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Manu Alvarez

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¿Libre competencia? ¿Naranja o limón?

Atacar a los bancos y cajas de ahorros es un deporte habitual. Al fin y al cabo son poderosos, vivimos en casas que son más suyas que nuestras, su interés por nosotros tiene precio y son como esos malos amigos que cuando más los necesitas, cuando más débil te encuentras, más se alejan. Pero no está mal, al menos un par de veces al año, disponerse a mirar las cosas desde su lado de la trinchera. Voy a pagar la ‘factura bondadosa’ del primer semestre.

Hace ya tiempo que tengo la sensación de que el sistema financiero español juega en inferioridad de condiciones. Es algo así como el mejor alumno de la clase (bien es verdad que de un curso bastante bajo en calificaciones), sobrepasado en los exámenes por una panda de hábiles copiones. Parece un contrasentido, frente a la idea generalizada de que el sistema bancario español es uno de los más fuertes, si no el que más, del viejo continente.

¿Es lógico que bancos y cajas se vean obligados a competir con entidades extranjeras que han recibido ayudas directas de sus respectivos Gobiernos? El pasado mes de octubre, el grupo holandés ING recibió la inyección ‘en vena’ de 10.000 millones de euros, mediante la suscripción de acciones sin derecho a voto por parte de la Administración de su país. Independientemente de la fórmula, la medida supuso la entrega de un dinero al grupo financiero para mejorar sus fondos propios y su solvencia. El ‘banco naranja’ mantiene en España una agresiva política de captación de fondos, con ofertas de cuentas corrientes que durante los cuatro primeros meses ofrecen rentabilidades del 5,25%. Claro, así cualquiera…. Si uno tiene detrás al ‘primo del tulipán’, que te rellena el bidón de oxígeno cuando está a punto de acabarse, puedes ir a pegarte al mercado con cualquiera.

Hay que valorar, además, que cerrado o con cuenta-gotas el mercado interbancario; dormido todavía, salvo un par de casos honrosos, el mercado de capitales y bloqueada también la posibilidad de renovar el endeudamiento exterior, la captación del ahorro de los particulares se ha convertido en una de las escasas posibilidades de crecimiento de las entidades financieras.

Y eso en lo que respecta a la competencia en el mercado español, pero no es el único caso. El Santander y su filial Abbey National, al fin y al cabo, se las tienen que ver todos los días en el mercado británico con un buen número de entidades que han sido ayudadas sin tapujos por el Banco de Inglaterra.

Alguien puede considerar que la banca española también ha recibido ayudas del Gobierno. Lo que sucede es que, ni de lejos, son de las mismas características. Han podido vender activos a precio de mercado y ahora pueden acceder a avales para la emisión de deuda. Ninguna de las dos medidas tiene un efecto directo sobre la mejora de sus fondos propios.

Lo cierto es que, desde que se desató la crisis financiera y más aún desde que la Unión Europea decidió que no cometería la torpeza de dejar caer un gran banco, como había hecho el Gobierno norteamericano con Lheman, el principio comunitario de no intervenir para evitar daños en la libre competencia ha saltado hecho añicos. Ahora sólo queda por saber si este caos, en las ayudas y en la competencia, sirve de algo o, por el contrario, contribuye a un mayor deterioro.

Por Manu Alvarez

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