instalaciones frigoríficas-, en unos momentos especialmente difíciles. Eran aquellos años de crisis industrial rabiosa; con una tasa de paro en el País Vasco del 20% y en la que dos de cada tres manifestaciones iban acompañadas de un muñeco que llevaba adherido un cartel en el que se podía leer el lema “obrero despedido, patrón colgao”.
Vizcaíno se distinguió por decir lo que pensaba y eso le llevó en numerosas ocasiones a criticar la gestión del Gobierno vasco. Con la misma naturalidad hacía lo propio con los periodistas. “Cuando concedo una entrevista -solía repetir- siempre me pregunto. Dios mío, a ver lo que aparece en el periódico. Seguro que no me reconozco”. Tenía siempre un sentido del humor ácido. “Siempre que voy de viaje a Alemania -esta era una de sus frases habituales para reflejar sobre lo que pensaba de la economía española y de la vasca-, antes de volver y para evitar la depresión profunda, hago escala en Portugal”.
El hecho de que hubiese conectado a la perfección con Felipe González y que se convirtiera también en uno de los habituales en las comidas y cenas de ‘la bodeguilla’ de La Moncloa, le granjeó no pocas enemistades políticas. En 1996 –José María ya había abandonado la presidencia de la patronal- su empresa, Ramón Vizcaíno, suspendió pagos. Algunas operaciones ruinosas en países del Este de Europa le habían llevado a una situación patrimonial insostenible. “He visitado varios despachos del Gobierno –me dijo un día en plena suspensión de pagos- y sólo he encontrado frialdad. Más bien me han dado con la puerta en las narices. Incluso he notado en sus miradas que me estaban pasando alguna factura del pasado”. Era el precio de la independencia.