Desde el verano de 2007 todo se ha torcido. Las cosas que iban bien, comienzan a ir francamente mal. Pocos ven alguna luz al final del túnel y los que creen observar algún destello, en realidad, no son capaces de discernir si es la salida o el tren, que viene de frente.
Hay muchos elementos excepcionales en esta crisis y el más desconcertante, para todos los expertos, es la velocidad realmente acelerada con que produce el deterioro. La debacle del sistema financiero; la reducción de la confianza de los consumidores y con ello el descenso de sus compras; el desplome del sector inmobiliario; el brusco descenso en las ventas del sector del automóvil, etc. Todo ha ocurrido en un visto y no visto.
Los economistas son “historiadores con valor añadido”. Historiadores, porque sólo son capaces de predecir el pasado y narrarlo con meridiana claridad. “Con valor añadido”, porque a la historia son capaces de añadirle unos estupendos gráficos. Quizá algún experto en comunicación debería ayudarles ahora a adaptarse a un mundo en el que la información viaja en décimas de segundo, de uno a otro lado del mundo, hasta el punto de haber modificado los comportamientos de la sociedad. Quizá por ello, sus fallos en la predicción del futuro, por inmediato que sea, se están convirtiendo en clamorosos.
Todas las previsiones realizadas por los gobiernos español y vasco sobre lo que iba a ocurrir con la economía en 2008 han sido un rotundo fracaso. No han acertado ni por aproximación. Por ponerles un ejemplo, les recordaré que en octubre de 2007 el Ejecutivo vasco aseguraba que la economía de la Comunidad Autónoma crecería el 3,6%. Allá por febrero lo rebajaron al 3,2%, antes del verano al 2,7%, en octubre al 2,3% y hace tan sólo unos días han apuntado que el cierre, aún provisional, hay que situarlo en el 2,2%.
Alguien puede pensar que esas predicciones estaban ‘maquilladas’ porque es una obligación de cualquier poder público trasladar a la ciudadanía un mensaje de optimismo o, por lo menos, de pesimismo contenido. “El pesimismo no genera empleo”, ha llegado a decir José Luis Rodríguez Zapatero. Seguro que hay algo de eso, de ‘maquillaje’, pero les aseguro que hay una prueba evidente de que el problema es más serio: cuando la economía iba hacia arriba, tampoco daban una.
¿Por qué tan escasa fiabilidad en las predicciones? “Porque nadie acierta –responde el Gobierno vasco y también el español- y en estas condiciones de volatilidad no es posible saber lo que va a suceder”. La respuesta me parece similar a la de un hipotético jugador de fútbol al que se le preguntase la razón por la que ha fallado los últimos 20 penaltis que ha lanzado y respondiese: “porque los porteros no dejan de moverse”. ¿Acaso los jugadores no están para meter los penaltis cuando el portero se mueve? ¿Acaso los Gobiernos sólo son capaces de hacer predicciones económicas en tiempos de bonanza y calma chicha?
Recientemente, en dos artículos publicados en EL CORREO, mi admirado y docto amigo Ignacio Marco-Gardoqui opinaba que “los gobiernos no están obligados a acertar en las predicciones económicas”. Discrepo –le he pedido permiso a ‘Inas’ para este atrevimiento- por varias razones. La primera, porque los gobiernos están obligados a buscar la excelencia en su trabajo como cualquier otra institución o ciudadano. La segunda porque, de ser así, ¿para qué sostenemos con nuestros impuestos costosísimos equipos de prospectiva económica, si su destino es equivocarse de forma sistemática? Hombre, si hay que mantenerlos se mantienen, pero hacerlo para nada….se me antoja un poco caprichoso. La tercera, porque no es cierto que todos fallen o, cuando menos, no lo es que la brecha entre la predicción y la realidad sea de igual magnitud. ¿Se han fijado que las previsiones del Fondo Monetario sobre la economía española están siempre más cerca de la realidad que las que realiza el Ministerio de Pedro Solbes? Es una pena que la economía vasca no sea observada por organismos internacionales o independientes. Seguro que contaríamos con previsiones más acertadas a las que cada dos o tres meses nos presenta la vicelehendakari -curioso palabro del ‘euskañol’-, Idoia Zenarruzabeitia. La cuarta razón, por terminar, es que los gobiernos deben ejercer el liderazgo en una sociedad. Y una de las características de todo líder es la fina intuición para distinguir la senda correcta de la equivocada y para ver más allá del presente.
Creo que no estaría de más que los ejecutivos y sus equipos reflexionen sobre sus modelos de prospectiva y la necesidad de una revisión en profundidad de los mismos para adaptarse, en especial en la toma de datos, a un mundo que evoluciona a velocidad de vértigo.
También les advierto una cosa, por si les entra la duda. Entre la tesis de Ignacio Marco-Gardoqui y la mía, quédense sin dudar con la suya. No en esta ocasión. Háganlo siempre. Si comparan mi ‘ridículum vitae’ con su apabullante currículum, se darán cuenta enseguida de quién de los dos es el inteligente.