Hacia unos 30 años que no me subía en ese tren que durante mi infancia y buena parte de la juventud fue un compañero diario, como lo fue para cualquiera que vivía entonces en la Margen Izquierda del Nervión. El tren, los vagones, no son los mismos. Los de ahora son modernos, convencionales, pero decentes. Pero las estaciones, ¡qué estaciones! Efectivamente, nada ha cambiado en ellas en estos últimos 30 años. Bueno, miento. Las paredes que ya en 1979 estaban desconchadas, ahora lo están más. La herrumbre de algunas vigas ha progresado y los agujeros son ya descomunales. La imagen triste y desamparada que tenían aquellas estaciones de los años 70, ha dejado paso a otra, en la que uno cree moverse a medio camino entre el Bronx o un trayecto por la Turquía profunda.
Hay obras en algunas de esas estaciones, pero más bien parecen adaptaciones a la legalidad vigente –colocación de ascensores, etc-, que auténticas reformas. Es verdad que esa línea de cercanías, antaño saturada, hoy es marginal porque el Metro y el resto de transportes urbanos han reducido su papel en el movimiento de habitantes de la Margen Izquierda. Acostumbrados como estamos a usar el Metro –ahora ya del ‘Gran Bilbao’- lo cierto es que pasar por esas estaciones absolutamente destartaladas le lleva a uno a pensar que ha cambiado de país sin darse cuenta.
Creo que, a partir de ahora, cuando alguien me pida que le explique qué es el Concierto Económico del País Vasco, voy a evitar hablar de los orígenes y la abolición foral; de su carácter paccionado o del carácter financiero y fiscal que entraña. Llevaré a mi interlocutor a cualquier estación del Metro y le diré: ¡Mira, esto es el Concierto Económico! Si mi interlocutor quiere saber por qué la Administración central tiene una mala imagen en el País Vasco –entre nacionalistas y también no nacionalistas-, para romper algunos estereotipos identitarios le llevaré a la estación de Luchana. Por cierto, la de la foto de arriba. “Por esto le dire, por esto”.